LA AUTORIDAD DEL VARÓN SOBRE LA MUJER

Por. Álvaro López Asensio

Página web: www.alopezasen.com

                                  (Mujeres judías de la hagadá de Barcelona, siglo XIV)

Es evidente que en nuestra sociedad, a pesar de la lucha por los derechos igualitarios de la mujer con respecto al varón, todavía queda mucho por hacer para llegar a la plena igualdad y salir de su infravaloración social y personal. Pero ¿Cuál es la génesis de esta concepción de nuestra cultura occidental?

En el primer relato de la creación bíblica dice textualmente: Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios; y díjoles Dios: Fructificad y multiplicad, y dominad la tierra...” (Gn 1, 26-28).


En el segundo relato de la creación también se afirma: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda adecuada… De la costilla que el Señor Dios había tomado del hombre, formó una mujer y la trajo al hombre” (Gn 2, 18-24).


Es evidente que en los dos textos está ausente el mandato divino de que el hombre ejerza su autoridad sobre la mujer. Ambos son iguales ante Dios, por varias razones:


1.- La designación “hombre” es un genérico para “seres humanos”, que incluye tanto al hombre como a la mujer (Génesis 5, 2).

2.- A los dos se les asigna la tarea de señoriar la tierra.

3.- Tanto el hombre como la mujer son portadores de la imagen de Dios. Lo femenino y masculino reflejan la imagen de Dios.

¿Por qué entonces la mujer se ha considerado distinta e inferior al varón? Los primeros y más antiguos pueblos semitas del Medio Oriente (asirio-babilonios, fenicios, cananeos, filisteos y hebreos) la consideraron inferior por varias razones:

1.- No tenían fuerza para la lucha, la guerra, la caza y el trabajo.

2.- Su papel estaba en el hogar y en el cuidado de los hijos, reparto de funciones.

3.- Por estar impura en la menstruación (Lv 18, 19) y el parto  (Lv 12, 1-4).

4.- Los judíos, además, la consideraban causante del sufrimiento humano por haber introducido el pecado en el mundo: relato de Adán y Eva (Gn 3,1ss.).


Estas consideraciones han favorecido que, en la tradición judeo-cristiana, se haya infravolarado su condición social y personal, sometiéndose a la autoridad del varón.

En la Biblia encontramos cinco instituciones familiares que, aunque relegan a la mujer a un segundo plano, sin embargo, garantizan su bienestar, protección en la viudedad y responsabilidad en su papel educador porque eran garantía de identidad porque enseñaban las tradiciones y la fe en Dios. En aquel contexto, la educación y la descendencia, era considerada una bendición de Dios.


1.- LA POLIGAMIA: En la época patriarcal (1850-1400 a. C.), no había una sola esposa titular. Abraham tuvo por esposa a Sara y Agar. También Jacob tomó a Lía y Raquel.

2.- EL MOHAR: el dinero que el novio daba al padre de la novia como compensación matrimonial (Gen 34, 12) Ex 22, 16; 1Sam 18, 25). No era una dote.

3.- LA ELECCIÓN DE LA ESPOSA: Los padres elegían un buen partido. Solían consultar el parecer de las hijas (Gen 34, 4; Jue 14, 2).

4.- EL LEVIRATO: El cuñado tomará por mujer a la viuda de su hermano muerto para darle descendencia (Dt 25, 5-10).

5.- EL DIVORCIO: El marido repudia a su mujer cuando encuentra algo torpe o defectos físicos. Se formaliza con un documento de repudio llamado guet (Dt 24, 1-5). El Talmud permite a la mujer divorciarse por impotencia del marido, negarse a mantenerla o por malos tratos (ketubot 7, 25).


La mujer judía medieval –al igual que la cristiana y musulmana- no podía ir a la escuela primaria (miqrá), ni a la secundaria (mishná) y rabínica de adultos (midrash) para aprender a leer, escribir y conocer la Ley contenida en las Escrituras; disciplinas sólo reservadas a los varones. Siguiendo el modelo descrito en el libro de los proverbios (Prov. 31, 10-15), desde niña era educada por las madres y rabinos para ser una buena esposa en el hogar (hilar, tejer, coser, cocinar, etc.), y conocer lo propio de ella en las Leyes de pureza que se regulan en las prescripciones rabínicas: La menstruación, las relaciones sexuales, el parto, los baños rituales, la luz de las velas del Shabat, entre otras cosas.


En este sentido, la educación de la mujer se ha definido según el concepto que se tenía de ella y en base a lo que prescribía la Torá: “Tener una hija es para el padre un secreto desvelo, aleja el sueño la inquietud por ella. En su juventud, miedo a que se le pase la edad, si está casada, a que sea aborrecida. Cuando virgen, no sea mancillada y en la casa paterna quede encinta. Cuando casada, a que sea infiel, cohabitando, a que sea estéril. Sobre la hija desenvuelta refuerza la vigilancia, no sea que te haga la irrisión de tus enemigos, comidilla en la ciudad, corrillos en el pueblo, y ante el vulgo espeso te avergüence... Porque de los vestidos sale la polilla, y de la mujer la malicia femenina. Vale más maldad de hombre que bondad de mujer, la mujer cubre de vergüenza y oprobio” (Sabid. 42, 9-14).

Aunque no tenían acceso a la cultura y al saber entonces conocido, a pesar de ello, su papel en el judaísmo ha sido siempre muy importante, ya que es la principal educadora de sus hijos las tradiciones religiosas, la moral contenida en la Ley mosaica, la modestia, las buenas maneras, la piedad y la caridad.

Recalcamos que su condición social no difería mucho de las mujeres cristianas y musulmanas. En el medievo, las solteras de las tres comunidades socio-religiosas estaban sometidas a la autoridad del padre. Cuando se casaban mandaba el marido. Sólo cuando enviudaban, tenían autonomía para decidir y administrar el patrimonio familiar.

No sabemos lo que debió pasar en el corazón de una mujer piadosa cuando se decía que era inferior al varón. Esto provocó que en los siglos posteriores y hasta nuestros días, no tuvieran mucho protagonismo social y familiar. Aunque su opinión era tenida en cuenta, la decisión última era del varón, incluso para el matrimonio.

Hoy es necesario conseguir que el alma de la mujer sea redimida de la cultura y concepción que viene de antiguo: la del pecado, y la privación de sus derechos igualitarios. La educación en la escuela, en la calle y en los medios de comunicación son buenas herramientas para conseguirlo, además de cualquier movimiento que luche por la igualdad, al margen de los partidismos. El objetivo: alcanzar el concepto bíblico-teológico de que la mujer y varón perfeccionen la creación en un plano de igualdad.


 

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