JUDIOS Y CRISTIANOS
EN LA IGLESIA
PRIMITIVA
Por:
Álvaro López Asensio
(Página web: www.alopezasen.com)
REPRODUCCIÓN DEL ARCA DE LA ALIANZA
(Basílica del Pilar de Zaragoza)
ORIGEN DEL CRISTIANISMO Y SUS RELACIONES CON EL JUDAÍSMO
Las primeras comunidades cristianas estaban constituidas por judíos. Los habitantes de Jerusalén aceptaron la religión nueva y creían “la multitud de los hombres y mujeres que creen en Jesús” (Hech 5, 14). Rápidamente creció la Iglesia con nuevos adeptos e incluso “una turba de sacerdotes” obedece a la fe cristiana (Hech 6, 7).
Las circunstancias fueron favorables a la predicación del evangelio entre los judíos; tan fuertes eran entre ellos las esperanzas mesiánicas que no se hizo difícil convencerlos de la misión divina de Jesús.
El cristianismo se presentaba basado en el fuerte monoteísmo judío y en una moral que, salvo en lo que a las observancias legales de refiere, se identificaba con el decálogo dado por Dios ene l monte Sinaí. No fue el judaísmo religión monolítica con dogmas y autoridad que unificara en la fe la mentalidad de los creyentes; al contrario, todos los asistentes a los actos sinagogales tenían derecho a hablar después de la lectura de la Torá. Ayudaba a la evangelización la cultura helénica y la lengua griega llamada koiné (el griego común9, asimiladas ambas por los judíos de la Diáspora y aún por los palestinenses.
El libro de los Hechos de los Apóstoles (Nuevo Testamento) nos hablan solamente de Pedro y Pablo, pero durante cierto tiempo misionaron todos en Palestina. Pedro asumió este trabajo de por vida como dice Eusebio de Cesarea: “San Pedro predicó por el Ponto, Galacia, Bitinia, Capadocia y Asia a los judíos que estaban dispersos[1]”. Fue el primero en admitir a los gentiles en la Iglesia, pero la misión a los judíos absorbió casi exclusivamente la actividad de su apostolado.
Pablo de Tarso –después de su conversión- comenzó también misionando en las sinagogas de las ciudades que circundaban con las costas de Mediterráneo. Su predicación tuvo lugar en Chipre, Grecia y Asia Menor: Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra, Derbe y Perge. Tanto entre judíos como entre gentiles, prosélitos (convertidos al judaísmo) de la sinagoga o fervorosos de Dios, pudo conseguir formar cristiandades nuevas. En unos encontró repulsa y, en otros, aceptación, mas no fueron dos grupos, sino uno, lo que formó el núcleo de sus iglesias.
Pablo no impuso el yugo de la Ley ni la circuncisión a los judíos o gentiles que se convertían, aunque encontró una fuerte oposición entre los judíos de Palestina y Jerusalén. En Éfeso (Turquía) fueron más numerosos y la comunidad cristiana se desprendió de la sinagoga local, compuesta de judíos y gentiles (no judíos) (Hech 19, 1-10). En Hispania había colonias hebreas, pues Pablo apunta su propósito misionero de visitar nuestro territorio (Rom 15, 24-29).
La Iglesia judía más floreciente dentro del cristianismo fue la de Jerusalén, llamada por Pablo “el Israel de Dios”. Después de la diáspora (dispersión) del año 70 d.C., muchos circuncisos, asegura Eusebio de Cesarea, se convirtieron a la fe de Jesucristo. Tras la diáspora decretada por el emperador romano Adriano (132-135) significó un segundo desastre y la desaparición de la iglesia cristiana de Jerusalén. La ruptura entre Sinagoga e Iglesia llegaba entonces a su punto más distanciado, terminando el fenómeno histórico de conversión de los judíos al cristianismo. A partir de ese momento y en la diáspora judía por todo el Imperio romano, la Iglesia no completaba ya a la sinagoga, como antes, sino que la sustituía.
EL JUDEO-CRISTIANISMO
El cristianismo fue originariamente judío. La primera comunidad cristiana fue creciendo y extendiéndose entre las sinagogas; las primeras tensiones nacieron cuando entraron en las filas cristianas los primeros judíos de cultura helenista, distinta de la de los hebreos palestinenses y jerosolimitanos. Sin embargo, cuando la tensión alcanzó su punto culminante fue en el momento en que entraron las personas provenientes de la gentilidad o paganismo. Con todo, la separación definitiva entre Iglesia y Sinagoga fue un proceso largo y complicado.
En las primeras comunidades cristianas seguía viva la fe judía junto con la fe en Jesús. A primera vista pudo parecerles lógico que la universalidad del reino predicado por el Maestro no abolía el judaísmo, sino que incorporaba a todos los pueblos a Israel. Jesús había cumplido la Ley (Mt 5, 17) y fue enviado por su Padre a predicar a “las ovejas descarriadas de la casa de Israel” (Mt 15, 24). Todo parecía indicar que la Torá conservaba todo su vigor, incluyendo la antigua y nueva Alianza, esperanzas judías y esperanzas cristianas.
El judaísmo se resistió a morir y pretendía hacer judaizar a los paganos que se convertían al cristianismo, haciendo pasar a la Iglesia por un momento expectante. Sabían los Apóstoles que Jesús había inaugurado un orden nuevo, pero ignoraban sus cláusulas; tenían por ello derecho a esperar la iluminación del Espíritu, según las circunstancias, mientras surgían los primeros conflictos.
Algunos judíos, venidos de la Iglesia madre de Jerusalén, enseñaron en Antioquía que los gentiles convertidos no podían salvarse al menos que observaran la Ley de Moisés (Hech 15, 1). El cristianismo hubiera sido así una secta del judaísmo; más no era este el pensamiento de Pablo, que proclamaba el mensaje de la cruz como liberación de la Ley para gentiles y judíos.
Así lo defiende contra los métodos apostólicos de Pedro en Antioquía, y luego mantendrá contra los judaizantes de Galacia. En estas circunstancias, el Concilio de Jerusalén estableció los principios que deberían poner fin a todo conflicto futuro (Hech 15, 5-19). La Ley no es obligatoria para la salvación; sin embargo, mantiene en vigor unos preceptos judíos por razones de apostolado, para hacer, a estos, más fácil la unión con los convertidos de la gentilidad.
La ortodoxia judía nunca vio con buenos ojos este movimiento judeo-cristiano. El resentimiento y concepto peyorativo que los primeros cristianos tenían de los fariseos se debe a que fueron forzados por estos a dejar de ser una secta judía, desvinculándose totalmente del judaísmo. Para los fariseos, y después para los judíos de todos los tiempos, el cristianismo es una religión de la gentilidad.
San Ireneo dice que Pablo de Tarso fue repudiado como apóstata[2]. Los demás judíos convertidos fueron llamados despectivamente minim, sectarios o herejes, llegando a introducir una maldición en la oración Amidáh hebrea contra los minim.
Cuando
se escribieron los evangelios estaba casi consumada esta separación; no
obstante, la comunidad cristiana heredó gran parte de la liturgia judía, de la
catequesis y métodos apostólicos. Judíos y cristianos vivirán en el futuro
dentro de la ciudadanía romana, pero separados por impermeable muro hasta
nuestros días.
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