INFIERNO Y JUICIO FINAL EN LA BIBLIA

Por: Álvaro López Asensio

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1.- INFIERNO EN EL ISRAEL BÍBLICO

1.- El firmamento, la tierra y los abismos infernales bíblicos

Sobre la forma y disposición del mundo visible, los hebreos bíblicos creían que la tierra era una superficie más o menos plana que comprendía los continentes y los mares, cuyo destino era servir de morada a los seres humanos. Ella dividía el universo en dos partes, superior e inferior. Por encima de ella el cielo, en hebraico schamajim, es decir, las cosas que están en lo alto, con la apariencia de una gran bóveda en las partes extremas de la tierra. El cielo comprendía toda la parte superior del mundo; ese era el reino de la luz y de los meteoros, y en la parte más alta, se movían los astros[1].

Bajo la superficie de la tierra estaba la masa misma de la tierra, y las profundidades del mar, que juntas constituían la parte inferior del mundo, oscura y desconocida, la cual, en oposición al cielo, era designada con el nombre de tehom (profundidad), y que ha sido expresado por los traductores griegos y latinos de la Biblia con la palabra abismo: Tus juicios son un gran abismo” dice el autor del salmo 36, para indicar una gran profundidad. “Tú me sacaste de nuevo de los abismos de la tierra”, dice el autor del salmo 71, es decir, de la mayor miseria. También se menciona al abismo como parte del universo: “El Señor hace todo lo que le place en el cielo, en la Tierra, en los mares y en todos los abismos” (Sal 107, 26).

En la parte más profunda de los abismos, en su estrato inferior, estaba el sheol, descrito en el libro de Job como la tierra donde dominan las sombras de muerte, donde las tinieblas son rasgadas por alguna vislumbre crepuscular, donde no hay orden alguno y de donde jamás se regresa; en fin, algo muy análogo al hades de los griegos, al averno de los latinos, y al azlu de los babilonios[2].

1.2.- Un lugar donde viven los muertos: el sheol    

                El tiempo de las personas es limitado porque han sido creados por Dios para morir (Gen 3, 19-22). El estado de muerte se describe en la Tanak o Biblia hebrea como una situación de “silencio” (Sal 31, 18; 94, 17; 115, 17) y de “olvido” (Sal, 88, 13), es decir, de soledad existencial y ausencia de amor.

            También dice que los muertos o refaim (ser débil) sobreviven, ya que la muerte significa la pérdida de la vida, pero no necesariamente el cese de toda forma de existencia, dado que la vida es más que la existencia terrenal[3].

                La vida se desarrolla en el sheol[4], el lugar que designaba las profundidades de la tierra[5], lo profundo, lo subterráneo (Dt 32, 12; Is 14, 9); un lugar sin retorno (Job 7, 9-10; 10, 21; 16, 22) donde los muertos experimentan su existencia en otra dimensión. Para ir a él tienen que descender (Gn 37, 35; 42, 38; Num 16, 30-33; Is 14, 15), de ahí que a los muertos se les designe con el tópico bíblico de “los que bajan a la fosa” (Sal 28, 1; 30, 4; 88, 5; 143, 7).

                Allí los muertos conocen una suerte miserable (Is 14, 9), son abandonados al polvo (Sal 22, 16), a los gusanos (Is 14, 11). Su existencia no es más que un sueño donde está excluido todo conocimiento y alabanza a Dios (Sal 6, 6; 30, 10). Dios olvida a los muertos (Sal 88, 6) que han pasado las puertas del sheol (Job 38, 17).

            Aunque en la Biblia no se describe el sheol, sin embargo, el profeta Ezequiel (Ez 26 19-20; 31, 14-18; 32, 18-32) hace distinción de una parte más profunda, designada con el nombre de fosa o tierra profundísima (tehom-abismo), donde descienden los goyim (no judíos) incircuncisos, y los que perecieron por la espada, esparciendo el terror en el mundo de los vivientes.

                Pero la concepción del sheol no fue siempre la misma, sino que evolucionó en las diferentes etapas de la historia bíblica. Esta evolución está estrechamente relacionada con la lectura que el Pueblo de Israel tuvo del pecado, de la Salvación, de la retribución (premio o castigo) y de la culpa:

A.- Durante el período de la monarquía bíblica de Israel (desde el 1.000 al 333 a.C.), nació el dogma del sheol[6], palabra hebrea de origen desconocido que designaba las profundidades de la tierra (Dt 32 12; Is 14, 9), a donde bajaban los muertos (Gn 37, 35) y donde buenos y malos mezclados (1 Sam 28, 19; Sal 89, 49; Ez 32, 17-32) tenían una lúgubre supervivencia (Qo 9, 10), una vida reducida y silenciosa (Is 38, 18) donde no se alababa a Dios (Sal 6,6; Is 38, 18), ni tampoco se mantenía una relación con Él (Sal 30, 10; 88, 6-11-13), donde “hay un destino común para todos” (Qo 9, 3), donde “todos caminan hacia una misma meta; todos han salido del polvo y todos vuelven al polvo” (Qo 3, 20; Sal 89, 49).

Sin embargo y para consuelo de los muertos, también el poder del Dios vivo se ejerce en aquella desolada mansión (1 Sam 2,6; Sb 16, 13), ya que puede ir y sacar a las personas de allí cuando quisiera (Sal 30, 4; 49, 16; 71, 20; Sap 16, 13). Este poder no pretende juzgar la categoría moral de los muertos, sino contemplar su situación penosa, de ahí que lo llamen el “lugar de perdición” (Sal 88, 12; Job 26, 6; 28, 22; 31, 12); una “sima que devora” (Is 5, 14; Hab 2, 5; Jon 2, 1-7; Num 16 31-32).

B.- En la época helenística (del 333 al 63 a.C.) surgió la teología sapiencial o ketubim y, con ella, la esperanza de un juicio final donde Dios juzgará a cada persona por sus obras. El sheol aparece aquí ya como un lugar reservado a los malos: “su casa lleva a la muerte, y sus caminos a los Refaim[7]; cuantos entran, no vuelven más ni toman las veredas de la vida[8]” (Prov 2, 18 ss.). En cambio, el destino del sabio está en lo alto: “el sabio va hacia arriba por el camino de la vida, para apartarse del Sheol, que está abajo” (Prov 15,24).

A partir de entonces, el judaísmo admitió un infierno o gehenna[9] y un jardín del paraíso o Gan Eden. Si en un principio el sheol era un lugar donde buenos y malos llevaban una vida semi-inconsciente; en la época helenística la idea teológica de Sheol y “gehenna de fuego” confluyen para separar el destino que buenos y malos tendrán cuando resuciten en el día del juicio: los primeros gozarán en la tierra o GanEden, y los segundos serán castigados con suplicios en el valle de Hinnón o Gehenna de Jerusalén. Pero hasta que el juicio llegue, todos (buenos y malos) estarán en el sheol[10].

En esta época helenística, la "apocalíptica de Daniel[11]" (año 164 a. C.) consolida el anuncio del juicio al final de los tiempos, presentándose como el requisito previo para que se lleve a cabo el juicio de Dios sobre aquellos que ya han muerto. El verbo hebreo Safat significa indistintamente “juzgar” y “gobernar”. Cuando Dios interviene en la historia del Pueblo de Israel, Dios juzga. Su intervención tiene siempre una doble vertiente: salvífica y judicial. La prioridad de Dios será siempre la salvífica, ya que su juicio es siempre para la salvación.

 2.- INFIERNO EN EL CRISTIANISMO

2.1.- El infierno en el cristianismo: la condenación eterna

El Nuevo Testamento cristiano (siglo I de nuestra Era) sigue la versión oficial del judaísmo tardío o helenístico, donde se distinguen una parte superior, llamado sheol o Seno de Abraham, y la parte más profunda llamada gehenna o infierno en cuyas llamas son atormentados los pecadores (Lc 16, 22-28) y donde se encuentran los muertos que no alcanzaron la bienaventuranza. Así se llegó al actual sentido corriente del infierno.

En la Edad Media se piensa que el infierno es la morada de Satán, el ámbito alejado de Dios, el espacio abandonado por Él y enemigo de las personas. En este lugar demoníaco se padece el tormento, es decir, el sitio donde uno está lejos de Dios, en ausencia de Dios, sin participar del amor, la luz y la gloria de Dios.

Esta visión teológica influyó poderosamente en el arte románico medieval. La piedad y superstición popular interpretó el infierno como un lugar de tormento al que había que evitar  -a toda costa- por medio de la fe en Dios y una conducta evangélica. Pero lo que causó mayor fascinación fue el fuego del infierno. Predicadores de misión echaron mano de esta imagen para describir a sus oyentes los horrores del infierno y motivar la penitencia y el sentido de culpa por el pecado. Para evitarlos, las almas tenían que arrepentirse de sus pecados y perseverar en la fe y el amor de Dios.

2.2.- La parusía o venida del Señor

Parusía deriva del verbo griego páreimi (estar presente, llegar). El hebreo no posee un vocablo equivalente, si bien los verbos que significan “venir”, adquieren una connotación sacral que se aproxima bastante a la del término parusía, sobre todo, cuando tienen a Dios por sujeto.

La primera referencia en el Nuevo Testamento la encontramos en (2 Tes 2, 9), cuando el apóstol Pablo la utiliza para designar la venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos con una manifestación triunfal y un despliegue de poder en un ambiente solemne y festivo.

En efecto, la parusía se conecta inmediatamente con el fin del mundo (Mt 24, 3. 27. 37. 39), con la resurrección (1 Tes 4, 15; 1 Co 15, 23) y con el juicio (1 Tes 5, 23), la nueva creación en la que Dios será “todo en todas las cosas” (1 Co 15, 28).

El Nuevo Testamento también proclama los signos que la precederán: el enfriamiento de la fe (Lc 18, 8), la aparición del anticristo (2 Tes 2, 1ss.), la predicación del evangelio a todas las naciones (Mt 24, 14) y la conversión de Israel (Rom 11, 25ss.). De todos ellos, el que ha merecido la mayor atención de la exégesis bíblica es el anticristo.

Pablo de Tarso afirma en (2 Tes 2, 4-12) que el anticristo aparece como un personaje singular y todavía por venir. Sin embargo, san Juan lo identifica con una comunidad ya presente, en la que se encarna el espíritu de oposición a Cristo: la secta gnóstica. Por otra parte, el Apocalipsis parece describir el anticristo con los rasgos del imperio romano (Ap 13, 1-10). Todos estos matices en la caracterización y en la localización temporal, da pie para interpretar al anticristo como símbolo de los poderes que, a lo largo de la historia, se oponen al reino de Dios, es decir, al reino de amor que tiene que imperar en todo momento y en todas las circunstancias.

La eucaristía (la misa) se celebra como memorial de amor de Jesucristo “hasta que Él venga”. La celebración litúrgica es vista en la iglesia primitiva como anticipación mística del reino de Dios. La plegaria aramea marana-thá (ven Señor) (1 Co 16, 22; Ap 22, 20) se entiende como: si el Señor ha venido (ahora) entre nosotros, del mismo modo vendrá al término de la historia, respondiendo a la invocación de la Iglesia que anhela su presencia gloriosa y manifiesta.


 3.- EL JUICIO FINAL EN LA BÍBLIA

3.1.- El juicio final en el Israel Bíblico 

La idea de un Dios-Juez tiene su génesis en la doctrina de la Alianza entre Dios y el Pueblo de Israel en el monte Sinaí. Desde el mismo momento que se materializó el pactó (berit) de la Alianza, Dios realiza su juicio sobre el Pueblo. A cambio les garantiza la salvación y la victoria sobre sus enemigos.

En una vertiente distinta, este juicio de Yahvé también supone el castigo de los no judíos, de los que están fuera de Israel. Desde esta perspectiva encontramos los relatos del diluvio (Gn 7, 10-24; 8, 1-17), la destrucción de Sodoma (Gn 19, 1-38) y el castigo de Egipto (Ex 7, 4 y ss.). Como tesis general, Israel tiene asegurada la victoria en el juicio de Yahvé (Dt 32, 36; Is 30, 18; Jer 30, 11), mientras que sus enemigos sólo pueden esperar el fracaso por estar separados de él (Sal 7, 7,9; 110m 5).

A partir de la vuelta del Pueblo de Israel del exilio de Babilonia (538 a.C.), la idea del juicio se va desligando del acontecimiento histórico de Israel y se coloca en el plano escatológico. Allí es donde adquiere una dimensión más universal y donde se presenta el concepto de juicio final: el juicio al final de los tiempos. En algún Salmo, Dios es entendido como Juez de toda la tierra, de vivos y de muertos (Sal 9, 9; 82, 8).

Si en la época helenística (del 333 al 63 a.C.) la idea de resurrección irrumpió con fuerza en el Salmo (1, 1-6). También en la apocalíptica de Daniel[12]  (hacia el año 165 a.C.) se consolida su anuncio al final de los tiempos, presentándose como el requisito previo para que se lleve a cabo el juicio de Yahvé sobre aquellos que ya han muerto (judíos y paganos, buenos y malos, ricos y pobres). La observancia de la Ley será la que salve finalmente a los justos para ruina y vergüenza de sus enemigos (Dn 3, 24-90; 13-14).

3.2.- El día del juicio final en el Nuevo Testamento

La parusía o venida del Señor conlleva –como una de sus dimensiones- el juicio escatológico. En efecto, con el paso del tiempo, la idea de la parusía tendió a oscurecerse en favor de la del juicio al final de los tiempos, terminando por ser desplazada de la atención de los creyentes, quedando reducida a simple formalidad.

En el Antiguo Testamento, la idea central es que el juicio de Dios es para la salvación. Esta concepción se conservará en el Nuevo Testamento; textos como (Mt 25, 31ss.; Lc 10, 18; 2 Tes 2, 8), etc., muestran que el juicio será la victoria definitiva y aplastante de Cristo sobre los poderes hostiles del mal.

La prueba palpable de esta definición la encontramos cuando se anuncia como cierto el gran día del juicio. Jesús atribuye al Padre la doble función de juzgar y de retribuir (Mt 20, 23), sirviendo Él mismo de testigo: “a todo el que me confesare delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre, que está en los cielos” (Mt 10, 32).

Con mayor frecuencia, Jesús se presenta como árbitro de los destinos humanos: los desconocidos para Él quedan excluidos de la felicidad eterna (Mt 7, 23). El “día de Yahvé” es el día del Hijo del Hombre (Lc 17, 24), a quien le es adjudicado el juicio: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria y todos los ángeles con él, se sentará en su trono de gloria, y se reunirán en su presencia todas las genest, y separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha: Venid, benditos de mi padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo” (Mt 25, 31-34).

La idea de juicio y la persona de juez también figuran entre las ideas de los escritos de Juan. Según el cuarto evangelio, en función de Jesús se obra una división de la humanidad, que equivale a un juicio. La oposición luz-tinieblas, verdad-mentira se encarna en la existencia de dos partidos: creyentes-incrédulos, videntes-ciegos, ovejas del rebaño-ovejas extrañas, discípulos-judíos (en sentido joánico). En cristo-luz se realiza ya el discernimiento escatológico, es decir, la salvación o condenación en el juicio, ya que se separará a los justos de los impíos.

Pablo de Tarso atribuye regularmente el juicio a Dios (Rom 2, 2) o al Señor (Ef 6, 8). Todas las personas comparecerán ante el tribunal de Dios (Rom 14, 10) o ante el tribunal de Cristo (2 Cor 5, 10). Estos dos puntos de vista se armonizan en la fórmula de la epístola a los Romanos: “Dios, por Jesucristo, según mi evangelio, juzgará las acciones secretas de los hombres” (Rom 2, 16). Es “Cristo Jesús quien ha de juzgar a los vivos y a los muertos” (2 Tim 4, 1)

Cuando la iglesia primitiva confesaba su fe en el Cristo juez, lo que resonaba en el fondo de ese artículo de fe era el mensaje confortante de la gracia vencedora, tal y como había sido anunciado en el evangelio de Juan: “en esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros; en que tengamos confianza en el día del juicio… No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor” (1 Jn 4, 17-18).


4.- LA VIDA Y MUERTE VITAL

Para muchos judíos y cristianos, hablar del fuego eterno en las profundidades del infierno donde reside el demonio y sus colaboradores, es escandaloso, inconciliable con el mensaje del Dios amante y misericordioso. Para ellos, hablar del castigo eterno del infierno contradice el mensaje sobre el Dios del amor.

¿Tiene que desaparecer entonces de la predicación el tema del infierno como algo acristiano y que está por debajo de esta religión, para poder mantener el mensaje del amor de Dios? Quien piense así deberá primero poner en claro que el mensaje del amor de Dios no puede significar ni implicar un desvirtuar la realidad de Dios: éste es  y sigue siendo el Dios Santo.

Pero este alejamiento de la salvación, ese no tener comunión alguna con Dios, ¿comienza sólo con la muerte o el juicio? ¿No habrá que decir más bien que donde domina el alejamiento de Dios, donde quiera que se le abandona, donde dominan incredulidad y pecado, allí se encuentran las personas encerradas dentro del infierno; es ahí justamente donde se les juzgará? En esta línea, acaso podemos encontrar la posibilidad de hablar del infierno de modo acomodado a nuestra sensibilidad moderna.

Quizás ha conservado algo bíblico las personas de hoy, cuando hablan también del infierno a su modo, por muy alejado que se encuentren del modo de pensar tradicional sobre el infierno. Infierno es para ellas: la guerra o vivir en un matrimonio desecho, la violencia de género y vicaria, la violación de los derechos humanos y las conciencias, las intrigas llenas de odio por parte del ambiente social e interpersonal. Infierno para ellas son también las cárceles, los campos de trabajo y de concentración, las incómodas y desoladoras condiciones de trabajo en empresas, los contratos basura y salarios basura, las situaciones perjudiciales para la salud, incluso podemos añadir la pandemia de Covid19 donde mueren mieles de personas llenas de vida.

En una palabra, infierno es una vida sin salvación y esperanza. Aunque este modo de hablar es frecuentemente figurado, algo acertado hay en él, desde el punto de vista bíblico: el infierno no es únicamente algo que pertenece al futuro (o al más allá), sino que expresa la experiencia de una realidad alejada y alienada de Dios, en la que falta la gracia, la bondad y hasta la belleza de la vida. Entonces, las personas no cuentan sino consigo mismas y son juguetes de todos los poderes malignos y de todas las consecuencias que el pecado trae consigo: destrucción de la relación interhumana, destrucción del mundo del trabajo, aniquilación del derecho, de la justicia, de la honradez y de la ética personal y social, el vaciamiento del sentido de la existencia y la carencia total del amor, como dijo Jean Paul Sartre[13].

En resumen, cuando las personas se desentienden de Dios, se hallan lejos de su amor y, por consiguiente, ya están sometidos y metidos en el infierno. Si Dios es amor, una vida sin Dios y sin amor esta avocada a vivir en un infierno vital y espiritual presente y futuro.



[1] SCHIAPARELLI, J.V.; “La astronomía en el Antiguo Testamento”, Colección Austral, Madrid, 1969, p. 30.

[2] IBIDEM, 36.

[3] RUIZ DE LA PEÑA, J.L.;  Op.  Cit.  La  otra dimensión”,  p. 75.

[4] Para algunos, la palabra Sheol puede provenir del verbo hebreo Schaal (requerir, interrogar), por lo que sería un lugar del requerimiento, es decir, del juicio o el punto de partida de los oráculos de los difuntos. Otra hipótesis lo hace derivar de Schol (el país del Oeste), el lugar donde se pone el sol que representa la entrada en el mundo inferior. También hay quien opina que deriva de Schaah (ser desierto), por lo que sería la tierra sin vida. Sin embargo la terminología más parecida al sentido bíblico del término es la de Schohal (ser profundo) un mundo subterráneo, algo parecido al Hades griego o el Arallu asirio-babilónico.

[5] Todos los que morían descendían al Sheol, donde existía una igualdad absoluta para todos. Cuando Job deseaba haber muerto al nacer, añoraba: “ahora, muerto, descansaría, dormiría y reposaría con los reyes y los grandes de la tierra que se construyen mausoleos, con los príncipes ricos en oro y que llenan de plata sus moradas. Allí no perturban ya los impíos con sus perversidades, allí descansan los que codiciosos se afanaron, allí están en paz los esclavos, allí no oyen ya la voz del capataz, allí son iguales grandes y pequeños y el esclavo no está sometido al amo” (Job 3, 13-19).

[6] Todos los que morían descendían al Sheol, donde existía una igualdad absoluta para todos. Cuando Job deseaba haber muerto al nacer, añoraba: “ahora, muerto, descansaría, dormiría y reposaría con los reyes y los grandes de la tierra que se construyen mausoleos, con los príncipes ricos en oro y que llenan de plata sus moradas. Allí no perturban ya los impíos con sus perversidades, allí descansan los que codiciosos se afanaron, allí están en paz los esclavos, allí no oyen ya la voz del capataz, allí son iguales grandes y pequeños y el esclavo no está sometido al amo” (Job 3, 13-19).

[7] La palabra hebrea refaim significa “gigante”. Era una tribu pre-israelita muy antigua que habitaba al Oeste del río Jordán. Eran muy altos, como los anaquitas (Gen 15, 20) Dt 2, 11). Este texto bíblico quiere enseñar al Israelita que todos van al Sheol, incluso los refaim, por muy grandes, fuertes y poderosos que sean no se escapan de ir a este lugar del inframundo.

[8] ENCISO VIALA, J.; “Por los senderos de la Biblia: Israel”. Bilbao, 1956, vol. I, p. 89.

[9] La palabra Gehenna es una transcripción griega del nombre hebreo  Ge Hinnón o “valle de Hinnón”. ¿Por qué se le llamó así?. La proximidad de algunas fuentes hacían de este lugar un paraje ameno, cubierto de hierba y sombreado por frondosos árboles, en fuerte contraste con la aridez del desierto circundante. Sin embargo, en la historia de Israel su nombre se hizo abominable a causa del santuario que allí tenía el dios Molok (el dios cananeo que exigía sacrificios humanos, especialmente de niños, que luego eran quemados). A partir del ciclo profético, el Ge Hinnon se convertirá en el lugar donde sufrirán los condenados después de ser juzgados en el Juicio final.

[10]En esta época helenística el Sheol es concebido como un lugar con cuatro departamentos anchos y profundos: en el primero están las almas de los mártires; en el segundo las de los otros justos; en el tercero las de los pecadores que no han sufrido en esta vida y que han de resucitar para ser castigados, y en el cuarto las de los pecadores que han sufrido ya en esta vida y no han de resucitar. Nunca se llega a decir si en el Sheol se goza o se penaliza.

[11]"En aquel tiempo surgirá Miguel, el gran príncipe que defiende a los hijos de tu pueblo. Será aquel un tiempo de angustia como no habrá habido hasta entonces otro desde que existen las naciones. En aquel tiempo se salvará tu pueblo: todos aquellos que se encuentren inscritos en el libro (de la vida). Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno" (Dn 12, 1-2).

[12]Según Daniel, el Juicio se celebrará en el cielo o paraíso. Las naciones serán destruidas. Al reino de Yahvé pertenecerán todos los que están inscritos en el libro de la vida. Todos los demás heredarán la condenación eterna: “En aquel tiempo surgirá Miguel, el gran príncipe que defiende a los hijos de tu pueblo. Será aquel un tiempo de angustia como no habrá habido hasta entonces otro desde que existen las naciones. En aquel tiempo se salvará tu pueblo: todos aquellos que se encuentren inscritos en el libro (de la vida). Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno" (Dn 12, 1-2).

[13] SARTRE, J.P.; “A puerta cerrada, 1944, p. 176.

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