EL TETRAMORFOS ROMÁNICO

Por: Álvaro López Asensio

Página web: www.alopezasen.com

 


1.-. LOS EVANGELISTAS EN EL ARTE ROMÁNICO

La palabra tetramorfos proviene del griego tetra (cuatro) y morfós forma. En el románico se representa con pantocrátor: Cristo en majestad dentro de una mandorla, bendiciendo con los dos dedos de la mano derecha y sosteniendo el libro de los cuatro evangelios con la izquierda.

A los lados del pantocrátor se suele representar los cuatro evangelistas que hablan de la vida palabras, hechos, dichos y misión de Jesús de Nazareth. Pero no siempre se representan con semblante humano sino que, la mayoría de las veces, se plasman con las formas que aparecen en el libro del apocalipsis: “El primer viviente como un león; el segundo viviente como un novillo; el tercer viviente tiene un rostro como de hombre; el cuarto viviente es como un águila en vuelo” (Ap 4, 7).

A.- Mateo con forma de ángel con alas, para hacer referencia a la Encarnación de Cristo, es decir, Dios hecho hombre.

B.- Marcos con forma de león para significar la realeza del Señor.

C.- Lucas con forma de toro para denotar la fuerza de la fe.

D.- Juan con forma de águila para indicar que vuela por el aire hacia la Ascensión del Cristo.

En definitiva, el tetramorfos es una alegoría que reproduce los hechos, dichos y milagros de Jesús, es decir, la Palabra de Dios. Cristo Majestad les inspira a escribir sobre su vida, persona y cualidades básicas.

2.- EL KYRIOS: EL SEÑOR TODOPODEROSO EN MAJESTAD

Además de Cristo (mesías, ungido), en el Nuevo Testamento se le da el título de Kyrios, palabra griega que significa Señor, en el sentido de Jesús glorificado, todopoderoso, el intercesor ante Dios.

Se comprende así por qué el nombre de Kyrios fue muy pronto integrado en la vida litúrgica de la Iglesia. Confesiones de fe muy antiguas, incorporadas al Nuevo Testamento, son índice de la importancia que la comunidad primitiva atribuía al título de Kyrios: “Porque si tu boca confiesa al Señor Jesús y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás” (Rom 10, 9).

En el lenguaje profano y ordinario de los griegos, el término Kyrios, significa “dueño” o “propietario”, designando al sujeto de la autoridad legítima. Es muy importante notar que Kyrios era un sinónimo de “dios” en las religiones helenísticas orientales del imperio romano: “Porque algunos sean llamados dioses, ya en el cielo, ya en la tierra, de manera que haya muchos dioses y muchos señores, para nosotros no hay más que un Dios Padre, de quien todo procede y de quien somos nosotros y un solo Señor, Jesucristo, pro quien son todas las cosas y nosotros también” (1 Cor 8, 5 ss.).

Por consiguiente, el nombre de Dios mismo, junto al título Kyrios, le fue dado a Jesucristo porque participaba del poder y de la soberanía de Dios. Dios había pronunciado, por boca de Isaías: “Una palabra irrevocable: doblarase ante mí toda rodilla” (Is 45, 23). Desde que se le reconoció a Jesús el título Kyrios se le pudo aplicar los atributos de Dios, excepto los que son propios del Padre.

Todo este significado teológico se plasmó en la pintura y escultura románica. En el museo diocesano de Jaca se puede apreciar a Jesús como Kyrios, en majestad, todo poderoso, como hijo de Dios. Este capitel de piedra, aunque de manera más sencilla, transmite la misma idea. Los evangelistas dan testimonio de Jesucristo como Señor, como Kyrios.

La Palabra de Dios del Antiguo Testamento se hace ahora presente en Jesucristo. Las gentes del románico reconocían en las Sagradas Escrituras al hijo de Dios. El tetramorfos fue el símbolo visual que invitó a profundizar en esa Palabra divina para reconocer a Dios en Cristo Jesús.

3.- EL CRISTO: EL MESÍAS PROMETIDO

 Desde un punto de vista formal, el término mesías es el equivalente de Cristo, pues tal es la versión griega Jristós, del hebreo mashiah (ungido del Señor). Estamos ante uno de los títulos cristológicos que las primeras comunidades cristianas dieron a Jesús de Nazareth.

Jesús rehusaba proclamarse públicamente Mesías, debido, sin duda, al carácter nacional y político que se atribuía entonces a este vocablo entre el Pueblo judío. Jesús, sin embargo, sí que tenía la conciencia de ser el mesías y así lo afirmó en el momento oportuno. Es lo que el evangelista san Juan nos enseña como respuesta de Jesús a la samaritana, cuando ésta dio prueba de su fe en la venida próxima del Cristo: “Yo soy, el que contigo habla” (Jun 4, 26).

San Pablo discute con los judíos sobre las Escrituras: “Y les explicaba, probando cómo era preciso que el Mesías padeciese y resucitase de entre los muertos, y este Mesías es Jesús, a quien yo os anuncio” (Hch 17, 39. “Pablo se dio del todo a la predicación de la palabra testificando a los judíos que Jesús era el Mesías” (Hch 18, 5).

La designación de Cristo evoca también el aspecto mesiánico de la persona de Jesús; decir Cristo, es inclinarse a hacer del vocablo un nombre personal. Uno y otro empleo pueden apelar a las traducciones de nuestros evangelios: “Jacob engendró a José, esposo de María, de la cual nació Jesús, que se llama Cristo” (Mt 1, 16); “Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Cristo del Señor” (Lc 2, 26).

Pero era más que eso, y las primeras comunidades de origen griego o gentil promovieron el nombre, Jesucristo, para designar al Salvador resucitado y glorioso. La propensión a hacer de Cristo un nombre propio indica igualmente que esas comunidades despreciaban, como el mismo Jesús, la idea de un mesías político y nacional.

Hacia finales del primer siglo, san Juan subraya en todo su evangelio una verdad que enuncia explícitamente en los últimos versículos: estas cosas han sido relatadas “para que creáis que Jesús es el Cristo, el hijo de Dios, y creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20, 30).

Por último, señalar que podemos establecer una diferencia entre los términos  Jesucristo” y “Cristo Jesús”. Cuando dice “Jesucristo”, el punto de  partida es el hombre, Jesús, a quien Dios resucitó y en quién nos hace reconocer la dignidad y la misión del “Cristo salvador mesiánico”. Por el contrario, cuando decimos “Cristo Jesús”, nuestro pensamiento parte del Cristo preexistente, que se manifestó en su nombre: Jesús de Nazareth.

4.- CRISTO PALABRA DE DIOS

 Toda la Biblia es la palabra de Dios. Dios es el autor de las Sagradas Escrituras, el autor verdadero de todo el texto. La Biblia es realmente su obra. Puesto que Dios se sirve de instrumentos humanos, que también son “autores”, se dice que Él es el autor principal, lo cual no debilita para nada la afirmación absoluta del origen divino de las Escrituras. En estas Escrituras, Dios habla por medio de personas, en lenguaje de personas, en literatura humana.

En efecto, Dios ha revelado que la Biblia venía de Él, que la Biblia es su palabra. En la historia, y por medio de la historia misma de las personas, es como Dios se ha dado a conocer.

A lo largo de un desarrollo histórico secular, en las circunstancias o acontecimientos provocados por Él, por medio de personas que Él ha suscitado para ser sus intérpretes y mensajeros (los profetas), en medio del respeto hacia las exigencias psicológicas del descubrimiento de la verdad y de su maduración entre las personas, Dios hizo saber a ese Pueblo que era Él quien se expresaba en ciertos escritos que se leían y conservaban tradicionalmente.

La historia de este libro sagrado nos muestra que esos escritores inspirados estaban vinculados con su Pueblo, que su obra no se explica sin Dios. Estos autores expresaron los recuerdos, las experiencias, las reflexiones de ese Pueblo, en quien Dios habitaba y a quien conducía.

Sin embargo, la historia no nos ha enseñado que hubiese en Israel una autoridad oficial o alguna institución establecida que tuviera a su cargo enunciar y declarar que la Palabra de Dios se dirigía a las personas, y determinar o decidir cuáles eran los escritos que expresaban esa divina palabra. No hay tampoco autoridad o institución de este género en los orígenes de la Iglesia.

La fe de Israel, lo mismo que la fe de los cristianos, reconoció la palabra de Dios en los escritos bíblicos y distinguió a estos de todos los otros escritos humanos, gracias a un instinto superior identificado como un don especial de Dios, que es su mismo Espíritu que instruye e ilumina a su Pueblo (Jer 31, 31-34; Jn 14, 26).

Creer en la Biblia como Palabra de Dios es una consecuencia de esta fe. El objeto de la misma es la revelación divina: Dios ha intervenido también en la vida de las personas, se ha manifestado en este mundo, nos ha dado a conocer su designio, es decir, lo que Él quiere hacer con las personas y para las personas.

En resumen, la palabra figura entre las características distintivas más nobles de las personas, y por eso la Biblia habla también de la revelación que Dios hace de sí mismo por medio de la categoría de la palabra.

 

Comentarios

Entradas populares de este blog