LA LITERATURA BÍBLICA PROFÉTICA Y SAPIENCIA
Por: Álvaro López Asensio
Página web: www.alopezasen.com
1.- LA TRADICIÓN LITERARIA PROFÉTICA
El vocablo hebreo Nabí (Nebiim es plural) designa a la persona llamada o enviada por Yahvé,
es decir, un profeta. También el término hebreo Hozeh hace referencia a las visiones que recibe el profeta para
conocer la voluntad de Yahvé. Por tanto, la palabra profeta en la terminología
hebrea hace referencia al carácter de “llamado por Dios”.
Los judíos griegos usaron el
término Pro-fetés, que deriva del
prefijo “Pro” (“en lugar de” o
“delante de”) y “Faino” (hablar), de
ahí que signifique “el que habla en nombre de Dios” o “el que habla delante de
la comunidad”. Por consiguiente, la terminología griega hace hincapié en su
carácter de “comunicador de la palabra de Dios”.
Los profetas hacen que el
pueblo de Israel se convierta en oyente directo de la palabra de Yahvé,
enseñándole a reconocer su acción salvadora en los acontecimientos que están
viviendo. Por ello, la misión esencial del profeta será interpretar la historia
como hecho salvífico para el hombre creyente.
Podemos distinguir dos grandes períodos en el movimiento profético[1]:
· Del siglo IX a.C. hasta el exilio a Babilonia (siglo VI). En este
período, los profetas pronuncian -sobre todo- oráculos de condena: llaman a
Israel a convertirse, pues de lo contrario Yahvé castigará su infidelidad con
una catástrofe. Efectivamente, éstas llegaron pronto: el reino del Norte cae en
el 722 a.C. (por los Asirios); y la ciudad de Jerusalén en el 587 a.C. (por los
babilonios). Tras estos acontecimientos, el pueblo reconoce que los profetas tienen razón y recogen por
escrito los oráculos que explican por qué suceden esas desgracias.
· A partir del destierro en Babilonia (587 a.C.), los profetas pronuncian
oráculos de salvación. Su mensaje es muy claro: puesto que el juicio de Dios ha
vencido sobre Israel como consecuencia de exilio babilónico, el pueblo debe
tener esperanza en él. Ellos tienen muy presente que Yahvé hace siempre nuevos
proyectos, por eso saben que tarde o temprano restaurará y restablecerá su
reinado si permanecen fieles a su palabra.
· No faltaron nunca los “falsos profetas”. Estos son de dos clases: los profetas de una religión distinta a la de Dios, como los profetas de Baal, los profetas de ídolos o los de dioses extranjeros (1 Re 18, 19-40; 2 Re 3, 13; Jer 2, 8; 23, 13); y aquellos profetas que pretenden hablar en nombre de Yahvé sin recibir su mandato, sino que hablan “según su propio corazón” (Is 9, 14; Mic 3, 5, 11; Jer 5, 13, 31; 6, 13; 14, 14; Ez 13, 1-10, 17-23; 22, 28). Los profetas que tienen conciencia de haber recibido una misión expresa de Dios, tendrán que sostener una lucha incesante contra estos falsarios de palabras fáciles y complacientes (1 Re 22 y Jer 26).
No sabemos a qué época se
remonta la clasificación de la obra de los profetas escritores, tal como la
encontramos en la Biblia. A comienzos del siglo II antes de nuestra era, el
autor del Qohelet o libro del
Eclesiastés reconoce que hay “doze Profetas”, separando a Isaías, Jeremías y
Ezequiel como “Profetas Mayores” (Sir 48, 22; 49, 7-8) y al resto como
“Profetas Menores”, no porque tuvieran menos importancia, sino porque los
oráculos que se conservan de ellos son de reducidas dimensiones. Esta
clasificación se da por válida en la actualidad.
Las peculiaridades del movimiento profético se pueden resumir en los siguientes apartados[2]:
· Los profetas son hombres de acción integrados en su tiempo. Su mensaje
se cimienta en las situaciones y acontecimientos concretos de la vida cotidiana
(Amós 4, 6-11 comenta una serie de calamidades públicas; Oseas 1-3 se inspira
en el drama conyugar del profeta; Isaías 7 y 36-37 son predicaciones sobre la
fe, por razón del asedio de Jerusalén). Los profetas dialogan con los hombres,
es decir, por su mediación Yahvé dialoga con su pueblo.
· Los profetas creen que la historia no es una sucesión muda de
acontecimientos, sino que tiene un sentido. Ellos tuvieron el don de ver las
cosas con los ojos de Dios y la tarea de decir lo que veían. Son, ante todo,
los comentadores de la historia antigua o contemporánea de Israel. En ella van
descubriendo los designios de Dios sobre su pueblo y sobre el mundo. Por eso,
algunos de los libros que los católicos califican como “Históricos” (Josué, Jueces, I y II Samuel, 1-2 Reyes), los judíos
los llaman e integran en la colección de “Profetas Anteriores”.
· Dios llamó (vocación) y se puso en contacto con los profetas cuando
las cosas comenzaban a ir mal, cuando la sociedad se corrompía profundamente,
cuando los superiores y los guías espirituales no cumplían su misión, cuando
las masas populares entraban por el camino de la perdición. La era profética
corresponde a un período de infidelidad y crisis. Esto explica que se presenten
tan a menudo como los censores de la conducta, haciendo sonar las palabras de
alarma en cuanto veían venir un peligro (Ez 33).
· Descubren y denuncian también los males y sus causas, las
responsabilidades colectivas e individuales, así como cualquier extorsión a los
preceptos legales o a la paganización del culto (como Elías en el Carmelo: 1 Re
18).
· También se hacen cargo de la defensa de los minoritarios y oprimidos
(como Elías a propósito de Nabot: 1 Re 21). Por ello, no tardan en considerar
al pobre como amigo de Dios, como aquel a quien se promete la salvación. Para
dar más peso a sus palabras, en ocasiones suelen hacer actos simbólicos que
chocan y obligan a reflexionar (Isaías se pasea totalmente desnudo por
Jerusalén para anunciar el exilio: Is, 20).
· Como Israel es el pueblo elegido por Dios, los profetas hacen un
llamamiento continuo a permanecer fieles a su Señor (Am 3,2; Os 11, 1-4; Is 1,
2-4; 5, 1-7; Jer 2, 2-3; 12—13; 21; Ez 16).
· El profeta transmite en público mensajes de Dios en forma de profecías[3] y
oráculos[4]. Ambos
recursos literarios predicen el porvenir, es decir, no sólo los detalles de los
acontecimientos futuros, sino también la crisis y dificultades que se avecinan.
En la Tanak encontramos varias clases de profecías y oráculos: el oráculo
de Amenaza (Is 7, 18-25); el oráculo de Salvación (Jr. 31, 1-22); el relato
vocacional (Is 6, 1-13); la acción simbólica (Is 8; Jr 13); los Ayes o predicciones de desgracias (Is 5,
18-24); las visiones extáticas (Amos 7, 1-9); los pleitos de Dios contra su
pueblo (Jr 2; Os 4); las escatologías (se presentan con imágenes del juicio
final en el que Dios hará justicia a Israel al final de los tiempos - Ez 28-39;
Zac 14).
· En la época del judaísmo postexílico (a partir del 537 a.C.) vemos que
el movimiento profético tiende hacia el género apocalíptico, que se caracteriza
por su simbolismo para iniciados y sus alusiones complejas. Podríamos citar
principalmente a (Ez 38-39); (Is 24-27; Is 34-35), Marcarías, y Joel. También
el libro de Daniel tiene cierta visión futurista o apocalíptica (revelación).
La singularidad de la
apocalíptica es que divide el tiempo en dos períodos: el presente (bajo la
dominación de Belial o el mal) y el
futuro (bajo la égida de Yahvé o el bien). Las últimas cosas que han de ocurrir
están ya predeterminadas desde tiempos antiguos, lo que permite que algunos
individuos particulares puedan describirlas por anticipado. Estos individuos adquieren
su conocimiento a través de una revelación por medio del sueño o la visión.
Como en la mayoría de las veces, estas revelaciones no son comprensibles para
el pueblo, por lo que han de ser mantenidas en secreto. Ahí estriba otra
característica de la apocalíptica: el esoterismo
y al gnosis. El conocimiento de las
revelaciones sólo está reservado a un grupo de iniciados.
2.- LA TRADICIÓN LITERARIA SAPIENCIAL
Aunque la tradición la vincula con el rey Salomón,
lo cierto es que la literatura bíblica sapiencial tiene sus comienzos en época
post-exílica (a partir de 837 a.C.). Estos escritos, que son de origen popular,
intentan describir el comportamiento práctico de la vida, así como el destino
humano ante Dios.
Los recursos literarios más utilizados son ora los
refranes o sentencias (como el libro de los Proverbios o la Sabiduría de Ben
Sirah), ora una especie de tratados o ensayos sobre cuestiones profundas (como
los libros de Job, Eclesiastés, Cantar de los Cantares y el de la Sabiduría).
También el género tardío llamado midrash (como luego veremos) aporta su
pequeño grano de arena a esta tradición literaria Sapiencial. La utilización
libre de las tradiciones y datos históricos ayudan al hombre a vivir mejor en
tiempos de adversidad (como los libros de las Crónicas, Tobías, Esther y
Judit).
Las características de la literatura sapiencial se pueden resumir en los siguientes puntos[5]:
1. La sabiduría juzga a los
hombres, les prescribe una conducta y aborda sus problemas más profundos. La
literatura sapiencial reconoce que Dios se expresa a través de ella, de ahí que
termine por identificarse con él y hablar en su nombre.
2. Es un saber basado en la “experiencia”, actuación que difiere de la profecía (basada en una revelación que Yahvé hace a través de un profeta) y de la historiografía (el recuerdo de los acontecimientos pasados). Esta “experiencia” no se identifica simplemente con “lo que a mí me ha pasado” (experiencia individual), sino que:
- Es universal, es decir, recoge la experiencia acumulada desde
generaciones.
- No conoce fronteras geográficas ni religiosas, pues es común a
toda la humanidad.
- Se expresa a través de fórmulas sencillas (refranes, proverbios,
alegorías).
- Se intenta transmitir a las jóvenes generaciones.
3. Hay una preocupación por
todo lo relacionado con el ser humano: su inteligencia; su capacidad de ser
mejor; sus luchas; fracasos, éxitos y vida social; no sólo en la vida familiar,
sino incluso en el trabajo, en la juventud, en la vejez y, por supuesto, en sus
relaciones con Yahvé.
4. Hay un interés didáctico: la
literatura sapiencial nace como instrumento al servicio de la educación, sobre
todo de los príncipes y los futuros gobernantes.
5. El término hebreo que
designa a la “sabiduría” se pronuncia hokmah,
palabra cuya traducción correcta es “sensatez”. Por ello, a esta
“sabiduría” no se le opone la “ignorancia”, sino la “necedad”.
6. Los recursos de la
literatura sapiencial son[6]: el mashal (una sentencia, una máxima o un
dicho breve que encierra cierta moralidad, Pro 1-9; Os 10, 1; Is 5, 1-7; Jer 2,
21); el refrán (1 Sam 24, 14; Qo 9, 4); el proverbio (Pro 10, 22); el enigma o
adivinanza (Jue 14, 13-18); la sentencia numérica (Sir 25, 1-9), el poema
didáctico sapiencial (Prov 8-9; Qo 3, 1-9; Sal 1) y los cánticos. Los cánticos se pueden
dividir en populares y culturales. Los Cánticos Populares se dividen en:
Cánticos de Trabajo (Nm 21, 17-18; Is 16, 9-10); Cantos de Burla (Nm 21,
27-30); Sátiras (Is 23, 15-16); Cantos de Banquetes (Is 5, 11-13; Amos 6, 4-6);
Elegía (2 Sm 1, 19-27); Cantos de Victoria (Ex 15, 1-18.21); Cantos de Amor
(ejemplos del Cantar de los Cantares). Los Cánticos Culturales se dividen en: Súplicas
(Sal 6; 13; 109); Himnos o Cánticos de Alabanza (Sal 8; 104; 117); Acciones de
Gracias (Sal 18; 103); Salmos Reales para entronización del Rey (Sal 2; 45);
Salmos Graduales y Cánticos de Peregrinación (Sal 15; 91; 120-134).
3.- LA LITERATURA APÓCRIFA
En el año 1947 fueron encontrados casualmente, en unas cuevas cercanas al monasterio esenio de Qunrán(87), unos manuscritos antiguos escritos en hebreo y que la comunidad científica los conoce como “los manuscritos del Mar Muerto”, “del desierto de Judea” o “de Qunrán”. El autor casual fue un muchacho beduino, una tarde, echando abajo unas cabras. Una piedra arrojada al azar en una cueva del acantilado produce un sonido extraño al caer en su interior. Se había roto una de las tinajas de barro que custodiaban los rollos, comenzando así uno de los mayores descubrimientos arqueológicos de este siglo.
La congregación esenia constituye una verdadera orden religiosa judía. Parientes cercanos de los fariseos por sus orígenes y tendencias, los esenios se distinguen de ellos en que son de familia sacerdotal que se separaron del mundo a la vida monástica por fidelidad más rígida a la Ley de Moisés. La comunidad esenia se situará siempre al margen de la vida activa, política y social. Viven en comunidad cerrada, con toda una reglamentación conventual, minuciosa y estricta. Profesan el celibato y renuncian a toda propiedad personal. Los bienes entregados a la comunidad y el producto del trabajo de los hermanos son administrados por los superiores de la congregación. La comunidad, que está bien estructurada y jerarquizada, es una hierocracia por el papel principal que desempeñan los sacerdotes, y una democracia por la manera con que todo se decide en común. Para ingresar en la congregación, hay que pasar por una formación rigurosa que comprende varias etapas: noviciado de un año, bautismo, dos años de probación, admisión definitiva, votos solemnes.
El material encontrado se puede clasificar (atendiendo a su contenido) en tres grupos[7]:
· Escritos bíblicos.
Allí se hallaron todos los libros de la Tanak
o Biblia judía, menos el libro de Esther. Alguno de ellos, como el de Isaías y
Salmos, en un gran número de ejemplares. A través de ellos puede contarse la
evolución del texto bíblico desde mediados del siglo III a.C. hasta el año 68
d.C.. Recordemos que los manuscritos fueron escondidos en las cuevas cuando fue
destruido el monasterio esenio por Pompeyo en el año 62 a.C.
· Escritos apócrifos.
Aunque algunos ya son conocidos (Henoc, Jubileos, Testamentos de los doce
Patriarcas) otros, sin embargo, eran desconocidos con anterioridad al
descubrimiento (Génesis apócrifo, oración de Nabonida, ciclo de Daniel,
visiones de Amran, textos de Melquisedec y textos noaquícos).
· Escritos apócrifos propios
de la Comunidad, como la regla de la
Comunidad esenia[8](90) (sobre la entrada en la comunidad y su
reglamento), el libro de la Guerra
(descripción de la guerra final entre los hijos de la Luz y los de las
tinieblas, que dará la victoria a los primeros e inducirá la época definitiva
de la salvación), el documento de Damasco (con dos partes, una exhortativa y
otra legislativa), los Himnos de Acción de Gracias (libros de espiritualidad y
alto lirismo), además de varios comentarios bíblicos, cadenas, Florilegios,
rollo del Templo, calendarios, etc. Estos manuscritos son los que nos
proporcionan la mejor información sobre la historia de la secta, su vida,
teología y liturgia; así como el estado de la lengua hebrea durante el siglo I
antes de nuestra Era.
4.- LA FE DE ISRAEL: EL OYENTE DE LA PALABRA
No hay historiador que no se sienta impresionado por las convicciones religiosas y la vida moral de los judíos a lo largo de su dilatada historia. El pueblo hebreo posee esta original cualidad gracias a su fe. Veamos a continuación los aspectos más característicos de ese sentimiento religioso, actitud que les ayudó a reforzar su identidad comunitaria:
1. La mejor manera de conocer
la fe de Israel es la praxis de la
Biblia. Este libro Sagrado sigue siendo hoy día lo que era entonces: la
expresión del pueblo judío. Muchas de las palabras bíblicas con significado
teológico expresan la relación vital que une a Dios con Israel, y a Israel con Dios;
según los principios fundamentales que se establece en la Alianza del Sinaí: “Ahora pues, si de veras escucháis mi voz y
guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los
pueblos, porque mia es toda la tierra; seréis para mi un reino de sacerdotes y
una nación santa” (Ex 19, 5-69.
Las palabras más
tradicionales del lenguaje bíblico son, entre otras: Alianza, Palabra, Ley,
Justicia, Bendición, Creación, Novedad, Elección, Libertad, Salvación,
Conversión, Redención, Juicio, Santidad, Espíritu, Gloria, Verdad, Sabiduría,
Reino, Morada, Oración, Alabanza, Servicio, Sacrificio, Expiación, Pobreza,
Fidelidad, Misericordia, Amor, Conocimiento, Prójimo, Pueblo, Herencia, Misión,
Perpetuidad, Gozo, Paz, Vida, etc.
2. Un judío cree -ante todo y
por encima de todo- en Dios, es decir, en el Dios único, en el Dios vivo de la
historia que actúa en su pueblo y lo conduce a la salvación. Dios es la gran
presencia (Shekiná), la santidad y la
bondad suprema. Dios adorado desde la fidelidad, amado por el creyente desde la confianza y alegría
desbordante.
3. Esta experiencia tuvo una
consecuencia práctica: el culto ritual. A través de él, los judíos sacralizan
los actos y las cosas, santificando la vida del que lo celebra con fe.
4. Esta fe se manifiesta de
manera especial en el Templo de Jerusalén. Para el Pueblo de Israel es el lugar
Santo, donde se participa de las ceremonias litúrgicas, se ofrece toda clase de
sacrificios, se experimenta el recogimiento de la oración y se siente la
felicidad de estar cerca de Dios[9].
5. Pese a la importancia del
Templo jerosolimitano, cada aldea de Palestina o comunidad de la diáspora tenía
una sinagoga como lugar de oración, culto y estudio. En ella se lee y se canta,
se explica y se medita los textos de la Tanak.
6. Los judíos consideran que la
Biblia es la Palabra que Dios dirige a su pueblo. El canon hebreo se fija
teniendo en cuenta los libros Sagrados escritos, en su mayor parte, en hebreo y
arameo (inspirados por Dios a través de sus escribas, hagiógrafos y profetas).
7. La moral judía es, ante
todo, religiosa porque deriva de la relación interpersonal entre Dios y el
hombre libre. Podemos
hacer notar algunos puntos de esta moral religiosa: el cuidado y respeto de la
verdad, las búsqueda de la justicia, el amor sincero y efectivo del prójimo, el
respeto a la mujer, el horror a la esclavitud, el sentido de la renuncia, un
culto real de la castidad. De esta manera se desarrolló un agudo sentido de la
libertad y de la responsabilidad, del valor de los actos personales y de la
solidaridad de los hombres entre sí, tanto para su salvación como para su
perdición. En ninguna parte se poseyó más el sentido de pecado y de su
gravedad. Se podría afirmar que Israel ha enseñado al mundo este sentido moral.
La comprobación de la universidad del pecado presenta una visión trágica de la
vida humana. Pero Israel encuentra siempre en Yahvé y, en una elaborada
doctrina de la expiación y de la aceptación por parte de Yahvé de víctimas de
sustitución, un dinamismo profundo y una robusta salud moral. La insistencia en
la necesidad de “convertirse” muestra hasta qué punto esta doctrina de la vida
llegó hasta las profundidades del hombre y de su propia libertad.
8. Aunque esta moral está
cimentada en el Decálogo del Sinaí (Ex 20), hay un punto en que los judíos no
consiguieron este objetivo: el rechazo a los extranjeros. El Pueblo escogido
terminó por sobreestimarse, lo que provocó que se enrocara en su propia
identidad. Los judíos se han visto obligados a defenderse siempre de un mundo
que se escandaliza de sus singularidades. Esta actitud con respecto a los
extranjeros encontraba argumentos suficientes en el mesianismo y la escatología,
tal como los concebía la mayor parte de la población judía. Hasta la época Profética no
hay una idea clara sobre el “más allá” o escatología. Hasta entonces se
fundamentaba en la idea de que Yahvé es un Dios de vivos, la muerte no
interrumpe nada, simplemente da plenitud. Los profetas introducen el concepto
de Pecado y con él, el concepto de vida después de la muerte. El Seól será un lugar de las profundidades
de la tierra donde morarán los todos los muertos, buenos y malos. En la época
helenística (333 al 63 a.C.) surgió la esperanza en un juicio final donde Yahvé
juzgará a cada persona por sus obras. El Seól
se convertirá en un lugar solo para los malos. A partir de entonces el judaísmo
admitirá un infierno o Gehenna y un
jardín del paraíso o Gan Edén. En esta época helenística nació
también con fuerza la idea de Resurrección, que a partir de la “apocalíptica de
Daniel” será al final de los tiempos, presentándose como requisito previo para
que se lleve a cabo el juicio de Yahvé sobre aquellos que ya han muerto. Estos
dogmas escatológicos se trasmitieron y perduraron durante la época rabínica,
Edad Media, hasta nuestros días.
[1] AUNEAU, J.; AUTANE, M.; GRUSON, P. ; THIRION, J.L.; Op. Cit. «Itinerario
por el Antiguo Testamento» pag. 88.
[2] GARIJO SERRANO, J.A.; Op. Cit. “Aula de la Biblia”, Introducción del Antiguo Testamento, tema 5, “Los profetas”.
[3] Las profecías bíblicas son,
en la mayoría de los casos, poemas. Presentan rasgos comunes, sobre todo, que
han sido habladas antes de escritas, por lo menos las profecías que son
anteriores al destierro. Son discursos reales y se hallan, por consiguiente, en
“estilo oral”. Pero entre ellas hay grandes diferencia que proceden del
temperamento de los profetas o de sus habilidades literarias: Isaías escribe
magníficamente, Jeremías no tan bien, Ezequiel menos todavía.
[4] Los Oráculos pueden tener
afinidades con diversos géneros literarios. Pueden ser alegorías, como en (Is 5
y Ez 16-17), sentencias como en (Is 28, 23-39), salmos como en (Nah 1; Hab 3;
Jer 15, 10-18; Jer 17, 5-8), sátiras (Naf 2-3). Numerosos pasajes proféticos
son oraciones, interpelaciones o súplicas a Yahvé, como vemos frecuentemente en
Jeremías.
[5] GARIJO SERRANO, J.A.; Op. Cit. “Aula
de la Biblia”, Introducción del Antiguo Testamento, tema 6 “La literatura
Sapiencial”.
[6]
IBIDEM.
[7] DIEZ FERNANDA, F.; “Guía
de Tierra Santa, historia, arqueología, Biblia”, pag. 223.
[8] Los ascetas esenios son, ante
todo, observadores estrictos de la Ley, principalmente en lo que se refiere a
los ritos de pureza; abluciones varias veces al día, precauciones múltiples
contra las manchas de pecado. Peor no admiten los sacrificios sangrientos, sea
por el deseo de mantenerse separados del sacerdocio de Jerusalén, sea porque
consideran su comida ritual de comunidad como sacrificio verdadero y
suficiente. Practican admirablemente la virtud de la religión, aman y sirven a Dios con fervor, oran mucho, en común. Los himnos encontrados en los textos
del Qumrán son bellísimos y de profunda piedad. Los esenios practican también,
en le más alto grado, el amor fraterno entre sí; pero su caridad no se extiende
más allá. Los demás hombres son considerados como réprobos, y son detestados.
[9] Las fiestas de peregrinación
: Pascua, Pentecostés, Tabernáculos; y otras fiesta como Expiación, Dedicación
del Templo y Purim atraen a Jerusalén
a múltiples de fieles venidos de todos los rincones y pueblos de Palestina.
Estas fiestas se desarrollan en medio de muchas manifestaciones de piedad y
fraternidad. La asistencia numerosa, la participación activa en los actos de
culto y la generosidad en las ofrendas, expresan una pujante vida religiosa, de
fuente auténticamente interior. Los Salmos dan testimonio incesante de ello.
Por otra parte, las fiestas brindan la ocasión para celebrar ciertos convites
entre familiares o amigos, según una liturgia de “bendiciones” y “acciones de
gracias”, llena de sentido y solemnidad, con un ceremonial impregnado de las
más ancestrales tradiciones de Israel.
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