LA NAVIDAD Y SU ESTRELLA

Por: Álvaro López Asensio 

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1.- Astronomía y astrología en la Biblia

Al verlos colocados en la bóveda celeste, entre el cielo y la tierra, las personas han llegado a pensar que los astros reflejan sobre este mundo algo del ser y de la luz divinos. Además de servir para orientarse geográfica e históricamente, muchos han pretendido leer en ellos el mapa del sentido de la vida, a través de horóscopos y cartas astrales. La creencia generalizada en que las estrellas influyen en la vida y modo de ser de las personas se mantiene en muy diversos dichos, como “tener buena (o mala) estrella”, “No es lo mismo nacer un desastre” o “Ser un desastrado”. Por eso, la observación astronómica ha derivado con frecuencia en astrología, como medio de conocer y dominar las causas del presente y del porvenir.

En la Biblia hay un claro rechazo de la astrología y de cualquier divinización de los astros. Así, Moisés previene al Pueblo en el desierto: “No sea que, levantando tus ojos al cielo y viendo el sol, la luna, las estrellas y todos los astros del firmamento, te dejes seducir y te postres ante ellos para darles culto” (Dt 4, 19). Frente al atractivo de la idolatría, desde la primera página del libro del Génesis se insiste en su condición de criaturas de Dios: “He hizo Dios dos lumbreras grandes: la lumbrera mayor para regir el día, la lumbrera menor para regir la noche; y las estrellas. Dios las puso en el firmamento del cielo para iluminar la tierra, para regir el día y la noche y para separar la luz de la tiniebla. Y vio Dios que era bueno” (Gn 1, 16-18). El texto evita cuidadosamente llamar al sol y a la luna por sus nombres, reduciéndolos a genéricas lumbreras, para alejar cualquier atisbo de personificación, puesto que muchos pueblos poderosos de alrededor daban culto a esos dos astros.

2.- La estrella de Belén

El nuevo Testamento cristiano hunde sus raíces en este ambiente cultural y religioso y comienza también con una estrella del todo especial: en el firmamento del cielo bíblico ningún astro luce tanto como la estrella de Belén. Cada año, la Navidad es la gran fiesta de la luz: calles e iglesias, casas y comercios, se adornan con luces y estrellas que forman el cortejo de la que, con su cola, guía a los magos de Oriente, se yergue sobre el portal iluminado con sus rayos verticales o corona el árbol de Navidad. Para el evangelista Juan,  la luz de esta estrella, más que iluminar, se eclipsa señalando al Niño que es “La luz verdadera que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo” (Jn 1, 9).

Mateo, sin embargo, es el único evangelista que narrara el viaje de los magos en el que se inserta la aparición de la estrella, pero esta escena es central en su relato de la infancia de Jesús. “Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a Adorarlo” (Mt 2, 1-2). La estrella marca el contraste entre dos reyes antagónicos: el que es grande por su poder ante los ojos de las personas y el que apenas es visible pues acaba de nacer. Pese a tantas representaciones artísticas y populares, no se dice que la estrella guiara a los magos hasta Jerusalén, sino sólo que la vieron aparecer.

Muchos astrónomos y estudiosos han intentado identificar la estrella de Belén con algún fenómeno comprobable como un cometa, una alineación de planetas o el estallido de una supernova. Otros han leído la narración de Mateo sobre el relato de la Nube con aspecto de fuego que guiaba al pueblo por el desierto marcando los tiempos de marcha y de acampada; el Pueblo y los magos obedecen a dios que les guía mediante señales. En todo caso, en la narración de Mateo queda patente el carácter simbólico de la estrella que guía a los magos hasta el niño Jesús.

La escena de los tres reyes magos, paganos que viene a adorar al “Rey de la judíos”, anticipa su misión. Es la primera epifanía de Jesús, su primera manifestación. Desde el principio queda claro que ha venido para todos, judíos y paganos, ya que los magos llegan de Oriente, es decir, de lejos, de fuera del ámbito del Pueblo elegido; los que le buscan pueden encontrarle en la Navidad.

3.- El espíritu de la Navidad

Nuestras calles ya están adornadas con las luces de la Navidad. Los comercios se engalanan con motivos navideños. Los grandes almacenes llevan ya tiempo bombardeándonos con su propaganda. Y a nos han preparado la Navidad pero ¿Qué Navidad? ¿Qué es lo que vamos a celebrar? Nuestra sociedad nos empuja a una Navidad de puro consumismo donde todo se reduce a reunirnos en familia, comer turrones y bien, intercambiar regales, etc. ¿Y nosotros? ¿Qué esperamos, que deseamos, qué estamos necesitado a gritos? El Espíritu nos hace intuir que la Navidad es otra cosa muy distinta: a pesar de la proliferación de Papa Noeles y de las Navidades frías y asépticas que quieren imponernos, la Navidad sólo tiene un sentido como celebración del Nacimiento de Jesús: llenarnos de paz e invitarnos a querer y amar de verdad. Al igual que ocurrió con los Magos, una estrella nos guía y acompaña. Un Niño con la fuerza de su fragilidad y el ternura nos espera.

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