LUGARES DE CULTO EN LA BIBLIA
El redactor del libro del Génesis inicia
la historia de salvación del pueblo Hebreo, con el relato de la vocación de
Abraham (año
Los israelitas atribuían a los Patriarcas la fundación de ciertos santuarios. Su fundación responde a las reglas que otros pueblos semitas determinan para sus lugares de culto:
1.- Los árboles sagrados. En todo el Antiguo Próximo Oriente se reconoce carácter religioso a ciertos árboles. El árbol sagrado está especialmente documentado en la tradición mesopotámica. En ella aparece como símbolo de la fecundidad o como un tributo de los dioses a la fecundidad. Nunca se representa como divinidad, ya que no hay un culto del árbol propiamente dicho.
Los profetas de Israel condenan a los israelitas que van a sacrificar en la cima de las colinas, a la sombra de los árbones (Os 4, 13-14). El libro del Deuteromonio y los textos que dependen de él literalmente condean los lugares de culto establecidos “sobre las colinas, bajo todo árbol verdeguenate” (Dt 12, 2; 1Re 14, 23; 2 Re 16, 4; 17, 10; Jer 2, 20; Ez 6, 13); 20, 28; Is 57, 5). Ninguno de estos textos habla de culto tributado a tales árboles, más bien señalan el lugar del culto.
2.- Las alturas que acercan a la divinidad. Las montañas que se acercan al cielo, son consideradas en la antigüedad como moradas divinas. La mitología mesopotámica locliza el nacimiento de sus principales deidades en la montaña del mundo. En el poema de Gilgamés, la montaña de los cedros es una morada de los dioses. También en Grecia los dioses del Olimpo moraban en esta montaña sagrada.
En las tierras de Canaan (antiguo Israel) había también otras montañas santas, como el Hermón (junto a la frontera de Siria y Jordania), el Tabor (donde hay vestigios de altares para sacrificios cananeos) y el monte Carmelo, que tiene una larga historia cultual vinculada al profeta Elías. Pero Dios se apropia de estas montañas consagradas a los antiguos dioses, levantándose santuarios en su nombre (Sal 89, 13). Pero en la Tanak o Biblia hebrea descubrimos que Dios tiene sólo dos montañas santas: el monte Sinaí-Horeb (donde se reveló a Moisés, dio al Pueblo el Decálogo y estableció con él su Pacto o Alianza) y el monte Sión (lugar donde está el Templo de Jerusalén y dónde reside).
3.- Las aguas sagradas. La religión de Canaán reconocen una manifestación de la presencia divina en las fuentes que fecundan las tierra, en los pozos en que beben sus ganados y en las alturas donde se condensan las nubes para enviar luego la lluvia. Los israelitas y sus antepasados, que fueron primero pastores (nómadas) y luego agricultores (sedentarios), compartían también este mismo modo de ver.
Algunos topónimos bíblicos atestiguan la existencia de algún santuario cerca de una fuente o pozo: Cades (Gen 14, 7); Semes, cerca de Jericó (Jos 15, 7; 18, 17), etc. Todos estos nombres son indicios de un culto, o por lo menos de una leyenda religiosa. Según 1Re 1, 33-40, Salomon fue consagrado rey en la fuente de Guijón, en Jerusalen, donde parece había un santuario. Tambie´en el pozo de Bersabé, donde Abraham invoca a Dios (Gen 21, 23) y donde Isaac erige un altar a Dios que se le había aparecido (Gen 26, 23-25).
4.- Allí
donde los dioses se manifiestan en alguna teofanía. Las
apariciones y manifestaciones divinas marcan los lugares de culto en la época
antigua y, por defecto, en la época patriarcal de Israel, como luego veremos.
Un ejemplo claro es el Templo de Jerusalén, que será construido en el lugar
donde se había detenido el ángel de Dios y donde el rey David había erigido un
altar (2Sam 24, 16-25). También Dios promete aceptar los sacrificios que se le
ofrezcan en todo lugar donde haya “mencionado
su nombre” (Ex 20, 24), es decir, donde se haya manifestado.
2.- LOS SANTUARIOS EN ÉPOCA DE LOS PATRIARCAS (1.850-1.300 a.C.)
Todos estos elementos naturales que acabamos de ver, ponen al hombre en relación con la divinidad. También los Patriarcas (Abraham, Isaac y Jacob) levantan santuarios al “Dios de nuestros padres”, teniendo en cuenta estos elementos sagrados de la naturaleza o sobre otros paganos construídos según estos mismos criterios. Veamos los más importantes:
1.- El santurario de Siquén en Samaría. Este lugar es la primera estancia de Abraham en Canaán, tras venir de tierras mesopotámicas (Gen 12, 6-7). Allí se detuvo en el maqôm (en el lugar santo) donde se halla la encina de Moré o del adivino, un árbol al que pedían oráculos. Al parecer allí ya había un santuario cananeo.
Pero este santurario está más enraizado en el círculo de Jacob y de sus hijos. Al volver todo el clan familiar de Mesopotamia, acampa frente a Siquen, compra a los hijos de Hamor la tierra donde había levantado su tienda y erige allí un altar a “El-Berit” (Dios del pacto o Alianza) (Gen 33, 18-20). De allí marchó a Betel, lugar donde levantará otro santuario.
2.- El santurario de Betel (que en hebreo significa “casa de Dios”. Este lugar fue el segundo campamento de Abraham en Canaán, levantando allí y en Ay sendos altares al “El-Betel” (Casa de Dios) (Gen 12, 8).
Pero como en el caso de Siquén, se atribuye a Jacob la fundación de otro santuario (Gen 28, 10-22). La tradición bíblica dice que de camino hacia Harán, se detiene para dormir en maqôm o lugar santo, donde tiene el sueño de una escalera que une el cielo y la tierra, por eso reconocerá que es un bet-el, una “casa de Dios” y la puerta del cielo.
3.- El santuario de Mambré en Hebrón. Parece que Abraham levantó un altar a “El-Saday” (Dios de las montañas) bajo el árbol de encina de Mambré (Gen 13, 18). Aparte de esta breve indicación, Mambré aparece en el libro del Génesis no como un lugar de culto, sino como la residencia de Abraham, Isaac y Jacob (Gen 14, 13; 18, 1; 35, 27).
También en este lugar, concretamente en la cueva de Makpelá (frente a Mambré), señala la tradición la sepultura de los Patriarcas y sus mujeres (Gen 23, 17.19; 25, 9; 49, 30; 50, 13), que actualmente se puede visitar en Hebrón. El hecho de que se mencione el árbol de la encina y un altar, indican la existencia de un santuario.
4.- El santuario de Bersabé, en el límite meridional de Israel. Parece que la fundación de su santuario se atribuye a Abraham (Gen 21, 33), ya que allí plantó un tamarisco e invocó el nombre de “El-Olam” (Dios de la eterminidad).
Pero la tradición nos vincula a Isaac con este santuario, conocido como “pozo del juramento” o el “pozo de los siete” (Gen 21, 22-31). En este lugar Dios se le apareció a Isaac, confirmándole la promesa que le había hecho a Abraham de tener una gran descendencia si le guardaban fidelidad. Allí edificó Isaac un altar e invocó el nombre de Dios (Gen 21, 33). En este altar sacrificó Jacob en honor de Dios y fue favorecido con una aparición (Gen 46, 1-4).
En resumen, la tradición bíblica
confirma los lazos que unían a Siquén, Betel, Mambre y Bersabé con los
Patriarcas. Los santuarios levantados eran muy simples, un altar levantado
sobre una rudimentaria tienda y cerca de un maqôm
o lugar santo. Pero “El-Berit”, “El-Betel”, “El-Saday” y “El-Olam” no
son pequeñas divinidades locales diferentes, sino manifestaciones del mismo Dios
Supremo “El” (fuerza o ser fuerte),
nombre con el que los Patriarcas llaman “al
Dios de nuestros Padres”. En esta primera etapa de la revelación, los
Patriarcas y sus clanes reconcocen en estos antiguos santuarios a “El” como su Dios único y como autor de
las promesas hechas a sus desdendientes.
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