LA IDOLATRÍA
Página web: www.alopezasen.com
1.- LA PROHIBICIÓN DE LA IDOLATRÍA
Es bien conocido que el judaísmo, después de que el Pueblo de Israel regresara del destierro de Babilonia (536 a.C.), dictó dos prohibiciones importantes: nombrar a Dios y representarlo en imágenes (pecado de idolatría). El nombre de Yahvé consignado en el tetragrama hebreo YHWH dejó de pronunciarse en esta época en la que desaparecen las imágenes en Israel y surge el libro sagrado: la Torá.
La tradición bíblica intento evitar una representación antropomórfica de la divinidad, en correlación con la prohibición de imágenes para figurarlo: “no te fabricarás escultura (pesel) o imagen (temuná) de lo que hay arriba en los cielos, o abajo en la tierra, o en los mares por debajo de la tierra” (Dt 5, 8; Ex 20, 4). El judaísmo dejó a un lado las imágenes que estaban cargadas de peligro: ellas podían ser razón de idolatría, incluso, la identificación de Dios con el icono externo.
2.- MOTIVOS DE LA PROHIBICIÓN IDOLÁTRICA
La idolatría es una tendencia a fabricarse un dios, un ídolo, un tótem para adorarlo y rendirle culto. Ello hace que se rechace la trascendencia del verdadero Dios: “Anda, haznos un dios que vaya delante de nosotros” (Esd. 32, 1).
El ídolo es un objeto fabricado, por las manos de las personas, que se le toma por un “Ser”, es decir, por algo creado; es más, por un dios. Ahora bien, el objeto fabricado no es ni siquiera un “Ser”. Lo que es real en él, lo que existe, es el elemento creado que ha sido trabajado, modelado: “Los simulacros de las gentes son oro y plata, obras de las manos de los hombres. Tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven. Tienen oídos y no oyen, no hay siquiera aliento en su boca” (Sal 135, 15-17).
La idolatría es ante todo un error ontológico, una falta relativa al “Ser” absoluto que es el verdadero Dios bíblico. Cuando el pensamiento avista un ídolo tomándole por un “Ser”, es engañado, porque en realidad no tiene ante sí más que un elemento creado natural, madera, metal, etc.; pero el ser avistado falta, porque la fabricación no es una creación divina, sino humana.
Para el mundo hebreo, el dios que era avistado en la idolatría no existe. La idolatría no conduce sino a la nada: “Los orífices se cubrieron de ignominia haciendo sus ídolos, pues no funden sino vanidades que no tienen vida, nada, obra ridícula” (Jer 10, 14-15).
Pero la fabricación de los ídolos no emplea necesariamente materiales sensibles. Hay una fabricación interior, una industria secreta de los ídolos: “Maldito quien haga escultura o imagen fundida, abominación a Yahvéh, obra de artífice, y la ponga en lugar oculto¡” (Dt 27, 15). Este lugar secreto puede ser lo que la Biblia llama “el secreto del corazón”: “Estas gentes llevan sus ídolos dentro de su corazón” (Ez 13, 3).
La
lucha contra la idolatría en que nos empeñan los profetas de Israel, nos
descubre una ontología vivida. La idolatría es antes que nada una confusión
entre el objeto fabricado y el “Ser”
creado, entre la fabricación y la creación, pero también una confusión más
difícil de vencer entre lo creado y el Creador.
Esta confusión, para ser superada exige la idea de una creación de la totalidad del universo, idea que implica la trascendencia del creador. Todo lo sensible es creatura, “natura naturata” (naturaleza natural).
3.- LA IGLESIA CATÓLICA Y LAS IMÁGENES
Muchos creyentes de la Iglesia romana occidental, cuya primacía ostentaba el Papa de Roma y no el Patriarca de Constantinopla, asimilaron pronto el uso de la imagen propia de la cultura romana. Así, las escenas apoteósicas de la mitología latina se convirtieron en pasajes de la vida de Cristo; los retratos del emperador y su esposa, en los de Jesús y la Virgen María; la entrada triunfal del emperador en Roma, en la de Jesús en el Templo de Jerusalén el domingo de Ramos, etc.
Con el tiempo se reflexionó sobre esta popular costumbre. Partiendo de la idea de que la palabra de Dios se ha revelado en Jesucristo, se llega a la convicción de que ese mismo Jesús es la imagen de Dios, como dirá Pablo de Tarso: “Cristo es imagen de Dios” (2 Cor 4, 4); “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación” (Col 1, 15).
Desde este postulado teológico, al cristianismo occidental de los primeros siglos le importa la vida, obras y milagros de Jesús de Nazareth, así como su existencia concreta, su amor a los demás, su entrega a las personas, el gesto de su muerte y de resurrección, etc. Por eso, la imagen en sí no llega nunca a condensar la realidad de lo divino. Por encima de todas las figuras y formas exteriores, el Dios de Jesucristo se refleja en la existencia de las personas, en la acción litúrgica eclesial, en el camino y sufrimiento de los pobres y de los que sufren por cualquier causa.
Con el tiempo, la figura humana cobra hondura de misterio. Cristo ha superado con su vida y con su muerte la vieja Ley judía que veta las imágenes sagradas. Por eso, la Iglesia romana, rechazando toda idolatría (adoración de imágenes de dioses, mitologías, energías, cosmogonías, naturaleza, etc.), permite y propaga el culto de los santos iconos y esculturas: imágenes externas y visibles de Jesucristo.
En estas imágenes se actualiza el misterio de Dios que se ha hecho carne entre las personas, para que las personas puedan encontrarle y venerarle. Por eso, nos valemos de estímulos visuales, de rasgos o figuras que nos centran y nos sirven para fijar nuestra atención en el misterio. En efecto, ellas nos llevan hacia un plano superior: el reflejo de Jesús entre las personas. Pero las imágenes preferidas de Dios somos los seres humanos, signo de Jesús sobre la tierra. Por ello, todo culto a las imágenes de Jesús ha de encontrarse abierto al culto de los hermanos.
Muchas imágenes reflejan también una
experiencia de oración. Se podría decir que las imágenes han sido y son oración
hecha figura objetivada. En el aspecto artístico, una buena imagen es reflejo
de la gracia y belleza de Dios que se desvela en colores, formas y figuras.
Pero, trascendiendo de esos niveles, es preciso que lleguemos al aspecto
puramente religioso: la imagen se convierte en medio de un encuentro con Dios,
espacio de oración para el creyente.
Comentarios
Publicar un comentario