9.6.2.-
EL PECADO DE IRA EN LA BIBLIA
9.6.2.1.- La ira en el Antiguo
Testamento
El Antiguo Testamento asume dos
términos griegos que designan el proceso psíquico que llamamos ira[1]:
A.-
El término thymós designa la
irrupción violenta en el ánimo, es decir, la cólera, el malhumor, enfurecerse
hasta que uno se inflama en un instante.
B.-
El vocablo orgé señala la
manifestación extrema activa y, al mismo tiempo, el movimiento anímico que
acompaña esta manifestación. Orgé
incluye siempre un elemento de reflexión orientado hacia algo, por ejemplo,
hacia la vergüenza o hacia el castigo.
Dios condena la reacción violenta
de las personas que se arrebata contra otro, ya sea envidioso como Caín (Gen 4,
5), furioso como Esaú contra Jacob (Gn 4, 5), o como Simeón y Leví cuando
ultrajan a su hermana (Gen 49, 5ss.). Estas iras inducen, en ocasiones, al
homicidio.
Pero en el Antiguo Testamento
también se habla con frecuencia de la “ira
de Dios” en estos términos: “Arde su
cólera, sus labios respiran furor, su lengua es como fuego abrasador. Su
aliento como torrente desbordado que sube hasta el cuello… Su brazo descarga en
el ardor de su ira, en medio de fuego devorador, en tempestad, en aguacero y en
granizo… El soplo de Yahvé va a encender como torrente de azufre la paja y la
lecha acumulados en Tofet” (Is 30 27-33). El resultado de esta ira: David
debe escoger entre hambre, derrota o peste (2Sam 24, 13ss); otra vez son las
plagas (Num 17, 11), la lepra (Num 12, 9ss.), incluso la muerte (1 Sam 6, 19).
Pero la ira de Dios no dura para
siempre. La esperanza es fomentada por la voluntad salvífica de Dios (Sal 78,
38). Las personas son capaces de aferrarse activamente a esta esperanza si son
humildes (2 Cro 12, 12), si se dirigen a Dios en una plegaria nacida del
arrepentimiento (Ex 32, 12.14), y si por su parte responde afirmativamente mediante
sus actos de obediencia al compromiso de la Alianza (Num 25, 6-11). Si se da
todo esto y también la conversión del corazón (Jer 4, 4), se cumplirá y las
personas darán gracias a Dios.
9.6.2.2.- La ira en
el Nuevo Testamento
En el Nuevo Testamento el
sustantivo griego orgé se refiere a
la ira, tanto de Dios como de los hombres. Por el contrario, thymós es preferido para expresar una
cólera repentina y explosiva (Lc 4, 28; Hch 19, 28).
En el sermón de la montaña se
prohíbe claramente aquella ira que se dirige contra el hermano (Mt 5, 22). En
efecto, algo ha cambiado con la venida de Jesucristo. De la ira ya no nos libra
la Ley del Antiguo Testamento, sino Cristo (1 Te 1, 10). Dios, que “no nos ha reservado para la ira, sino para
la salvación” (1 Tes 5, 9), nos asegura que “justificados (con Cristo), seremos salvados de la ira (de Dios)” (1
Cor 1, 18).
En efecto, Jesús ha “quitado el pecado del mundo” (Jn 1, 29),
ha sido hecho pecado para que nosotros fuéramos justicia de Dios en Él (2Cor 5,
21), ha muerto en la cruz, ha sido hecho maldición para darnos la bendición
(Gal 3, 13). En Jesús se han encontrado los poderes del amor y de la santidad,
tanto, que en el momento en que la ira descarga sobre el que había “venido a ser pecado”, el amor sale triunfante;
el laborioso itinerario de las personas que tratan de descubrir el amor tras la
ira se acaba y se concentra en el instante en que muere Jesús, anticipando la
ira del fin de los tiempos para liberar de ella, para siempre, a quien crea en
Él.
9.6.2.3.- Para la praxis catequética
La
venida de Jesús de Nazareth no significa simplemente “gracia barata” (perdón a
la carta) para todos. Dios es juez siempre, y la fe cristiana en la gracia de
Dios no consiste en la convicción de que la cólera de Dios no existe y de que
no tenemos ante nosotros, amenazante, su juicio (2 Cor 5, 10); sino que
consiste en la convicción de que podemos salvarnos de la ira de Dios[2].
Si
Dios ha determinado que seamos objeto de misericordia (Rom 9, 23) es porque
debemos buscar y aceptar la salvación que se nos ofrece por la fe y aceptación
a Cristo, es decir, si dejamos que Cristo se apodere e influya en cada uno de
nosotros. Solo el que cree en Jesucristo no debe temer la ira de Dios, pues es
todo amor y perdón.
9.6.3.-
EL OSO EN EL ROMÁNICO
Desde
antiguo, la cordillera pirenaica ha albergado osos en libertad. Para los
lugareños suponían un grave peligro, pues su presencia ocasionaba peligros,
destrozos y pérdidas económicas a agricultores, ganaderos y artesanos.
También
era una amenaza para las personas del románico, no sólo para los pastores que
pastoreaban el ganado por las montañas, sino incluso para los moradores en
aldeas y núcleos urbanos, pues entraban en sus corrales para comer los animales
domésticos tan necesarios para la subsistencia.
Esto
hizo que, en toda la jacetania y Serrablo, se asociara con un animal violento,
colérico, rabioso, enojado, irritado, furioso, fiero y lleno de ira. Esto,
lógicamente, se plasmó no sólo en mitos, leyendas y refranes sino que, también
se manifestó en la iconografía religiosa del momento como el símbolo por
excelencia del pecado capital de ira.
9.6.4.-
EL OSO EN LA CATEDRAL DE JACA
Este capitel de dos caras se
expone en el museo diocesano de Jaca. Es muy probable que pertenezca a una
ventana o arco del primitivo claustro románico de la catedral.
A.- Escena
lateral derecha
B.- Escena lateral
izquierda
En la escena lateral derecha (imagen
A) aparece el oso. En la lateral izquierda (imagen B) se observa a un hombre
tirando de él con una cuerda atada al cuello (escena lateral derecha). En el
nivel superior las volutas con la decoración en espiral.
El personaje lleva el pelo corto,
imberbe y va vestido con indumentaria propia del románico. Entre sus manos
sujeta la cuerda que somete al oso, el cual, le acompaña en su caminar vital y
también emocional, como si formara parte de su existencia.
El capitel simboliza la ira que
siempre acompaña y está presente en las personas, una faceta oscura y
misteriosa que, a veces, sale inesperadamente y que no podemos controlar
pasados unos minutos.
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