EL MOVIMIENTO CULTURAL
DE LOS JUDÍOS EN AL-ÁNDALUS
Por:
Álvaro López Asensio
Página
web: www.alopezasen.com
1.- LOS JUDÍOS DE AL-ÁNDALUS
En el siglo X emigraron muchos judíos europeos a Al-Ándalus atraídos por su prosperidad económica, social e intelectual. También vinieron judíos norteafricanos y del Oriente Medio siguiendo las caravanas comerciales musulmanas. Estos dos grupos, junto a los judíos hispanos sobrevivientes de época visigoda, constituirán la principal fuente de florecimiento cultural hebreo bajo el Islam. Esta variedad de procedencias y culturas creó una sociedad abierta a todos los influjos y corrientes doctrinales que acabarán por enriquecer el pensamiento intelectual y filosófico de todos ellos.
A
pesar de que el Islam fue el fermento e impulso del judaísmo, lo cierto es que
este aportó lo mejor de su esencia a la filosofía medieval musulmana. No se
limitó a copiar de lo islámico ni a repetir sus fórmulas y axiomas, sino que
hizo ciencia y filosofía desde dentro de su más profundo espíritu judaico.
Las
ciudades y Taifas musulmanas de la Marca Superior, cultivaron tanto los
estudios científicos (matemáticas, medicina y astronomía, astrología, música,
arquitectura, poesía, etc.), como los filosóficos y teológicos. Mención
especial merece la gramática, disciplina que pretende reducir las estructuras
mentales a lenguaje lógico. A través de ella se quiere explicar la existencia de
Dios y dar sentido al orden natural y humano, frutos de su creación.
Uno
de los personajes más polifacéticos de la Marca Superior que cultivó todas
estas disciplinas del saber fue el zaragozano musulmán Avenpace[1], quien a pesar de posicionarse
filosóficamente como racionalista de tradición aristotélica, fue sin duda uno
de los referentes culturales no sólo para los dirigentes religiosos judíos y
musulmanes de todo Al-Ándalus, sino también para muchos sabios cristianos de
los reinos del Norte Peninsular.
Veamos a continuación cuáles fueron las principales corrientes filosóficas que se desarrollaron en Al-Ándalus y, muy especialmente, en la Marca Superior:
2.- TRADICIÓN BÍBLICO-RABÍNICA: NEOPLATONISMO
· Los judíos de Al-Ándalus hunden sus raíces filosóficas en el concepto bíblico yadah, que significa “sabiduría de vida” y “conocimiento de Dios”, el dador de esa vida. La yadah judía no se puede considerar como un movimiento filosófico propiamente dicho, sino una forma de entender la sabiduría que proporciona al hombre una experiencia de Dios.
· El judaísmo aceptó de la filosofía islámica -llamada hikma-
el pensamiento griego de orientación neoplatónica, es decir, un método para
racionalizar o explicar racionalmente la fe en Yahvé. A partir de ese momento
se puede decir que nace la filosofía, como tal, en el ambiente judío de
Al-Ándalus.
· Hasta
entonces, la tradición judía intentaba hacer comprensible la fe mediante el
comportamiento ético y el cumplimiento de los mandamientos bíblicos contenidos
en la revelación (Pacto de la Alianza entre Dios y el pueblo en el Sinaí), sí
como en las prescripciones rabínicas contenidas en el Talmud y la Misná. El
creyente solo debía creerlas y cumplirlas ya que, en ellas, está contenida la
palabra de Dios y, por consiguiente, su sabiduría divina.
· Con
el neoplatonismo nace una corriente filosofía de tema religioso, que aspira a
fusionar la especulación racional y las creencias religiosas en un sistema
metafísico riguroso, cuya metodología intentará resolver los problemas
teológicos planteados por el judaísmo en su convivencia con el Islam y el
cristianismo hispano. El Neoplatonismo es la fuente que inspirará al misticismo
judío en su principal obra literaria: la Cábala.
· A los judíos no les resultó difícil asimilar dicha filosofía ya que, Filón de Alejandría[2], judío de principios de nuestra Era, fue el primero en fusionar la filosofía del griego Platón y la verdadera sabiduría revelada por Dios a Moisés (la tradición judía), dando como resultado manifestaciones de una única y nueva sabiduría. La exégesis alegórica de la Biblia hebrea o Tanak (no hay que interpretarla al pie de la letra, sino ver su simbología y significado) permite que esa unidad sea una realidad.
3.- UN CAMBIO A LA RAZÓN: EL RACIONALISMO ARISTOTÉLICO
· El filósofo musulmán Averroes[3] tuvo una marcada
influencia aristotélico-racionalista en varios pensadores judíos del siglo XII.
Al margen de la profundidad de su pensamiento[4] y de su comprensión de
Aristóteles, los judíos lo consideraron un referente a la hora de resolver los
delicados postulados enfrentados entre la filosofía y la religión.
· Gracias
a Averroes, un sector del judaísmo rabínico –además de abrirse a las
disciplinas científicas y al método epistemológico- comenzó también a cultivar
la nueva filosofía aristotélica, lo que dio origen a la filosofía racionalista
hebrea.
· El
racionalismo de tradición aristotélica aceptará la idea de que la razón natural
es la única fuente de verdad y, por consiguiente, somete todo sentimiento
religioso y de fe a los postulados de la razón. El objetivo no es sólo conocer
desde la razón a Dios, sino también la certeza de que la fe, la tradición y la
revelación pueden explicarse racionalmente y así hacerlas inteligibles a la
razón.
· Las más notables y novedosas interpretaciones filosóficas de tinte aristotélico dentro del judaísmo fueron realizadas – en el siglo IX- por rabí Saadia ben Josef[5]; y durante el siglo XII por Jehuda Ha-Levi[6] y Maimónides[7], un platónico con gran dosis de aristotelismo.
4.-
UNA RESPUESTA ANTI-RACIONALISTA: LA MÍSTICA MUSULMANA Y JUDÍA
La
mística (del verbo griego myein, que significa “encerrar”) designa
un tipo de experiencia, cuyo objetivo es llegar al grado máximo de unión del
alma humana con Dios durante su existencia. La mística se diferencia de la
ascética en que ésta lleva al espíritu humano a la perfección, mientras que la
mística (con ayuda de la ascesis) une al creyente con Dios.
La mística musulmana nació en el siglo VIII de la mano de los sufíes[8], cuyas ideas fueron consideradas desde el principio por el Islam tradicional como heterodoxas, precisamente, porque frente a la concepción musulmana primitiva de un Dios inaccesible, este movimiento preconizaba el amor y la bondad de Alá, así como la posibilidad de la unión mística con él.
Los sufíes revindicaron una religiosidad menos externa[9] y más interior -como el profeta Mahoma- y postularon la necesidad de la ascesis[10] para alcanzar de forma paulatina la verdad espiritual interior[11] o haqiqa.
Este
movimiento influyó en algunos pensadores musulmanes de Al-Ándalus, entre ellos
al zaragozano Baya Ibn Paquda[12], quien sintetizó la mística
sufí a los postulados andalusíes. En su principal obra “los Deberes de los
Corazones” sostiene la comunión mística (debequt) del hombre
con Dios, que él define como un “unirse estrechamente a su luz altísima”.
Describiendo las cualidades y valores de los órganos del cuerpo y las
obligaciones de cada órgano, describe las obligaciones religiosas, las
creencias y las actitudes del corazón humano donde reside la dimensión
espiritual, la fe y el mundo interior.
La
tesis fundamental es la distinción entre los actos externos religiosos y los
internos e íntimos, los del corazón, que son los que tienen verdadero valor. En
efecto, el objetivo es que el alma ascienda en su camino hacia la unión con
Dios, el único Dios. Unidos a Él lo comprenderemos mejor racionalmente.
Insiste en abandonar el ritualismo religioso externo, incluso en el culto, y
apostar por una religiosidad profunda e interior, de ahí la necesidad de la
ascesis y mística, un método no sólo para relacionarnos con Dios, sino también
para experimentarlo dentro de la persona.
La mística judía que se desarrolla en torno al movimiento cabalístico no
nace en Al-Ándalus, sino en el contexto intelectual de los reinos cristianos
del siglo XII, como veremos luego.
[1] El zaragozano Ibn Bayyá (Avempace) (1085-1139) Autor
de numerosas obras como “El Régimen del Solitario”, “La Carta del
Adiós”, “Tratado de la Unión con el intelecto”, etc., es el primero
en afrontar la filosofía aristotélica. Su característica fundamental es la
unión entre racionalismo y misticismo, pues poniendo como meta última de hombre
el conocimiento racional de los inteligibles, el proceso termina con la unión mística
con el intelecto agente y con Dios, subordinando a ello, en segundo plano, todo
el orden de la ética que le había servicio como ayuda al conocimiento
intelectual. Con él termina la filosofía islámica en Zaragoza, ya que cuando
Alfonso I el Batallador conquista la ciudad en 1117, emigró a otras
ciudades de Al-Andalus y finalmente en Fez, donde murió, al parecer asesinado.
[2] Filón nació en la ciudad egipcia de Alejandría (20
a.C.-50 d.C.). La mayoría de sus datos biográficos proceden de su propia obra,
en especial de su libro autobiográfico “Legatio ad Caium” (Embajada a
Cayo), así como del libro “Antigüedades Judías”. Filón de Alejandría se
considera el precursor del neoplatonismo. Erudito en filosofía y en las
escrituras judaicas, hace una amalgama del platonismo y pitagorismo con
la Tanak o Biblia hebrea. Para ello, interpreta la Biblia en
sentido alegórico. Las bases de su sistema filosófico son: 1) Yahvé es superior
a toda idea e inasequible. 2) el logos es un ser intermediario
entre Yahvé y los hombres: imagen de Yahvé y causa del mundo. Este logos está
tomado de la “eterna sabiduría” de que nos hablan las Sagradas Escrituras, y es
usado por San Juan en sentido más elevado que el de Filón para expresar el
Verbo Divino. 3) El mundo físico y el alma, el bien y el fin del hombre, los
interpreta como Platón.
[3] Averroes (1126-1198) Nació en
Córdoba, su nombre árabe era Abu I-Walid ibn Rusd y se le conoce como filósofo
y médico de profesión. Es miembro de una importante familia árabe de juristas.
La base del pensamiento averroísta está en el intengo de conjugar la teología
musulmana con el pensamiento aristotélico, cuyos comentarios pronto será
traducidos al latín y ejercerán una profunda influencia en la escolástica
medieva. Intentó conciliar la verdad de la fe (religión) con la verdad
filosófica (razón). Esta línea de pensamiento hizo que en los últimos años de
su vida fuera desterrado –primero a Lucena y después a Fez (Marruecos)- hasta
que almanzor le perdonó tras abajurar de sus ideas en las puerta mayor de la
mezquita.. Murió en Fez los últimos años de su vida en desgracia, pobre y
desolado.
[4] Rechazó el concepto de la creación del mundo “en el
tiempo”, pues mantenía que el mundo no tiene principio. Dios es el “primer
motor”, la fuerza propulsora de todo movimiento, que transforma lo potencial en
lo real. Los teólogos cristianos han atribuido a Averroes la “teoría de la
doble verdad”, como si afirmase la compatibilidad de dos verdades contradictorias,
una en el plano religioso, otra en el plano racional. En realidad no hay para
Averroes dos verdades sino una sola verdad auténtica, la verdad racional o
filosófica.
[5] SAENZ-BADILLOS, A., y TARGARONA
BORRAS, J.; Op. Cit. “Diccionario de Autores judíos”. Saadia ben Josef (882-942). Nació en Dilaz, en
la región egipcia de Fayum. Vivió un tiempo en Palestina y Siria antes de
instalarse en 922 en Babilonia, donde llegó a ser protagonista central en una
disputa entre las autoridades palestinas y babilónicas sobre la fijación del
calendario hebreo. En 928 fue nombrado director de la academia rabínica
de Sura (Siria). Figura controvertida, defendió la tradición
rabínica contra las tesis de los cismáticos caraítas y fue depuesto por una
polémica con el exilarca (jefe de la comunidad judía), aun cuando fue
rehabilitado más tarde. Saadía fue autor prolífico en diversas áreas del saber:
Derecho, poesía, liturgia, gramática, exégesis bíblica y teología filosófica.
En su obra “El libro de las creencias y de las convicciones” (año 933), intenta
aportar una base racional y una defensa de las leyes y las tradiciones judías.
[6] SAENZ-BADILLOS, A., y TARGARONA
BORRAS, J.; Op. Cit. “Diccionario de Autores judíos”. Jehuda Ha-Levi (1070-1141) Nació en Tudela y es
considerado como uno de los mejores poetas de Sefarad. Son más de cuatrocientos
poemas seculares y casi otros tantos litúrgicos, entre los que destacan los
poemas que describen el surgimiento del pueblo judío en el desierto. En su obra
apologética y filosófica escrita en árabe, el Kuzari, defiende la
superioridad del judaísmo como religión profética y el valor de la experiencia
religiosa sobre los argumentos racionales. Se considera como una de las más
adecuadas exposiciones del judaísmo de la Edad Media, y tuvo un gran influjo en
los pensadores judíos de todos los tiempos, siendo especialmente bien acogido
en los círculos cabalistas y anti-racionalistas. Su oposición a la “ciencia
griega” y su defensa de un judaísmo tradicional, coincidiría en líneas
generales con la postura de estos últimos. Su figura llegó a convertirse en una
especie de mito que recogería la conciencia nacional del pueblo judío en el
exilio.
[7] SAENZ-BADILLOS, A., y TARGARONA
BORRAS, J.; Op. Cit. “Diccionario de Autores judíos”. Mosse ben Maymon o Maimónides (1138-1204). Nació en
Córdoba y murió en El Cairo. Además de intelectual y filósofo, ejerció también
la profesión de médico. Hacia 1190 había terminado su obra más importante
escrita en árabe, “la Guía de perplejos”, en la que trata de conciliar la
filosofía y la Escritura, eliminando lo que puede servir de tropiezo y
escándalo a los intelectuales, como el lenguaje antropomórfico de la Biblia
aplicado a los atributos y la esencia divina. Enseña a penetrar hasta el
sentido más profundo del texto bíblico. Desde una línea claramente
aristotélica, Maimónides se esfuerza por desvelar que la contradicción entre la
fe y la razón no es sino aparente, depura el concepto de Yahvé, y anima a
seguir el camino de la filosofía y del estudio de las ciencias humanas, junto a
las divinas, para llegar a la plena unión con Yahvé. Abre al mismo tiempo las
perspectivas de la doctrina tradicional judía haciendo valer su mensaje no sólo
para los judíos, sino para todos los hombres. La fuerza de su pensamiento deja
una impronta imborrable en el judaísmo en el terreno jurídico, en el filosófico
y en el de la fe (con sus 13 principios o artículos fundamentales).
[8] La voz sufí deriva de la raíz árabe “suf”
(llama), aludiendo al hábito con que vestían los sufíes como muestra de
humildad a imitación de los ascetas cristianos. A los ascetas errantes árabes
se les llamaba también faquires (pobres).
[9] La comunidad islámica considera fundamental la
práctica de cinco deberes, conocidos como los cinco pilares del Islam: la
profesión de fe (el monoteísmo de que “no hay más dioses que Alá y Mahoma es
su profeta”; la oración cinco veces al día mirando a la Meca (menos
en Al-andalus, que las mezquitas estaban orientadas al Sur o a Córdoba); la
limosna, el ayuno y la peregrinación a la Meca, al menos una vez en la vida.
[10] Los sufíes creían que la unión
mística con Dios se conseguía con una dura disciplina ascética de ayuno,
soledad, oración, humildad y trabajo, entre otras. Estas son unas reglas de
conducta que ayuden a purificarse ante los ojos de Dios.
[11] Los sufíes sostienen que a esta
verdad espiritual interior se accede mediante tres vías o caminos (tariqat):
la del temor (makhafa) o de la “purificación”; la del amor (mahabba)
o del “sacrificio”; y la del conocimiento (ma’arifa).
[12] SAENZ-BADILLOS, A., y TARGARONA
BORRAS, J.; Op. Cit. “Diccionario de Autores judíos”. Bahya ben Yosef ibn Paquda fue un escritor, poeta y
filósofo zaragozano judío místico y ascético de la segunda mitad del siglo XI.
De su vida sólo sabemos con certeza que su actividad literaria se desarrolló
entre 1050 y 1080 en la corte taifal de los reyes de Zaragoza. Es posible que
ejerciera el cargo de dayyan (juez) de la comunidad judía
zaragozana. Su obra cumbre de mística es “Los Deberes de los Corazones”.
Esta obra va dirigida al hombre corriente inmerso en la vida cotidiana. La
tesis fundamental de su obra es la distinción entre los actos externos
religiosos y los internos e íntimos, los del corazón, que son los que tienen
verdadero valor. Aunque cita a las autoridades rabínicas, su modelo literario y
filosófico se acerca más a la literatura ascética musulmana (zuhd).
También escribió poesía tanto en árabe como en hebreo, pero siempre ajustándose
a la métrica árabe, según la moda impuesta en el siglo X por el también judío
Dunas ben Labrat.
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