LA FE DEL ISRAEL BÍBLICO
Por: Álvaro
López Asensio
(Página web:
www.alopezasen.com)
MOISÉS CON EL TEXTO DE LA LEY EN LA MANO
(Retablo mayor del templo del Pilar de Zaragoza)
1.- La fe como revelación de Dios
Dios no solamente revelaba, sino que se hizo ver para conocer. Esto lo expresa la Tanak o Biblia hebrea con diversos verbos distintos en su terminología, pero con el mismo contenido que hace referencia a la acción de Dios.
El profeta era un vidente, una persona que tenía visiones. Hacerse ver en la Biblia era tener un conocimiento contemplativo, no externo. Después la contemplación se describió de forma externa, como si Dios hablase, como si dialogase. Dios no tenía cara ni rostro, pero se podía vivir su experiencia en múltiples manifestaciones. Dios se hacía ver de muchas maneras: por su justicia, por su amor, por su potencia y, sin embargo, no era nada externo, no era nada visible, ni sensible.
La visión -en otras ocasiones- consistía en oír. Consideremos el cambio de terminología: la visión es de la vista, sin embargo la visión, en ocasiones, consistía en oír, oír palabras. Tenemos el caso de Samuel, que sintió la llamada de Dios (vio a Dios, dice el texto) y sin embargo, lo vio en palabras (1 Sam 3, 1ss.).
Para nosotros, la palabra es sólo un sonido. Para el Pueblo de Israel tenía y tiene una fuerza, una potencia, hasta tal punto, que el término hebreo dabar (palabra), muchas veces en la Biblia significa “cosa”.
2.- La fe en tiempo de los Patriarcas
Las tradiciones ancestrales que vienen de los Patriarcas son humanas. Las civilizaciones de alrededor de Israel condicionaban la vida y la fe del Pueblo de Dios. A veces los documentos que tenemos en la Biblia tienen una fuerte dependencia, incluso literaria, de documentos que nosotros hoy conocemos de la antigüedad babilónica, e incluso de la egipcia, cananea, etc. Entonces, uno se pregunta: ¿dónde está la autoridad de la Ley de Dios? ¿Dónde está la revelación?.
En la Biblia hay también errores científicos: la creación en seis días, el geocentrismo, etc. Cuando la gente sencilla y creyente busca en la Biblia valores espirituales, se encuentra con cosas que le desconcierta porque no tiene una fe bien formada, profunda. Le faltan los datos para juzgar estos casos y, por ello, vienen los interrogantes y las dudas.
Muchas personas se preguntan: ¿Dónde están los valores espirituales de la Biblia?. En ella se encuentra el odio al enemigo. Recordemos, por ejemplo, el caso del Herem, es decir, el anatema o exterminio de los vencidos. Se encuentran también escándalos, por ejemplo, la poligamia, faltas sexuales, etc.
Se escandalizan también de los combates de Dios o del título que tiene Dios, el Dios de los Ejércitos. Lo comparan luego con el de Jesús de Nazaret, y suelen hablar de que el Dios Bíblico era un Dios terrible, un Dios feroz. Ha cambiado mucho, dicen, el Dios Bíblico del Antiguo Testamento al del Nuevo Testamento que está lleno de amor, perdón y mansedumbre.
Muchos aseguran que este Dios de los Ejércitos fomentaba la guerra, una guerra que para justificarla se la llamaba santa. Asegura la victoria a los suyos, es decir, tenía acepción de personas, y luego exterminaba a sus enemigos.
Entonces, ¿Dónde está la revelación?, ¿Dónde está la autoridad divina de la Ley y dónde está la espiritualidad de la Biblia?, ¿Cómo se puede hablar de derecho divino positivo, si vemos el origen de sus materiales?, ¿Cuáles son las señales de una intervención trascedente, es decir, algo que supere la historia, el acontecer humano?. Vamos a intentar dar la respuesta a estos interrogantes.
En primer lugar hay que decir que la Biblia tiene aportaciones originales, sobre todo si se toma en conjunto. Uno de los argumentos principales para creer en la Biblia es la fuerte y profunda unidad que tiene desde la primera página hasta la última. Uno tiene la certeza y experiencia de los más de veinte siglos de existencia que tienen los relatos y las tradiciones bíblicas, así como los múltiples cambios históricos que ha tenido: cambios de mentalidad, cambios de preocupaciones, multitud de autores y redactores que escriben independientes los unos de los otros.
Eso es la Biblia. Con los cambios de los imperios y civilizaciones que dominaron al Pueblo de Israel, con las adquisiciones de verdad, tanto humanas como divinas que hizo el mismo Pueblo y los redactores que escribieron sus acontecimientos históricos desde una clave religiosa y desde la fe en la Alianza: "tu serás mi Pueblo, yo seré tu Dios" (Ex 6, 7-9), de ahí que sea una historia de salvación. Pero ¿Cómo es posible que escribiendo unos independientemente de los otros en épocas totalmente distintas, con preocupaciones ajenas a las de los demás, produzcan un libro que tenga una unidad profundísima, desde la primera página hasta la última, y esto lo hagan sin ningún esfuerzo por combinar los datos?.
Si tuviéramos aquí tiempo, si pudiéramos comparar los primeros relatos del libro del Génesis: la creación, el pecado de Adán -Eva y Caín-Abel, el diluvio, la torre de Babel, etc.; con los mitos que conocemos de la literatura de Babilonia, veríamos cómo, a pesar de la fuerte dependencia literaria que tienen, ha surgido una literatura distinta y sumamente original. Precisamente por la fortísima dependencia que tienen, deberían producir algo semejante o análogo, y no es así, producen algo totalmente distinto: una historia de salvación.
Otro dato original es el monoteísmo como raíz de una moralidad religiosa sin parangón. Este monoteísmo tiene tal fuerza, tal potencia, que va unificando y modificando todos los datos que va adquiriendo la Biblia. Un nuevo dato lo constituyen las exigencias de la Alianza del Sinaí respecto a la persona, a la justicia social, al ideal familiar. Tienen tal dinamismo estos principios y tal originalidad, que han influido en toda la historia de la Humanidad, hasta tal punto, que los que hoy pregonan que son ateos, o que son indiferentes, están viviendo de principios que son bíblicos y han llegado a ellos a través de la Biblia.
Las tradiciones de los Padres, desde Abraham hasta Moisés, son recogidas, pero son reinterpretadas y reelaboradas, a través de este principio dinámico y asimilador que hace ir dejando unas cosas y cogiendo otras. Algo así como ocurre en nuestra vida: todos tomamos pan, todos bebemos agua y, sin embargo, cada uno lo va asimilando hasta hacerse carne de nuestra carne y hueso de nuestros huesos. Un principio asimilador nuestro hace que lo que es vulgar, lo que es común, lo que experimentan todos los demás, lo vayamos asimilando y haciendo nuestro. Algo semejante sucede en la Biblia. Veamos dos ejemplos sencillos, pero ilustrativos:
A.- La figura del rey existe en todas las naciones y civilizaciones antiguas. Los pueblos que conoce Israel tienen reyes (los babilonios, cananeos, fenicios y filisteos cuentan con monarcas). Cuando alrededor del año 1000 a.C., Israel quiso tener por rey a Saúl, lo quiso tener “como las demás naciones” (1 Sam 8, 5). Este rey fue incorporando al Pueblo de Dios, pero con las exigencias de la Alianza de Abraham y del Sinaí. Aquí reside lo original de la Biblia.
David fue ungido rey no como las demás naciones, sino según el criterio de Dios, es decir, según el criterio de la Alianza. Tuvieron un rey, pero según el pensamiento de Dios. A pesar de ser rey, David era como los demás, es decir, todos los días de su vida leerá la Ley de Dios porque el primero que la tuvo que cumplir fue él, a pesar de ser un pecador.
B.- La ofrenda de los primogénitos recién nacidos, y las primicias agrícolas es un tema universal en las religiones de la época. Esto lo asimila también Israel, pero lo transforma. A los primogénitos se les rescata mediante una dádiva en memoria de la salida de Egipto, y las primicias agrícolas recuerdan la posesión de la tierra prometida.
Resulta que, todo lo que celebran y ritualizan los demás pueblos circundantes, Israel lo asimila de tal manera, que transforma todo en clave religiosa como signo para relacionarse y comprender a Dios. Por lo tanto, no es el resultado de una simple evolución histórica, ni el fruto de un genio asimilador. Los griegos fueron los genios del arte, los romanos produjeron el derecho. No faltará quien piense que Israel fue el genio religioso por excelencia, que creó la religión bíblica. Pero no es así. Israel tuvo que luchar un durísimo combate para defender su creencia en Dios. Israel fue lo que fue, a pesar de ser Israel.
3.- La revelación como experiencia de Dios
La gran tentación de Israel fue abandonar a Dios en muchas ocasiones de su dilatada historia, porque fue un Pueblo de dura cerviz. Por ello, si Israel tuvo a Dios fue a pesar de Israel, no como un fruto espontáneo de su naturaleza religiosa; fue algo que se le impuso desde fuera.
Esto solo se explica mediante el principio que nosotros llamamos revelación. Moisés experimento a Dios, no lo vio. A Dios no lo ha visto nadie jamás. Moisés lo experimentó, y luego, según esta experiencia, se produjo en él un principio dinámico que le hizo formular las relaciones de las personas con Dios, lo que fue Dios, lo que fueron los seres humanos, lo que fue el mundo. Según ese mismo principio dinámico fue formulando las demás cosas, haciéndolo en forma antropomórfica, pero legítima, como legítimas son todas las formas análogas de expresión que tuvieron las personas.
Por eso el problema de la revelación no estuvo en el material que tomaron del exterior, sino en los elementos específicos y salvíficos de Israel. Lo peculiar, lo exclusivo, lo típico de Israel no vino de una comunidad anónima, sujeta a fluctuaciones de la historia, sino de unas personalidades que nosotros llamamos inspirados o profetas.
En
estos personajes individuales, en el Pueblo como colectividad y en la historia
humana se reveló Dios. Lo que hizo falta fue tener un don de Dios, un sentido
especial para descubrirlo. En ellos, en los inspirados, en los profetas, se
puede también reconocer el origen divino de la Ley.
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