EL OYENTE DE LA PALABRA

 Por: Álvaro López Asensio

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1.- LA PALABRA DE DIOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

 Palabra y lenguaje son los medios por los cuales las personas se ponen en contacto espiritual con su entorno y, muy especialmente, con las demás personas. Para los antiguos israelitas, la palabra y el concepto eran algo más que una cosa convencional: constituían el medio apto para ordenar fenómenos y pensamientos y, al mismo tiempo, eran puente de comunicación y camino para influir, cosa que tiene su expresión principalmente en las formas de maldición o de bendición.

En el Antiguo Testamento el tema de la Palabra divina era una experiencia: Dios hablaba directamente a las personas privilegiadas; por ellos hablaba a su Pueblo y a todos los seres humanos.

En efecto, en todas las épocas bíblicas, Dios habló a estos elegidos, los profetas, para transmitir su palabra. A unos en visiones y sueños (Num 12, 6); a otros por una inspiración interior (1 Re 22, 13-17); por profecías[1] y oráculos[2]; también a Moisés cara a cara (Num 12, 8). Todos estos inspirados, tienen clara conciencia de que les hablaba Dios. Para ellos, su Palabra de Dios era el hecho primero que determinaba el sentido de su vida.

Los profetas hacen que el pueblo de Israel se convierta en oyente directo de la palabra de Dios, enseñándole a reconocer su acción salvadora en los acontecimientos que están viviendo. Por ello, la misión esencial del profeta será interpretar la historia como hecho salvífico para las personas creyentes[3].

Dios llamó (vocación) y se puso en contacto con los profetas cuando las cosas comenzaban a ir mal, cuando la sociedad se corrompía profundamente, cuando los superiores y los guías espirituales no cumplían su misión, cuando las masas populares entraban por el camino de la perdición. La era profética (siglos VI-XIII a.C.) corresponde a un período de infidelidad y crisis. Esto explica que se presenten tan a menudo como los censores de la conducta, haciendo sonar las palabras de alarma en cuanto veían venir un peligro (Ez 33).

2.- LA PALABRA DE DIOS EN EL NUEVO TESTAMENTO

La lengua, como órgano del habla, revela lo más íntimo de las personas. Puede estar sometida a lazos diabólicos (Mc 7, 35) y, por el poder del maligno, los efectos del pecado se manifiestan de múltiples maneras mediante la lengua. Pero también por ella se manifiesta el poder salvador de Jesús. Tanto en cada cristiano como en la comunidad redimida, se proclama la fuerza renovadora del Espíritu Santo, y por la lengua se hace en voz alta la alabanza de Dios.

El libro de la carta a los hebreos dice textualmente: “En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por su Hijo” (Heb 1, 1-4).

Pero en ninguna parte se dice que la palabra de Dios es dirigida a Jesús como se decía antiguamente de los profetas. Sin embargo, en el evangelio de san Juan, como en los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), la predicación de Jesús equivale a la “proclamación de la palabra” (Jn 14, 24). Por consiguiente, el que oye las palabras de Jesús, oye la palabra de Dios (Jn 5, 24; 8, 51; 12, 48). Puesto que la palabra de Jesús es al mismo tiempo la palabra del Padre, por esto es palabra de salud (Jn 14, 24) y de verdad (Jn 17, 17), y por esto las palabras de Jesús dan la vida a los creyentes, pero acarrean el juicio a los incrédulo (Jn 12, 47 ss.). La palabra de Dios que Jesús decía, son en su totalidad la revelación que Dios hace de sí mismo a las personas: “La palabra de Dios”, “tu palabra” (Jn 14, 6. 14. 17).

Más allá de la afirmación de que la palabra de Jesús es palabra de Dios, Jesús mismo es definido como “la palabra”, es decir: las palabras (la predicación) de Jesús como palabras de Dios se fundamentan en su ser y en sus mismas palabras: “ipsisima verba Iesus”.

 3.- LAS PERSONAS: OYENTES DE LA PALABRA    

 La Palabra de Dios es para algunos el camino para encontrar a Dios. La Biblia ejerce sobre muchos creyentes una atracción poderosa. La fe de los que la escribieron, la calidad de sus reflexiones y su alteza de miras, la continuidad de la historia que va desenvolviéndose en la Biblia, el valor religioso y moral de sus enseñanzas, la manera con que en ella se habla de Dios o con que se presenta la palabra de Dios, la personalidad de personas tales como los profetas y, después, la persona de Jesús en el Nuevo Testamento, no pueden menos de impresionar vivamente y de solicitar a una inteligencia que tenga buenas disposiciones. Aunque la Palabra de Dios no da la fe, sin embargo, es a menudo la ocasión que Dios escoge para darla.

 Los creyentes (cristianos y judíos) creemos que la Biblia es la Palabra de Dios. Esta fe se sitúa en el interior de nuestra adhesión a todas las verdades que Dios nos ha dado a conocer y que la Iglesia nos enseña para que las creamos. No obstante, Dios habla a las personas cuando lo buscan para orar o simplemente dirigirse a Él.

 La lectura de la Palabra de Dios y toda la actividad bíblica, lo mismo que toda actividad propiamente cristiana, no pueden encerrar a una persona en sí misma. No se puede ser cristiano “a solas”. La fe no puede estar aislada de las demás, pues el amor, el cual no ama “de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Jn 3, 18).

 Pero las personas -creyentes e incrédulas- no solemos escuchar la Palabra de Dios como debemos, sino que la oímos y, ni siquiera eso. No es lo mismo oír que escuchar. Cuando la oímos no penetra en el corazón, pasa desapercibida porque nuestro centro de atención está en otras realidades y dioses particulares. Cuando la escuchamos, dejamos que cale dentro de nuestro interior y de nuestra conciencia. Esta actitud hace que penetre el mensaje de Dios en nuestras vidas y en nuestras conciencias. En cualquier caso, es bueno escuchar la Palabra de Dios para mejorar como personas. Sus recomendaciones de amor y perdón siempre son beneficiosas para uno mismo y para el bien común.



[1] Las profecías bíblicas son, en la mayoría de los casos, poemas. Presentan rasgos comunes, sobre todo, que han sido habladas antes de escritas, por lo menos las profecías que son anteriores al destierro. Son discursos reales y se hallan, por consiguiente, en “estilo oral”. Pero entre ellas hay grandes diferencia que proceden del temperamento de los profetas o de sus habilidades literarias: Isaías escribe magníficamente, Jeremías no tan bien, Ezequiel menos todavía.

[2] Los Oráculos pueden tener afinidades con diversos géneros literarios. Pueden ser alegorías, como en (Is 5 y Ez 16-17), sentencias como en (Is 28, 23-39), salmos como en (Nah 1; Hab 3; Jer 15, 10-18; Jer 17, 5-8), sátiras (Naf 2-3). Numerosos pasajes proféticos son oraciones, interpelaciones o súplicas a Yahvé, como vemos frecuentemente en Jeremías.

[3]LOPEZ ASENSIO, A.; “Sabiduría judía de Calatayud y Sefarad”, Zaragoza, 2009, p. 113.

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