LA MUJER EN EL CRISTIANISMO PRIMITIVO

Por: Álvaro López Asensio

Página web: www.alopezasen.com

 


¿En qué medida pudieron las mujeres continuar siguiendo a Jesús después de la desaparición del Señor?. ¿Cuál fue su situación en la primera comunidad de Jerusalén y en las primeras cristianas?. ¿Fueron reconocidas por quienes las dirigían?. Estas y otras preguntas vamos a intentar clarificar en este artículo.

1.- La primera comunidad de los discípulos

El libro de los Hechos de los Apóstoles menciona la presencia de mujeres en el cenáculo[1], orando mientras todos esperaban al Espíritu Santo. Tras el relato de Pentecostés, se narra el discurso que Pedro pronuncia a la multitud (Hch 2, 14ss). Pedro habla expresamente del Espíritu “derramado sobre todo ser humano”, reconocimiento evidente de su efusión también sobre las mujeres. De ello se deduce que ellas siguieron viviendo con el grupo de discípulos y que estuvieron presentes en este primer discurso de Pedro.

No es seguro que las mujeres-“discípulo” de Galilea que seguían a Jesús formaran parte de la comunidad que se constituyó en Jerusalén después de su muerte. Lo lógico es que regresaran allí después de la resurrección. ¿Qué podían hacer en Jerusalén?. Como eran desconocidas, su testimonio no sería muy bien acogido. Sin embargo, en Galilea podían actuar mejor y tener más credibilidad[2].

2.- Las mujeres en la primera comunidad de Jerusalén

Lucas relata la comunidad “ideal” de Jerusalén: “Eran constantes en escuchar la enseñanza de los Apóstoles y en la comunidad de ida, en el partir el pan y en las oraciones… Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común: vendían sus posesiones y bienes y lo repartían entre todos según la necesidad de cada uno. A diario frecuentaban el Templo en grupo; partían el pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con alegría y de todo corazón…” (Hch 2, 42ss.).

Le llamamos “ideal” porque parece que la principal intención del evangelista es ofrecer el modelo que debería reproducir la Iglesia de Cristo. No es seguro que su descripción corresponda a la realidad.

Con el tiempo, los Doce se convirtieron en misioneros. Pedro se marchó a evangelizar fuera de Jerusalén. Entonces, la comunidad se dividió en dos grupos: el compuesto por judíos y el integrado por “gentiles” (no judíos), posiblemente de origen griego.

Sabemos que el “grupo de los judíos” fue dirigido por Santiago, el hermano del Señor, del que se sabe que no había sido discípulo de Jesús. La comunidad tomó entonces una forma sinagogal de organizarse, con “ancianos” (presbíteros), como la sinagoga de los tiempos de Jesús. Es evidente que las mujeres no podían formar parte de los “notables” de la misma.

Es muy probable que el “grupo de los gentiles” se sometiera a la obediencia de Santiago, aunque con “presbíteros” propios y cierta autonomía en el desarrollo de la liturgia y vida religiosa.

En realidad, so se sabe cuál fue la situación real de las mujeres de esta primera “iglesia jerosolimitana”. Ambas comunidades contaban con mujeres; pero probablemente no se trataba de las que habían seguido a Jesús que, como ya hemos dicho, partieron para Galilea. El hecho de que Santiago llegara a ser su presidente las disuadiría, sin duda, de  formar parte de la comunidad, pues Santiago, al no haber conocido la enseñanza de Jesús, seguía siendo muy judaizante y no debía de ser en absoluto favorable a que las mujeres tuvieran protagonismo dentro de la misma.

3.- Las mujeres en las comunidades de Pablo de Tarso

Aunque con frecuencia ha sido tachado de misógino, debido al famoso velo que les exigía llevar para profetizar[3], sin embargo, por sus cartas sabemos que permitió a las mujeres trabajar en la obra evangelizadora.

Las explicaciones que da al comienzo del capítulo segundo de su primera carta a los Corintios sobre la jerarquía, ha servido de argumento a quienes quieren justificar la inferioridad femenina (1Co 2, 6ss).

Admite que “sirven” y “colaboran” con él -y con sus otros discípulos- en extender la buena noticia de salvación que trae Cristo. En la Carta a los Romanos (Ro 16, 1ss.) cita a numerosas mujeres que han sufrido por el Evangelio[4]: a Junías, a sus “colaboradores” Prisca y Áquila, Trifena, Trifosa, Pérside y, sobre todo, a Febe (diakonos).

Además, Pablo cita a Evodia y Síntique (Flp 4, 2) en Filipos, comunidad fundada por Lidia, a la que el Apostol tenía un especial cariño (Flp 1, 3-5). En la carta a la comunidad de Colosas menciona también a Ninfa (Col 4, 15), que reunía en casa a los creyentes de Laodicea, como veremos a continuación.

4.- Las casas-iglesias: las “domus eclesiae

Sabemos que las mujeres estuvieron en el origen de las iglesias locales, reuniendo en sus casas a los creyentes.

El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta cómo Lidia fue la primera convertida por Pablo, en Filipos. Se hizo bautizar con toda su familia y acogió al Apóstol en su casa. Fundó así la primera comunidad de Europa (Hch 16, 11ss). Lucas nos dice que Pablo, después de su encarcelamiento, fue a encontrar “a los hermanos” a su casa (Hch 16, 40).

En Éfeso, Prisca y su marido Áquila reunían a la comunidad local en su casa, y parece que ella jugaba el papel principal en la pareja. También en Laodicea se reunían en casa de Ninfa (Col 4, 15).

La comunidad de Jerusalén formada por el “grupo de los gentiles” se reunían en casa de María, la madre de Juan Marcos (el autor del segundo evangelio).

Es lógico pensar que, las galileas amigas y el grupo de mujeres “discípulas” de esa región, pudieron fundar “casas-iglesias”, pues allí eran personas conocidas. No se habría olvidado que ellas habían seguido a Jesús y habían sido testigos de su muerte y su resurrección: eran por tanto, más creíbles que en Jerusalén, a pesar de su condición de mujeres. Si el libro de los Hechos de los Apóstoles mencionan (Hch 9, 31) que  la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría”, ¿cómo no sospechar que fueron estas mujeres las que estuvieron en el origen de esta Iglesia galilea?.

Más tarde, hacia el año 110, el erudito romano Plinio el Joven relata la existencia de una comunidad dirigida por dos esclavas en la región de Bitinia. En su carta a Trajano le dice que, de acuerdo con sus órdenes, ha sometido a tortura a esas dos mujeres “diácono” para recabar información sobre los miembros de dicha comunidad[5]. La carta de Plinio confirma que las mujeres ocuparon funciones importantes e incluso de dirección.

Al margen de toda cuestión de dirección, parece que las mujeres desempeñaron un papel muy relevante en sus casas, transmitiendo la fe, enseñando en su entorno familiar y a sus paisanos. Así Timoteo debe su vocación a su abuela Loida y a su madre Eunice (2 Tim 1, 5). No hay duda de que, sin las mujeres, el cristianismo no se habría extendido tan rápidamente por todo el Imperio romano.

5.- Las mujeres y la comida del Señor

Es muy difícil saber si las mujeres pudieron presidir la Eucaristía en las comunidades en que actuaban o cuando se reunían en sus casas.

Parece seguro que la Eucaristía se desarrolló en simbiosis con la comida judía[6], como había sido la última cena de Jesús con sus discípulos. Era el padre de familia quien la presidía, o un huésped masculino que estuviera de paso. Está fuera de toda duda que la comunidad sinagogal de Jerusalén marginó a las mujeres de cualquier tipo de función y, sobre todo, de presidir la Comida del Señor.

La Eucaristía no se concibe sin un presidente de la mesa. Cuando estaba presente un Apóstol, era él quien presidia el memorial del Señor. Tras estudiar detenidamente la Didajé[7] (10, 7), Hervé Legrand ha establecido que las Eucaristías eran presididas por el presidente de la comunidad. La Didajé indica que el presidente de la misma es un “profeta” o un “doctor”, por lo que la competencia para celebrar la Cena del Señor parece estar implicada en la de comunicar la palabra[8]. Un poco más tarde la presidencia pasará a los epíscopos y diáconos.

Sabemos que las mujeres estaban habilitadas para profetizar en las comunidades paulinas (1 Cor 11). Por consiguiente, ¿no se podría pensar que una mujer profeta pudo presidir la asamblea que se reúne en su casa?. Aunque en las comunidades cristianas formadas por judíos es difícil de admitir esta realidad, sin embargo, en las helenísticas formadas por “gentiles” es probable que se admitiera esta posibilidad. En esta últimas, la simbiosis con la comida judía (presidida siempre por varones) no era norma fija, pese a que Pablo pudo introducir las bendiciones judías o berajáh, que retoma la Didajé (párrafo 11) a finales del siglo I.

La interpretación rabínico-judaizante fue retomada, desgraciadamente, por los sucesores de Pablo y por los Padres de la Iglesia, favoreciendo que las mujeres fueran objeto de prohibiciones sucesivas que se fueron ampliando hasta desembocar en su eliminación, casi completa, de toda función eclesial futura[9].

 

 



[1] Lugar donde Jesús celebró la última cena con sus discípulos y donde se manifestó el Espíritu Santo el día de Pentecostés.

[2] TUNC, S.; “También las mujeres seguían a Jesús”, Sal Terrae, Santander, 1999, p. 91.

[3] JAUBERT, A.; “Les femmes dans lÉcriture”, Supl. Vie Cherétinne (marzo 1978), p. 46.

[4] TUNC, S.; Op. Cit. “También las mujeres seguían a Jesús”, p. 98.

[5] “Lettres de Pline le June à Trajan”, tomo IV, I. X, lettre 96 (editadas por Marcel Durry), Belles-Lettres, París 1997.

[6] LEGRAND, H. “La presidencia de la Eucaristía según la antigua tradición”, Spiritus 69 (1977), pp. 409-411.

[7] La Didajé es la enseñanza de los doce Apóstoles. Es una obra de la literatura cristiana primitiva que pudo ser redactada en la segunda mitad del siglo I.

[8] DELORME, J.; “diversidad y unidad de los ministerios después del Nuevo Testamento”, en Le Ministère et les misntères selon le Nouveau Testament, p. 309.

[9] TUNC, S.; Op. Cit. “También las mujeres seguían a Jesús”, p. 106.

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