EL OYENTE DE LA PALABRA
1.- LA PALABRA DE DIOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
En el Antiguo Testamento el tema de la Palabra divina era una experiencia: Dios hablaba directamente a las personas privilegiadas; por ellos hablaba a su Pueblo y a todos los seres humanos.
En efecto, en todas las épocas bíblicas, Dios habló a estos elegidos, los profetas, para transmitir su palabra. A unos en visiones y sueños (Num 12, 6); a otros por una inspiración interior (1 Re 22, 13-17); por profecías[1] y oráculos[2]; también a Moisés cara a cara (Num 12, 8). Todos estos inspirados, tienen clara conciencia de que les hablaba Dios. Para ellos, su Palabra de Dios era el hecho primero que determinaba el sentido de su vida.
Los profetas hacen que el pueblo de Israel se convierta en oyente directo de la palabra de Dios, enseñándole a reconocer su acción salvadora en los acontecimientos que están viviendo. Por ello, la misión esencial del profeta será interpretar la historia como hecho salvífico para las personas creyentes[3].
Dios llamó (vocación) y se puso en contacto con los profetas cuando las cosas comenzaban a ir mal, cuando la sociedad se corrompía profundamente, cuando los superiores y los guías espirituales no cumplían su misión, cuando las masas populares entraban por el camino de la perdición. La era profética (siglos VI-XIII a.C.) corresponde a un período de infidelidad y crisis. Esto explica que se presenten tan a menudo como los censores de la conducta, haciendo sonar las palabras de alarma en cuanto veían venir un peligro (Ez 33).
2.- LA PALABRA DE DIOS EN EL NUEVO TESTAMENTO
La lengua, como órgano del habla, revela lo más íntimo de las personas. Puede estar sometida a lazos diabólicos (Mc 7, 35) y, por el poder del maligno, los efectos del pecado se manifiestan de múltiples maneras mediante la lengua. Pero también por ella se manifiesta el poder salvador de Jesús. Tanto en cada cristiano como en la comunidad redimida, se proclama la fuerza renovadora del Espíritu Santo, y por la lengua se hace en voz alta la alabanza de Dios.
El libro de la carta a los hebreos dice textualmente: “En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por su Hijo” (Heb 1, 1-4).
Pero en ninguna parte se dice que la palabra de Dios es dirigida a Jesús como se decía antiguamente de los profetas. Sin embargo, en el evangelio de san Juan, como en los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), la predicación de Jesús equivale a la “proclamación de la palabra” (Jn 14, 24). Por consiguiente, el que oye las palabras de Jesús, oye la palabra de Dios (Jn 5, 24; 8, 51; 12, 48). Puesto que la palabra de Jesús es al mismo tiempo la palabra del Padre, por esto es palabra de salud (Jn 14, 24) y de verdad (Jn 17, 17), y por esto las palabras de Jesús dan la vida a los creyentes, pero acarrean el juicio a los incrédulo (Jn 12, 47 ss.). La palabra de Dios que Jesús decía, son en su totalidad la revelación que Dios hace de sí mismo a las personas: “La palabra de Dios”, “tu palabra” (Jn 14, 6. 14. 17).
Más allá de la afirmación de que la palabra de Jesús es palabra de Dios, Jesús mismo es definido como “la palabra”, es decir: las palabras (la predicación) de Jesús como palabras de Dios se fundamentan en su ser y en sus mismas palabras: “ipsisima verba Iesus”.
[1] Las profecías
bíblicas son, en la mayoría de los casos, poemas. Presentan rasgos comunes,
sobre todo, que han sido habladas antes de escritas, por lo menos las profecías
que son anteriores al destierro. Son discursos reales y se hallan, por
consiguiente, en “estilo oral”. Pero entre ellas hay grandes diferencia que
proceden del temperamento de los profetas o de sus habilidades literarias:
Isaías escribe magníficamente, Jeremías no tan bien, Ezequiel menos todavía.
[2] Los
Oráculos pueden tener afinidades con diversos géneros literarios. Pueden ser
alegorías, como en (Is 5 y Ez 16-17), sentencias como en (Is 28, 23-39), salmos
como en (Nah 1; Hab 3; Jer 15, 10-18; Jer 17, 5-8), sátiras (Naf 2-3).
Numerosos pasajes proféticos son oraciones, interpelaciones o súplicas a Yahvé,
como vemos frecuentemente en Jeremías.
[3]LOPEZ
ASENSIO, A.; “Sabiduría judía de
Calatayud y Sefarad”, Zaragoza, 2009, p. 113.
Comentarios
Publicar un comentario