LA LITERATURA HEBREA EN LA EDAD MEDIA

Por: Álvaro López Asensio

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1.- LA LITERATURA MASORETA             

La etimología de masoráh (tradición, entrega) significa doctrina o colección de trabajos de los sabios rabinos (masoretas) para hacer comprensible la lectura de la Tanak, con el fin de conservarle en la mayor pureza a través de los siglos, de ahí que se les llame “tradicionalistas” u “hombres de la tradición”.

·  Desde que la Torá se puso por escrito, las autoridades civiles y religiosas judías de Jerusalén tomaron medidas para su preservación. Aunque los escribas fueron los encargados de asegurar la fiel transmisión oral del texto, algunas normas sobre la forma de los rollos, material, escritura, etc. serán puestos por escrito -a partir del siglo IV d.C.- en el tratado Soferim del Talmud.

· En el siglo VII de nuestra Era, el texto de la Torá abandona la apariencia de rollo para adoptar el Codex o Códice (hojas de papiro o papel ligadas en forma de libro). A este nuevo formato se traslada todo aquel cúmulo de observaciones o masoráh (tradición) trasmitidas oralmente, y vedadas hasta entonces a los autores de la Torá. A partir de entonces, la masoráh o movimiento masorético conocerá un período vivo de desarrollo que culmina en el siglo X.

Las notas de la Masoráh  son de dos tipos: las ligadas al mismo texto consonántico bíblico (son vocales y acentos expresados con puntos y otros signos diacríticos), y las que están fuera del texto (en los márgenes del manuscrito).

Estas últimas constituyen la masoráh en sentido estricto, distinguiéndose por sus dos tamaños: Parva (menor) y magna (grande). La primera está colocada en los márgenes laterales del manuscrito (derecho e Izquierdo); y la segunda en los márgenes de arriba (cabecera) y abajo (pié). Cuando el masoreta agota el espacio de dichos márgenes, continúa su anotación al final del libro.


2.-  LA LITERATURA ÁRABE-JUDIA                          

Por literatura árabe-judía se entiende, no la producción literaria hebrea escrita en árabe, sino esencialmente la creada por los judíos de Al-Ándalus entre los siglos VIII y XIII. La lengua usada por los judíos es el árabe, excepto la poesía -tanto sagrada como profana[1]- que seguirá escribiéndose en hebreo hispano con métrica árabe.

Tanto la poesía religiosa como profana hebrea bajo el Islam hispano se escribe en hebreo. La característica de la poesía hebrea es la utilización de la métrica cuantitativa árabe, sustituyendo a la acentual bíblica y predominante hasta aquel tiempo. La belleza interna de la poesía no se buscaba ya en la repetición rítmica del acento hebreo, sino en la alternancia, según una medida de sílabas largas y sílabas breves. En hebreo, para efectos de métrica, fueron considerados sílabas breves todos los sewás y largas todas las demás vocales. Se considera al judío hispano, Dumas Ben Larat (siglo X), como el primer introductor de la métrica cuantitativa en la poesía hebrea.

Otras variables literarias son las que surgen en el siglo X, como las moaxajas (muwasahas) y las farchas (jarchas) escritas en árabe, hebreo y romance[2], así como la literatura de los Yejal hebreos, la génesis de lo que luego será el judeo-español. El denominado idioma judeo-español literario se remonta en sus orígenes sobre el siglo X, en plena Edad Media, donde encontramos las farchas y el Yejal, que son unos versillos en dialecto mozárabe y muchos de ellos escritos en judeo-español. Cuando se escribían en este idioma se les denominaba Zejel, que en hebreo quiere decir “inteligencia”. Las farchas y el zejel son la génesis de la poesía española, ellos se le adelantaron en más de cien años.

Si en la época rabínica (siglos I-VII de nuestra Era) la literatura hebrea se centra fundamentalmente en desarrollar comentarios bíblico-exegéticos con criterios puramente religioso-morales; en la etapa islámica, los judíos experimentan una verdadera revolución cultural al descubrir los entresijos del saber científico, considerado hasta entonces por ellos como algo profano (medicina, matemáticas, filosofía, astronomía, astrología, historia, poesía, novelística, gramática, etc.).

Sin abandonar el estudio de la tradición hebrea (Talmud, Biblia…), los judíos supieron aprovechar el poso cultural del Islam (que había sido capaz de sintetizar las culturas antiguas, oriental y clásica) para reelaborar sus propias aportaciones. Su favorable situación social en la administración musulmana (no olvidemos que la época visigótica fueron discriminados en todos los ámbitos sociales y políticos) contribuyó notablemente al desarrollo de esta aportación y florecimiento cultural.

Un hecho relevante de este período fue la traducción de la Tanak o Biblia hebrea al árabe[3], acontecimiento de gran trascendencia para la penetración del pensamiento bíblico en el mundo islámico. Recordemos que la traducción de la Biblia al griego por “los Setenta” supuso también, en su época, una revolucionaria transformación cultural y religiosa para todo el mundo judío y, muy especialmente, para los que vivían en las colonias helenas.


3.- LA LITERATURA BÍBLICO-EXEGÉTICA                              

· La exégesis bíblica es la interpretación de los textos de las Sagradas Escrituras. El primer judío al que se le atribuye la elaboración de unas normas para interpretar correctamente los textos bíblicos es Hillel, rabino de Jerusalén (70 a.C.- 10 d.C.).

·  En la época rabínica posterior (siglos II al IX de nuestra Era), la exégesis bíblica alcanzó su máximo esplendor con la redacción de infinidad de comentarios a los principales libros veterotestamentarios, siempre influenciados por los midrashim de la tradición judía.

·   Durante los siglos X y XI la lengua hebrea experimenta en Al-Ándalus un importante desarrollo, sobre todo, en el género de la exégesis bíblica de orientación gramatical. Mientras que los judíos hispanos viven plenamente integrados en la sociedad circundante (participando activamente en todos los movimientos culturales de su tiempo), los judíos centroeuropeos (franceses y alemanes) permanecen aún encerrados en su ancestral tradición hebrea.

El judío Menahem Ben Saruq (siglo X) es el primero en escribir  una gramática hebrea, titulada Mahberet[4]. Sin embargo, el primer exegeta hispano-hebreo que escribió un verdadero comentario de la Tanak fue Yosef Iben Abitar Ben Satanás (siglo X), oriundo de Mérida. En el siglo XI destaca también Mosse Iben Chiquitilla, un escritor que comenta la mayor parte de la Sagrada Escritura hebrea. A través de los restos encontrados en esos comentarios se puede determinar algunos rasgos de su exégesis independiente. Iben Chiquitilla da sistemáticamente una interpretación histórica a las profecías, que tradicionalmente eran entendidas a la luz de la futura era mesiánica. Esta posición es totalmente nítida en su comentario de Isaías y de los profetas menores. Aunque no niega el milagro en sus comentarios exegéticos, si que intenta buscar una explicación racional de los mismos o, al menos, encontrar un modo de intelección que no se contradiga con las cosas de la naturaleza.

·  En el siglo XII se produce un declive de los estudios gramaticales, por lo que la exégesis bíblica independiente también decae. En su lugar, aparece una hermenéutica bíblica más diversificada que abarca, desde lo midráshico-hagádico hasta lo filosófico-alegórico y místico. No obstante, todavía en ese siglo surge el más grande comentarista bíblico hispano, Abraham Iben Ezra (1092-1167).

· Los dos grandes comentaristas bíblicos que precedieron a la expulsión de los judíos fueron Açach Arama (que veremos luego) y Isaac Abrabanel (1437-1508). Característico de este último son las introducciones generales a cada uno de los libros de la Biblia, así como los comentarios que hace a muchas de sus secciones.


4.- LA LITERATURA DE LOS RESPONSA RABÍNICOS

Los responsa o “Seelot u-tesubot” (preguntas y respuestas) son, por lo general, cuestiones de orden jurídico que eminentes rabinos contestan a las preguntas, consultas y problemas que otros rabinos o dirigentes aljamiales someten a su juicio e interpretación. Las opiniones que expresan los jueces rabínicos en estas consultas van siempre precedidas de un análisis detallado de los hechos, a los que sigue una exposición clara y argumentada de los principios legales, rica en citas y precedentes extraídos de las fuentes talmúdicas y rabínicas más autorizadas. Por ello, los responsa pueden llegar a ser muy útiles para el historiador, pues proporcionan datos inexistentes en otras fuentes y revelan aspectos de la vida judía que no podrían ser detectados desde fuera o en documentos histórico-archivísticos.

Los responsa intentan dar solución a toda clase de problemas de la vida comunitaria y privada, así como la clarificación de cualquier duda en el orden espiritual, religioso, teológico, exegético, filosófico, científico, social, comercial y económico. En ellos también se descubre una escrupulosa preocupación por averiguar si, cualquier novedad, debe afectar a las convicciones religiosas y morales judías.

Estas fuentes revelan problemas y preocupaciones de todo orden, describe la organización interna de las comunidades, sus estatutos y ordenanzas particulares, sus instituciones benéficas, su sistema de enseñanza y centros culturales, sus tradiciones y los variados e innumerables conflictos y litigios que surgían en la vida cotidiana. En los responsa van definiéndose las costumbres comunitarias y familiares, el nivel moral, intelectual y material de la sociedad, los conflictos de intereses, la actitud protectora o abusiva de reyes y señores y la influencia que gozaban cerca de ellos algunos cortesanos judíos, así como el valor y entereza de los rabinos y dirigentes al oponerse a todo abuso de poder. También van desprendiéndose datos sobre las condiciones de la vida política, social, económica, comercial e industrial de la época, que revelan usos y costumbres, ceremonias y trajes, alegrías y tristezas y todo un conjunto de detalles que facilitan la recomposición de la vida tal como era.

Los responsa constituyen, en la jurisprudencia rabínica, la fuente más importante de interpretación práctica de la legislación talmúdica (halajá), así como el fondo más rico de toda la estructura jurídica post-talmúdica medieval.


5.- LA INFLUENCIA DEL HEBREO EN EL IDIOMA ESPAÑOL

Durante su larga estancia en la Península Ibérica, el pueblo judío contribuyó de alguna manera a la formación del idioma español. En el campo morfológico se puede mencionar la posible procedencia hebrea del sufijo “ón” (desinencia existente en el latín) y aún por cierta analogía también “ote”.

En el campo sintáctico, García Blanco, llega a afirmar: “de todas las lenguas en que puede traducirse un escrito hebraico, no hay ninguna en que se copien más fácilmente sus expresiones que en la castellana”. Lo mismo sostiene Severo Catalina, quien sostiene que, mientras el Diccionario de la Lengua Castellana tiene más de Latino que de semítico, la sintaxis del español tiene más de semítica que de latina. Un ejemplo claro es que nuestro idioma haya asumido diferentes formas de superlativo (todas sintácticas) que existen en hebreo:

·  Repetición pura y simple del adjetivo o adverbio.

·  La formación del plural como complemento nominal.

· La formación del superlativo simple cuando se antepone al adjetivo posesivo o cuando encierran una idea cuantitativa, por ejemplo: la pequeña (hablando de varias hermanas), la menor.

· La formación del superlativo, propiamente dicho, cuando se coloca el adverbio de cantidad “muy” antes del adjetivo, por ejemplo: “muy interesante”. Conviene recordar que el latín lo hace con “issimus”.

· La sufijación del verbo; un recurso típico del hebreo y ajeno al latín y al griego, por ejemplo: dígame, tráigamelo, etc.

El Ladino o judeo-español es el idioma que hablan los descendientes de los judíos que fueron expulsados en 1492, de ahí que también se le llame sefardí. La plural procedencia de los judíos hispanos (castellanos, aragoneses y navarros) aportó nuevas expresiones y giros gramaticales a este idioma que terminó por configurarse en el exilio.

Muy pronto aparecen los primeros textos, concretamente una traducción de la Biblia en Ladino (impresa en Ferrara en 1553), obra considerada por entonces un sacrilegio por utilizar otra lengua que no fuese la hebrea. Otra de las traducciones más populares fue la “Hagaáah de Pesaj (Pascua)”.

Pero el Ladino no se conformó sólo con traducir al pié de la letra los textos Sagrados, sino que incorporó también como escritura el hebreo y sus signos, puntuación, notas musicales y acentos. A este tipo de letra cursiva hebrea se la ha llamado: caligrafía Rashi.



[1] La poesía profana utilizará como géneros literarios todos aquellos que reflejan los aspectos de la condición humana (cantos de amor, sátiras, epigramas, elegías, misivas de amistad, fábulas, leyendas, enigmas, etc.). Las tres figuras más relevantes de la poesía hebrea hispana fueron: Salomon Iben Gabirol (siglo XI) con su celebre poema Meter Malkut (corona real); Mose bien Ezra (1070-1140) con sus cantos poéticos a la naturaleza, el vino , el amor, etc.; Jehuda Ha-Levi (1075-1140) con su poesía sacra y profana, plasmada en sus sionidas –cánticos de amor y de nostalgia a Sion,- abrió nuevos campos a la poesía sagrada española.

[2] Las primeras manifestaciones literarias (siglo X) que aparecen en la Península Ibérica en lengua romance, están representadas en los poemas denominados moaxajas (muwasahas) y en las farchas. Las primeras consisten en estrofas escritas en árabe o en hebreo o en romance, esta última estrofa, compuesta por cuatro versos, que cierra una moaxaja recibe el nombre de frarcha o jarcha. Los poetas hebreos españoles o hispano-árabes, dejaron extraordinarias muestras de este género. Yehuda Ha-Levi escribe la primera y tal vez la más famosa jarcha en lengua hebrea. Fue dedicada a Josef iben Ferrusel –médico judío e importante personaje de la corte de Alfonso VI en Toledo- también conocido como el Cidiello, en esta estrofa celebra su venida a Guadalajara.

[3] La traducción árabe más importante es la del musulmán Saadia Al–Fayumi (882-942). Sólo nos queda de él un fragmento de una versión completa. Aunque no se excluye en Sardina una motivación apologética –mostrar la grandeza de la literatura hebrea-, su propósito fue eminentemente pastoral: hacer accesible la Biblia a los correligionarios que no entendían el hebreo. Esta finalidad explica ciertas libertades en la traducción, como el inferir palabras y frases, eliminar repeticiones, traducir libremente cuando lo literal podría herir la sensibilidad contemporánea, etc. A parte de la versión sardina, se hicieron otras de menor importancia, tanto por caraítas hebreos como rabinistas.

[4] En el Mahberet alude a códices bíblicos españoles que han sido supervisados por hombres de ciencia y han sido contrastados con otros tiberienses (de Tiberias: Galilea). Ya en aquella época, los propios judíos españoles se gloriaban de poseer “precisas y viejas Biblias tiberienses españolas”. La fama de los buenos manuscritos bíblicos españoles perduró por toda la Edad Media y provocó más de un viaje de judíos europeos que venían a la península con el afán de copiar estos buenos códices hispano-hebreos.

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