EL SUFRIMIENTO EN LA BIBLIA

 Por: Álvaro López Asensio

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1.- EL SUFRIMIENTO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

El pueblo de Israel entendía el sufrimiento como “un estar afectado”, de forma que la valoración de este “estar afectado” debe expresarse en conceptos adicionales: sentirse mal, encontrarse en una situación mala o difícil, padecer, sufrir algo humano, incluso la muerte. Estas emociones provocaban no sólo un sufrimiento físico, sino también espiritual porque se vinculaban al pecado.

En los textos aparecen con frecuencia los gritos del sufrimiento: lutos, derrotas y calamidades hacen que se eleven gritos y quejas, dando origen a un género literario propio, las lamentaciones, especialmente las de Jeremías (Jer 1; 5).

Profetas y sabios, deshechos por el sufrimiento[1], pero sostenidos por su fe, descubren su valor purificador (Jer 9, 6), su valor educativo Dt 8, 5) y el castigo como efecto benevolente y pedagógico de Dios (2Mac 6, 12-17).


2.- EL SUFRIMIENTO EN EL NUEVO TESTAMENTO

Jesucristo sufrió una agonía, un combate en medio de la angustia y del miedo (Mc 14, 33 ss.; Lc 22, 44) en su pasión y muerte. La pasión contra todo el sufrimiento humano posible, desde la traición de Judas en el Huerto de los Olivos, hasta el sentirse abandonado por Dios (Mt 27, 46).

La pasión de Jesús no significa la liberación “del” ser humano, sino la liberación “para” el ser humano. Su sufrimiento fue para Él prueba, en Él aprendió la obediencia (Heb 5, 8). Como probado por el sufrimiento, Jesús es modelo y ejemplo. Su sufrimiento contiene la exigencia de seguirle en el sufrir para entenderlo y asumirlo en la vida cotidiana.

Los evangelios nos informan de que Jesús erigió signos contra los poderes del maligno, contra la enfermedad y la muerte. Su mensaje culmina en el amor al prójimo (Mc 12, 31). Este se pone como ejemplo en la narración del buen samaritano (Lc 10, 25-37), y se convertirá en la norma que sirvió de criterio para todos sus seguidores y discípulos. De ahí se deduce que la contemplación resignada es imposible, y de ahí también que la comunidad cristiana primitiva hubiera conocido la necesidad de preocuparse con todas sus fuerzas por los que sufrían.


3.- VISION CREYENTE DEL SUFRIMIENTO

El sufrimiento en sentido bíblico, ya sea el de Job, el de Jesús de Nazareh crucificado, o los padecimientos de Pablo de Tarso (2 Cor 6, 5.5), afecta al cuerpo y al alma, es decir, al mundo interior. Una reducción del concepto del sufrimiento a lo meramente corporal es algo demasiado superficial, y tampoco se adecúa al sufrimiento en sentido bíblico.

Conviene recordar las palabras de Jesús de Nazareth cuando dijo que "el que quiera seguirle, que se niegue a sí mismo y que tome, no ya su propia cruz, y le siga". Lo que vincula a los creyentes (cristianos y judíos) no es tanto el modo y la manera del sufrimiento, sino el “modo como se lleva” el sufrimiento que se impone personalmente a las personas.

El Dios del Antiguo Testamento (para los judíos) y a través de Jesús de Nazareth (para los cristianos), ese Dios padre, viene al mundo de los impíos, incrédulos y ateos, sufre con ellos en su alejamiento, en su presencia ignorada. Solo así y solamente así, Dios se hace solidario con todas y cada una de las personas.

Pero la gran pregunta es ¿Por qué Dios Padre permite que suframos? ¿Por qué existe el sufrimiento y el mal en el mundo? Contestar a estas dos preguntas echando mano de una reacción atea, acaso comprensible o recurriendo a una teodicea racional, significaría buscar una respuesta fuera de la Ley de Moisés (para el judío) y de la pasión de Jesucristo (para el cristiano). Pero precisamente en ella se advierte que Dios no está fuera de nuestro sufrimiento, sino que se sitúa dentro del mismo.

La fe de cristianos y judíos no se dirige a un Dios que está por encima de todas las cosas, que ve cómo se sufre, sino a un Dios que está ahí con ellos en todo, incluso en el sufrimiento. Así pues, la defensa de un Dios totalmente del más allá, cuyo amor y cuya justicia respecto al sufrimiento humano son muy dudosos, no es cometido de cristianos y judíos. Para ellos vale lo contrario: en la fe  se manifiesta palpablemente que Dios se solidariza en el mundo con el que sufre (Mt 25, 40.45).

Para los creyentes cristianos y judíos, el problema no se plantea así: ¿Cómo es posible que Dios ame a las personas si le deja sufrir?; sino que se resuelve en esta otra pregunta: ¿Cómo puede Dios amarnos tanto que se solidariza con nuestro sufrimiento? Tan sorprendente pregunta tiene una respuesta concluyente: lo cierto es que no es el sufrimiento del hombre, sino el amor de Dios lo enigmático a esta cuestión. Tenemos la garantía de que está a nuestro lado en el sufrir, lo que nos permite entenderlo y asumirlo para sufrir menos, sufrir mejor.

La humanidad sufre hoy hambre, violencia, enfermedad, epidemias, guerras y la privación de libertad. Con el sufrimiento que genera todo esto al ser humano, surge para los creyentes la misión de liberar ese dolor físico y espiritual. Dios protesta por todas estas acciones de las personas que, haciendo ejercicio de su libertad e intereses, generan mal en el mundo. Dios exige a los creyentes intervenir más allá del ámbito privado y religioso, y luchar contra cualquier forma de sufrimiento e injusticia social y personal.



[1] LEON DUFOUR, X.; Op. Cit. “Vocabulario de teología bíblica”; vocablo: sufrimiento, p. 769.

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