LA MITOLOGÍA BÍBLICA
Por: Álvaro López Asensio
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1.-LA RELIGIÓN DE LOS PUEBLOS SEMITAS OCCIDENTALES
Los semitas de la antigüedad formaron dos grandes grupos étnicos: los del Este (caldeos, asirios y babilonios) y los del Oeste u occidentales (hebreos, cananeos y arameos). Este último grupo se asentó en el vasto territorio que actualmente ocupan Siria, Líbano, Israel y Jordania.
Los cananeos (llamados fenicios en el primer milenio antes de nuestra Era), se ubicaron en la costa del Líbano; los hebreos lo hicieron en lo que es hoy el Estado de Israel; y los arameos en la franja siro-jordana.
Las lenguas que utilizaron fueron muy diversas y heterogéneas[1], entre las que destacan la ugarítica[2] (hablada en la Siria del Norte), la amorrita, la cananea (que comprende tanto la lengua fenicia como la púnica), la hebrea (que poseía algunos dialectos, entre ellos el moabita), la amonita y la aramea (con su variante nabatea y el dialecto de la ciudad de Palmira).
Todos estos pueblos vivieron en ciudades-estado, siempre enfrentadas entre sí. Su individualidad hizo que con frecuencia fueran arrasadas por las incursiones de los asirio-babilonios, hititas y egipcios. Nunca se agruparon para formar una gran Nación o confederación de Estados. Este particularismo influyó en su religión, considerada localista, la de una ciudad determinada[3].
El gran Dios de todos los pueblos y ciudades semitas era “El”, término utilizado para designar a tal o cual Dios, a tal o cual aspecto de la divinidad[4], o al gran Dios del cielo. Los epítetos de “El” son “padre de los dioses” y “creador de la tierra”. En los mitos de las ciudades cananeas quedará relegado por Baal[5], que significa “Señor” o “Señor de la mujer”.
2.- LA RELIGIÓN DE LOS ANTIGUOS PUEBLOS SEMITAS
Los antiguos pueblos semitas eran profundamente religiosos. La religión ocupaba en sus vidas una dimensión profunda y totalizante, una actitud que condicionó su forma de ser, pensar y actuar.
La religión de los semitas se
caracteriza por el culto a las fuerzas de la naturaleza y a la propia vida. La
función de las divinidades es la de gobernar los poderes que mueven el mundo
natural, así como asegurar y controlar la fecundidad vegetal, animal y humana.
El sol y los astros, la lluvia y la tormenta, los ríos y sus crecidas se hallan estrechamente relacionados con las divinidades. Lo mismo ocurre con aquellos animales que se consideran símbolos de la sexualidad, como la serpiente y el toro. El ciclo natural de las estaciones va marcando el ritmo de la vida religiosa. La naturaleza se hace patente en esta religión de las fuerzas de la vida.
También tienen una visión politeísta de la religión. Cada ciudad-estado tuvo sus propios dioses y piedad. No se puede hablar de verdadera teología doctrinal, sino más bien de teogonía, es decir, la historia de unos dioses que se van engendrando unos a otros. La falta de unidad teísta y doctrinal hace difícil resumir y comprender a estas religiones.
Estos dioses todopoderosos y temibles tienen gran diversidad de funciones. Si unas veces están asociados a divinidades astrales, otras a patronos de ciudades importantes o a fenómenos de la naturaleza. También se conciben como seres sexuados con costumbres demasiado humanas.
En ocasiones, los dioses aparecen como figuras un tanto ambiguas, siendo difícil captar sus verdaderas funciones. Los mitos ugaríticos, por ejemplo, mencionan a tres grandes diosas: Asherá[6], Astarté[7], Anat[8] cuyas finalidades son intercambiables y poco definidas.
Los lugares de culto se hallan por todas partes. En cada gran ciudad, un grandioso conjunto de edificios reservados para el servicio religioso destaca de los demás. En Mesopotamia, el más importante de ellos era el Ziggurat[9], una torre de pisos superpuestos concebido como lugar de encuentro entre los hombres y las divinidades
3.- EL PENSAMIENTO RELIGIOSO DEL ANTIGUO ORIENTE: LOS MITOS
Los pueblos semitas del Próximo Oriente eran más contemplativos que racionalistas. La concepción metafísica de su pensamiento no es filosófica, sino enteramente religiosa y vivencial. Este hecho explica el predominio de los relatos mitológicos en sus escritos pseudos-religiosos. En ellos no se infunde una doctrina formulada en forma de “credo”, sino que se narran historias o mitos. Estos tienen algunos rasgos y peculiaridades comunes a todas las culturas semitas[10]:
· Los mitos son narraciones históricas. Sus personajes no son únicamente personas, sino también dioses, genios, monstruos y seres sobrenaturales. Se desenvuelven en un mundo visible y material, con conductas extraordinarias y sobrehumanas.
· Si las historias referidas al nacimiento y muerte de divinidades, sus matrimonios y sus aventuras serán vistas nos sólo desde una óptica terrenal, sino que pertenecerán también a un universo desconocido.
· Son relatos que quedan fuera del tiempo histórico. Están situados más allá del tiempo, en el “principio”, en un comienzo en el que no había nada y sólo se capta caos y confusión[11].
· Los hechos míticos son actuales porque tienen una temporalidad. La vida del mundo se concibe como un perpetuo retorno o un eterno volver a empezar: lo que existía, vuelve a existir; lo que tuvo lugar, se produce de nuevo. Todo se vuelve a vivir con la reaparición de los fenómenos de la naturaleza (ciclos de estaciones, cataclismos, guerras, epidemias, etc.).
· Los mitos determinan el destino y el comportamiento del hombre. Los mitos no son explicaciones, sino soluciones para vivir: dicen lo que hay que creer y practicar, con qué esperanza se debe contar, a qué necesidad hay que someterse, cuáles son las obligaciones que cada cual debe cumplir. La preocupación del semita no consiste tanto en saber “lo que es”, cuanto en determinar “lo que hay que hacer”.
· Todos los mitos pertenecen a la esfera de lo religioso[12]. Por ello, no hunden sus raíces en los propios dramas humanos –a pesar de que se expresan en una cultura de ritos litúrgicos- sino en historias de dioses. Se trata de saber cómo esas divinidades rivales, sometidas a las peores pasiones, al sufrimiento y a la muerte, se las arreglan en un mundo desordenado que no es sino la imagen de un desorden superior. La conclusión es clara: la hormiga humana tiene que arreglárselas como pueda, los dioses no se preocupan de ella.
4.- LA MITOLOGÍA ANTIGUA: FUENTE DE INSPIRACIÓN BÍBLICA
Los antepasados de Israel vivieron y se inspiraron en la tradición mítica del mundo antiguo circundante. A pesar de que la literatura bíblico-hebrea supera la mitología, conservará algunos recuerdos de ella[13], sobre todo, cierta imagen del mundo que fue común a todas las civilizaciones antiguas[14]:
· La tierra es considerada como el centro del universo visible[15]. Encima del cielo o cielos moran las divinidades.
· El universo es imaginado conforme a lo que el ser humano capta de él y de sí mismo. Los confines del universo son simplemente el límite de sus descubrimientos.
· Todo es relativo. El Señor de un pequeño reino puede considerarse a sí mismo y hacerse pasar como el soberano del mundo, por ejemplo, “de toda la tierra” vienen a comprar trigo a José (Gn 41, 57); vienen “todos los pueblos” -con “todos los reyes de la tierra”- a escuchar la sabiduría de Salomón (1 Re 5, 14), etc.
· El universo no se concibe como una máquina que funciona sola. No existe “curso natural” de las cosas, ya que las voluntades divinas gobiernan todo lo que hay en este mundo. La lluvia, la sequía, los hijos, las cosechas, los rebaños han sido enviados por la divinidad. Los cataclismos y los fenómenos naturales son debidos a acciones divinas. La tormenta, por ejemplo, viene de los dioses, por eso es considerada como una guerra contra los hombres o una teofanía (manifestación de Dios) frecuentemente temible (Jud 5, 4-5; Hab 3, 4-16; Sal 18, 8-16; 29, 3-9).
· La actividad del ser humano es dirigida por los dioses. Las guerras son emprendidas y llevadas a feliz término por impulso de los dioses (Ex 17, 16; Nm 21, 14; 1 Sm 25, 28; 1 Cron 5, 22). Incluso, las ciudades y edificios religiosos fueron construidos bajo sus órdenes, que son descritas con todo lujo de detalles (Gn 6, 14-16; Ex 25, 8-9 y ss.).
· La naturaleza del hombre es concebida según sus actos y su experiencia. El pensamiento semita no conoce más que al ser humano viviente en la unidad de su ser existente. El “alma”, es decir, lo que “anima”, es su vitalidad. Esta se halla en el “soplo”, en la “sangre” o en los dos (Gn 7, 22; Sal 104, 29-30; Job 27, 3-5; 34, 14-15; Lev 17, 11-14; Dt 12, 23).
· La muerte (como corrupción del cuerpo) aparece como un horror, un castigo, un misterio. Pero no por ello se piensa que es el fin absoluto de la vida, sino todo lo contrario. El Antiguo Oriente tiene una fe profunda en la supervivencia.
· Muchas costumbres patriarcales de la Biblia, como la adopción de Eliécer (Gn 15, 2), la práctica de las concubinas Agar y Belá (Gn 16; 21, 9-21; 30, 1-3), las relaciones laborales entre Jacob y Labán (Gn 30, 20-31), etc., han encontrado una confirmación en las costumbres jurídicas del Antiguo Oriente, reafirmando así su credibilidad. Muchos nombres bíblicos (Abraham, Jacob, Labán, Zabulón, Benjamín…) aparecen en infinidad de textos amorreos, lo que acreditan, una vez más, la historicidad de los relatos bíblicos.
· Los dioses intervienen en este mundo mediante señales que hay que interpretar. Las técnicas adivinatorias serán una práctica habitual en el Antiguo Oriente, especialmente la observación de los astros, el examen de las entrañas de animales (principalmente del hígado), el vuelo de las aves (2 Sam 5, 23-24), el líquido de los vasos y copas (Gn 44, 2, 6), la utilización de la varita mágica (Ex 4, 2, 17; 7, 9-12; 2 Re 4, 29), el tirar a suertes (Ex 25, 7; 28, 4, 30; Lev 8, 8), la ordalía (Nm 5, 11-30), etc. Los sueños también tienen gran importancia y son recibidos como realidades o avisos (Gn 37, 40, 41). Hay una correspondencia entre el mundo divino y el terrenal.
· Si la adivinación procura saber, la magia pretende obrar. Esta última se basa en la convicción de que los dioses son influenciables por los hombres mediante palabras, ritos, sortilegios y hechizos. Por ejemplo, para que llueva se vierte ritualmente agua en la tierra; para que el terreno sea fecundo se practica -sobre él- una unión sexual de carácter sacral; para hacer daño a una persona se ata, se golpea, se hiere, se destruye su efigie en forma de estatuilla, etc.
· Esta manera de “conseguir el favor de los dioses” forma parte integrante de la religión, del culto oficial y de la vida cotidiana de todos los pueblos del Antiguo Oriente. Por ello, la Toráh prohibirá a los Israelitas las prácticas de adivinación y magia (Ex 22, 17; Lev 20, 27; Nm 23, 23; Dt 18, 10-14).
Estos relatos demuestran hasta
qué punto muchos pasajes y contenidos bíblicos están inspirados en la situación
ambiental del mundo semita antiguo. Aunque la Biblia es semita por naturaleza,
sin embargo, rompe con la religiosidad de su entorno para identificarse con la
visión teológica de un Dios único, una fe única y un pueblo único, tres ideas
que crearán identidad y se complementarán a lo largo de toda la historia
salvífica del pueblo hebreo.
[1] BLÁZQUEZ, J.Mª.;
“Dioses, mitos y rituales de los
semitas occidentales en la antigüedad”, p. 13.
[2] En el siglo
pasado se descifraron nuevas escrituras Orientales, como la ugarítica, lo que
ha ayudado a perfeccionar el conocimiento de las ya conocidas como la hebrea.
La literatura ugarítica, con sus numerosos poemas mitológicos, nos ha mejorado
sustancialmente el conocimiento del mundo religioso cananeo, hasta entonces
conocido sólo indirectamente a través de las críticas que los profetas
israelitas hicieron contra los baales (divinidad representativa del mundo
cananeo).
[3] BLÁZQUEZ,
J.Mª.; Op. Cit. “Dioses,
mitos y rituales de los semitas occidentales en la antigüedad”, p. 14.
[4] Este
vocablo entra frecuentemente en composición para designar algunos lugares
bíblicos: Babel “puerta de dios”; Betel “casa de dios”; Penuel “faz de dios”; etc. Muchos nombres bíblicos
también están construidos con el nombre “El”, como por ejemplo, Miguel “quien
como dios”; Rafael “medicina de Dios o Dios Cura"; Gabriel “hombre de
dios”; Samuel “Dios escucha”, etc.
[5] El Dios Baal es hijo de “El” y ha podido atribuirse en la antigüedad a diversos seres míticos. Los textos de Ugarit lo dedican únicamente a Hadad, Dios de la tempestad y de la lluvia, es decir de la fertilidad.
[6] En las
tablillas cuneiformes encontradas en Ugarit aparece la diosa Asherá, esposa del
gran dios El. La Biblia alude muchas veces al culto de Asherá, que persistió
hasta el exilio a Babilonia, a pesar de los reproches de los profetas y los
legisladores. Es probable que la “reina del cielo” que honraban las mujeres no
fuese otra (Jer 44, 17; 1 Re 15, 13; 16, 33; II Re 21, 7). Después del exilio
esta diosa cayó en el olvido, hasta el punto de que la versión griega
interpreta a Asherá por “árbol o bosque sagrado”. Las expresiones bíblicas
parecen apuntar que la Asherá israelita debía de ser un tronco plantado en el
suelo y tallado en cierta manera como las figurillas pilares, adornándose a
veces con telas (II Re 23, 7).
[7] La diosa Ishtar
/en griego Astarté tiene en los mitos
ugaríticos una función asociada con el dios Baal.
También se llamaba a menudo “Ishtar
nombre de Baal”, lo que parece implicar que introducía a los adoradores
cerca del dios, del mismo modo que el nombre, según las concepciones semíticas,
da acceso a la persona.
[8] En la antigua mitología ugarítica, la diosa
verdaderamente activa era Anat, virgen guerrera que ignoraba el amor y era
aficionada a las mortandades. En más de una ocasión su furor salva a Baal, su
hermano, de un aprieto, y a veces es él quien interviene para convencerla de
que respete la vida de los humanos. Por lo tanto, en los cilindros sirios se la
reconoce como una diosa muy joven armada y alada, o que juega con las fieras de
caza, a las cuales doma. Los egipcios del Bronce reciente también adoptaron a
Anat. En Israel fue muy popular, según
se desprende por los topónimos en que figura su nombre en la Biblia: Bet-Anat y Anatot.
[9] El Ziggurat
de Babilonia tenía unos 90 m2 de ancho y unos 45 metros de alto. Estaba
recubierto de ladrillos esmaltados de color diferente en cada uno de sus siete
pisos, a los que se ascendía por medio de rampas hasta el templete de la
cumbre. Se ha encontrado la base y restos de numerosos ziggurat, el de Ur de Caldea –la patria del Patriarca Abraham- es
uno de los mejores conservados.
[10] LOPEZ ASENSIO, A.; “Genealogía judía de Calatayud y Sefarad”, Zaragoza, 20008, p. 54.
[11] Como las cosas no eran todavía distintas, no podían se
nombradas, y como no tenían nombre, no existían.
[12] Los temas elementales de los mitos son los siguientes: misterio del gobierno del mundo, inseguridad de sus energías latentes, potencia gigantesca y temible del agua, poder asombroso y perturbador de la sexualidad, misterio permanente de la fecundidad, comportamiento o cualidades excepcionales o enigmáticas de algunos animales, fascinación de una felicidad ideal, enigma temible de la muerte, grandeza y fuerza de algunas personas, carácter maravilloso de la civilización, etc. De esta manera se toca el problema de las relaciones entre el hombre y el universo, el problema de las contradicciones y distensiones que el hombre experimenta entre el desenvolvimiento de su propia vida y los ritmos cósmicos.
[13] Aunque la Biblia está escrita fuera de la esfera
mítica, sin embargo, tiene una inspiración original que renueva todo el
pensamiento del hombre. En la Biblia se ha recogido tradiciones míticas: pensamos
principalmente en los once primeros capítulos del Génesis, pero encontramos
también otros vestigios de esas tradiciones (Job 3, 8; Sal 74, 13-14; 89, 11;
Is 27, 1; 51, 9). Estas tradiciones no han sido aceptadas sin transformación,
hasta el punto que podemos hablar de verdadera desmitización de estas
tradiciones ancestrales y extranjeras, es decir, Israel podía aceptar la
materia de esos legados, pero les infundía un espíritu enteramente distinto.
Así pues, cierto espíritu nuevo, enteramente distinto, le hizo romper con las
costumbres psicológicas y religiosas de su medio ambiente y lo liberó para
siempre del mitismo.
[14] LOPEZ ASENSIO, A.; Op. Cit. “Genealogía judía de Calatayud y Sefarad”, p. 55.
[15] Está situada –a manera de una gran isla- sobre pilotes
misteriosos, encima de una masa de agua. De ese abismo insondable proceden las
fuentes, riberas, ríos y lagos. La tierra está recubierta de un techo cóncavo
muy sólido (todavía seguimos diciendo
hoy el “firmamento” o la “bóveda celestial”) que reposa en sus extremidades
sobre altas montañas y sostiene a las aguas que caen de lo alto a través de
aberturas practicadas en la bóveda. Los astros y las estrellas cabalgan sobre
la cara interna de esta bóveda, y durante la noche realizan un misterioso viaje
por debajo de la tierra. Debajo del nivel del suelo se encuentra las sombría
mansión, a la que descienden los muertos.
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