EL PERDÓN Y LA RECONCILIACIÓN

Por: Álvaro López Asensio

Página web: www.alopezasen.com


1.- EL PERDÓN EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

            El movimiento profético bíblico (del 1000 al 332 a.C.) centra su mensaje en la conversión personal, que es definida con estos dos vocablos hebreos:

A.- El sustantivo teshuvá indica vuelta, regeneración, cambio de dirección (una rotación de 180 grados), inversión del camino, etc.  La conversión hace que las personas dejen de ser espectadores y pasen a ser actores de su propio cambio interior. La persona se pone de pie y se pregunta: ¿qué estoy haciendo en este estado?.

B.- Shuv significa más bien responder. Las personas responden a Dios, convirtiéndose con él, por él y en él; es lo que en griego se denomina metanoeo (metanoia) o cambio de opinión y de reflexión.

            Para el profeta Oseas, la conversión de las personas pone de manifiesto la ternura de Dios cuando exclama: “Vuelve, Israel, al Señor tu Dios, porque has tropezado en tu iniquidad. Preparad las palabras que debéis decir y volveos al Señor y decidle: aleja toda iniquidad; acepta lo que está bien y te ofreceremos el fruto de nuestros labios” (Os 14, 2-3). También el Salmista dice al respecto: “Se recordarán y volverán al Señor todos los confines de la tierra, se postrarán delante de él todas las familias de los pueblos” (Sal 22, 28).

El autor del libro de las Lamentaciones invita a que “Examinemos nuestra conducta y escrutémosla, volvamos al Señor” (Lam 3, 40). Incluso rabí Aquiba (martirizado por los romanos en el año 135 de la Era cristiana) afirma que la mano derecha de Dios está siempre tendida para acoger cada día a los arrepentidos, y dice: “Volved, hijos del hombre” (Sal 90, 3). También el libro del eclesiástico deja claro que “El perdón debe ejercerse con todo hombre” (Eclo 27, 30-28, 7).

El Pueblo de Israel supo que el pecado era la oposición a Dios cimentada en la esencia más íntima de las personas, oposición que sólo podía ser suprimida por una nueva y misericordiosa donación de Dios (Sal 65, 3ss.).


2.- EL PERDÓN EN EL NUEVO TESTAMENTO

Jesús de Nazareth no fue enviado por su Padre para ser juez, sino salvador y redentor por nuestros pecados (Jn 3, 17ss.). Jesús invita, en todo momento, a la conversión (Lc 5, 32) y la suscita revelando que Dios es un Padre que tiene su gozo en perdonar (Lc 15). Jesús corona su obra obteniendo a los pecadores el perdón de su Padre. Ora y derrama su sangre en la cruz para remisión de los pecados (Mt 26, 28).

Su ternura y misericordia la plasmó con los pobres (Lc 4, 18), viudas, enfermos, sufrientes, mujeres pecadoras y con los extranjeros, a los que escuchó y atendió sus necesidades. No le importó su condición, al contrario, las personas y sus dificultades eran lo primero, perdonándoles además sus pecados.

Las cartas de san Pablo insisten en el aspecto jurídico del perdón, actitud que, por Jesús, nos salva y santifica (Rom 5, 1-11). A ejemplo de Jesucristo, el cristiano debe amar y simpatizar (Flp 2, 1), tener una auténtica compasión en el corazón (Ef 4, 32). No puede cerrar sus ojos y sus entrañas ante un hermano que se halla en la necesidad de ser perdonado. El amor de Dios no mora sino en los que practican la misericordia y la reconciliación (1Jn 3, 17).

También las primeras comunidades cristianas tenían por objeto la remisión de los pecados (Lc 24, 47). Otras palabras como purificar, lavar y justificar aparecen en los escritos Apostólicos, que insisten en el aspecto positivo del perdón, reconciliación y reunión[1].


3.- ¿EN QUÉ CONSISTE EL PERDÓN?

Cuando hoy entramos a un templo, lo hacemos con el deseo renovado de reconciliarnos con nosotros mismos, con los demás y con Dios; requisitos indispensables para ser perdonados por Él, quien no perdona si no hay arrepentimiento personal y se pide perdón a la persona ofendida.

Pero ¿para qué perdonar? Tanto el Dios hebreo como Jesús de Nazareth enseñan a sus que se debe perdonar. Para que no olvidaran esta obligación, Jesús la dejó inmortalizada en el Padrenuestro: “Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Lc 11, 4). También en la siguiente recomendación: “Porque si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial (el Dios hebreo): pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 6, 14-15).

A pesar del énfasis que se pone en la Biblia, perdonar es lo que más cuesta a las personas, tal vez porque tenemos una idea equivocada sobre el perdón.

Uno de los mayores errores consiste en creer que cuando uno perdona le hace un favor a su enemigo. En realidad cuando uno perdona se hace un favor a sí mismo. La misma experiencia nos enseña que cuando guardamos rencor a alguien, o tenemos un resentimiento hacia otra persona, somos nosotros los únicos que nos perjudicamos, sufrimos y causamos daños. Es indudable que nuestro enemigo estaría feliz si se enterara del daño que su recuerdo provoca en nosotros.

¿Cuántas veces hemos pensado que el que perdona pierde? En realidad el que perdona gana, porque perdonar es quitarse uno mismo una espina dolorosa capaz de herir toda una vida. El odio causa mayor daño a quien lo tiene que a quien lo recibe. Y el que se niega a perdonar sufre mucho más que aquel a quien se le niega el perdón. Cuando uno odia a su enemigo, pasa a depender de él. Aunque no quiera, se ata a él. Queda sujeto a la tortura de su recuerdo y al suplicio de su presencia. En cambio, cuando logra perdonar, rompe los lazos que lo atan y esclaviza, liberándose y dejando de padecer.

Por eso, cuando el mensaje judío y cristiano recomiendan que perdonemos a los demás, no lo hacen pensando en ellos, sino en nosotros. Porque dentro del proyecto religioso está que los creyentes seamos gente sana, y que podamos vivir la vida en plenitud. Él mismo Jesús lo afirmó: “Yo, he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10).

¿Perdonar es justificar? Cuando uno perdona reconoce que el otro ha obrado mal, que ha cometido un hecho más o menos grave pero aun así, y a pesar de todo, decide perdonarlo para preservar su propia salud y su bienestar interior. Por consiguiente, personar no es disculpar, es perdonar para asumir una higiénica actitud de vida, que produce, a la larga, efectos benéficos y saludables para nuestra salud mental, personal y emocional.

¿Perdonar implica perdonar? Muchas veces tenemos la errónea idea de que perdonar implica olvidar. No es así. El mensaje bíblico del Antiguo y Nuevo Testamento nunca pide a nadie que olvide las ofensas recibidas. Sería ciertamente mucho más fácil perdonar si se olvida (como sería mucho más fácil la bondad humana si no hubiera tentaciones). Pero el hecho de que uno no olvide, no significa que no perdone. Porque uno puede recordar espontáneamente los recuerdos más dolorosos y dañinos, y no por eso sufrir el desgaste interior propio de quien guarda un doloroso rencor. A veces conviene no olvidar, para evitar volver a ser herido. Porque quien perdona y olvida, olvida lo que perdona.

¿Perdonar es restaurar? También creemos que perdonar significa volver forzosamente la cosas a como estaban antes del enojo. Que si uno perdonó a un amigo, debe devolverle la amistad, que si uno perdonó a alguien con quien convivía, debe aceptarlo nuevamente con él; que si uno perdonó a un ser querido, debe volver a sentir cariño por él. Pero eso no es necesariamente así. No siempre se puede devolver toda la confianza a quien nos defraudó, aun cuando se le perdone. No siempre se puede volver a sentir aprecio o estima por quien nos ha ofendido, ni reanudar la amistad con quien nos ha agraviado. A veces resulta una imprudencia restituir la confianza a quien nos ha engañado una vez, aunque le haya perdonado. El perdón no implica reponer sentimientos ni afectos. Tampoco el perdón impida que yo reclamemos la restitución de los derechos violados por el ofensor, o la reparación de la injusticia que él cometió, o el digno castigo que él se merece, siempre que yo no busque en ello la venganza personal, sino la justicia.

¿Perdonar es aceptar disculpas? Sería falso creer que, para perdonar a alguien, tengo que esperar a que él se arrepienta y me pida perdón. Cuando Dios perdona, no lo hace para sanarse Él, sino para sanarnos a nosotros del pecado (del no amor) y devolvernos su amistad (el amor); por eso hace falta que estemos arrepentidos y pidamos disculpas. Pero cuando perdonamos lo hacemos para librarnos de las secuelas que dejó la violencia o el desprecio vivido. Y para eso no hace falta que el otro se arrepienta. Basta con que uno quiera perdonar.

Entonces, si perdonar no es favorecer al enemigo, ni justificar su conducta, ni olvidar su agravio, ni restaurar su amistad, ni esperar sus disculpas, ¿Qué es el perdón?. El perdón es ante todo una decisión. No está subordinado a nada, ni depende de que el otro cumpla ciertos requisitos. Uno perdona simplemente porque quiere hacerlo o por convicciones religiosas.

Cada uno debemos descubrir, con la ayuda y el diálogo con Dios, el valor del perdón en nuestra vida y en las relaciones con los otros. El mensaje de bíblico da mucha importancia al amor y al perdón. No se entiende que un judío o cristiano no estén habituados a perdonar, pues lo que impulsa a la naturaleza humana es todo lo contrario: venganza, odio, saldar cuenta, perdonar pero no olvidar, arrieros somos y en el camino nos encontraremos, etc.

¿Y cómo puede uno saber que ya ha perdonado? Siguiendo ciertos consejos del Nuevo Testamento, podemos descubrir algunas pautas:

A.- El salmo 103 muestra la misericordia de Dios, ejemplo de perdón: "El perdona todas tus culpas, cura todas tus enfermedades" (versículo 3); "No nos trata como merecen nuestros pecados; ni nos paga según nuestras culpas" (Versículo 10); "Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles" (versículo 13).

B.- El libro de los Proverbios nos muestra a un Dios de amor, la actitud que se debe tener para valorar el amor. Sin amor no hay perdón:  "El que perdona la ofensa cultiva el amor; el que insiste en la ofensa divide a los amigos" (Prov 17, 9)

C.-   El salmo 86 nos recuerda que Dios perdona por su gran bondad, el mismo corazón que debemos tener para perdonar: "Tu, Señor eres bueno y perdonador; grande es tu amor por todos los que te invocan" (versículo 5).

D.- El profeta Isaías nos recomienda cambiar, convertirnos a Dios para descubrir el valor del perdón:   "Que abandone el malvado su camino, y el perverso sus pensamientos. Que se vuelva al Señor, a nuestro Dios, que es generoso para perdonar, y de Él recibirá misericordia" (Is 55, 7)

E.- Cuando ya no se le desea el mal al otro, según las palabras de Jesús: “Amén a sus enemigos, haced el bien a quienes odien, bendecid a quienes os maldigan” (Lc 6, 27-28).

F.- Cuando se ha renunciado a la venganza, tal como lo enseña san Pablo: “No devolváis a nadie el mal por el mal; no os venguéis de nadie” (Rom 12, 17.19).

G.- Cuando uno es capaz de ayudar a su ofensor si lo ve pasar necesidad, como también  dice san Pablo: “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; haciendo esto amontonarás carbones encendidos sobre su cabeza” (Rom 12, 10) 

En resumen, perdonar es soltar de la mano, una brasa encendida que nos quema, que tomamos en algún momento de la vida y que nos perjudica, avergüenza, crea mal de conciencia y nos quita las ganas de vivir. En cambio, la falta de perdón es capaz de enfermarnos, intoxicarnos y volvernos malas personas. Por eso es muy acertado el consejo de Agustín de Hipona: “Si un hombre malo te ofende, perdónalo, para que no haya dos hombres malos”.

Con la ayuda, diálogo y confianza en Dios podemos conseguir que, el perdón y la reconciliación, forme parte de nuestro proyecto de vida y de nuestra forma de ser coherentes como creyentes. La fe es un buen instrumento para acercarnos al amor misericordioso de Dios y descubrir el valor del perdón en nosotros mismos y hacia los demás.



[1] LEON-DUFOUR, X.;Vocabulario de teología bíblica, Editorial Heder, Barcelona 1965, p. 606.

Comentarios

Entradas populares de este blog