MIGUEL
SERVET QUEMADO POR LA INQUISICIÓN
Por: Álvaro López Asensio
Página
web: www.alopezasen.com
Tras la lectura de los “Heterodoxos” de Marcelino Menéndez Pelayo, me ha llamado la atención el sumario del proceso de inquisición que la Iglesia reformista de Calvino (Iglesia protestante suiza) instruyó contra el aragonés, Miguel Servet. Me ha parecido tan interesante y fascinante, que quiero resumir los acontecimientos más relevantes de dicho proceso, su precaria vida en los calabozos, su preocupante estado psicológico, el injusto juicio presidido por el Tribunal inquisitorial, la inesperada condena a muerte en la hoguera y la agónica muerte entre gritos y lamentos del protagonista.
Miguel Servet nació casualmente en Tudela, en el reino de navarra, aunque su familia toda estaba avecindada en Aragón, concretamente en Villanueva de Sijena (Huesca), donde su padre era notario.
De joven aprendió el Latín, griego y hebreo. Ya en 1528 pasó a Tolosa a estudiar leyes; donde leyó un libro del protestante Melachton. Empezó a interpretar la Sagrada Escritura por su cuenta. En calidad de secretario del confesor de Carlos I (V de Alemania) viajó por Italia y Alemania, conoció a Melanchton y muchos otros teólogos del protestantismo. Refugiado en Basilea (Suiza), alarmó a los luteranos y calvinistas con el anuncio de un libro en que negaba ser Cristo verdaderamente Hijo de Dios. Lo publicó en Estrasburgo, no obstante de las sanas advertencias de Ecolampadio, Bucero y otros; pero el aragonés era terco.
Otras nuevas producciones salieron de su pluma: defendió el libre albedrio y la eficacia de las obras contra los luteranos, y con su exposición conmovió fuertemente a Melanchton. Después de romper así con los luteranos, tuvo que abandonar Alemania y fue a París. Ávido de fama, apalabró una disputa con Calvino, a la que no asistió Servet, sin que se haya podido ni aún sospechar la causa. Faltó de recursos, se hizo corrector de imprenta, oficio que entonces exigía un mediano conocimiento en las lenguas sabias. Por este tiempo se dedicó al estudio de la geografía y de las matemáticas, y en él preparó una nueva edición del Ptolomeo, tan correcta, que le mereció el título de “Padre de la geografía comparada”.
En la misma época hizo amistad con un médico de Lyon (Francia), el cual, prendado de los deseos de aprender de Servet, le enseñó la medicina, estudios que termino en París. En esta ciudad leía astrología (es decir, matemáticas aplicadas a los cuerpos celestes) en el colegio de los Lombardos y, en esta ocasión, publicó una “Apología disceptatio pro astrología”, que mandó retirar el Parlamento.
Se
cree que fue en 1537 cuando hizo el gran descubrimiento de la circulación de la
sangre, lo cual le granjeó mucho renombre en la medicina, que ejerció en varias
ciudades de Francia cuando abandonó su cátedra de los Lombardos.
Perro ni entre tan variadas ocupaciones y estudios se le olvidó a Servet su anterior disputa con Calvino, por lo que determinó escribirle. La correspondencia empezó en 1546, y continuó todo el año siguiente, con una intensidad cada vez más agria. Calvino usaba un tono magistral que provocaba la ira de Servet, hasta desatarse en calificativos que lastimaban grandemente el amor propio del teólogo de Ginebra. Pero lo que le hizo perder los estribos a Calvino fue la enérgica infectiva que del calvinismo hacía el aragonés, y aún de todo la Reforma: “Vuestra decantada fe en Cristo es humo, sin valor ni eficacia: habéis hecho del hombre un tronco inerte…, la justificación que predicáis es una fascinación, una locura satánica…, hablas de actos libres, como si fuera posible elegir libremente cuando dios lo hace todo en nosotros. Ciertamente que obra en nosotros Dios, pero de manera que no coarta nuestra libertad”.
Calvino estaba furioso con estos ataques tan racionales; pero la furia llegó a su colmo con la remisión que le hizo de las “Institutiones religionis christianae”, diciéndole: “Ahí aprenderás cosas estupendas e inauditas; si quieres, iré yo mismo a Ginebra a explicártelas”. Publicó clandestinamente su “restitución del cristianismo”, que es una baraunda completa. Calvino no tardo en poseer uno de los ejemplares; la ira y el despecho se apoderaron de él cuando vio impresas las cartas que Servet le había escrito en la polémica, todo los insultos con que le había ofendido y, sobre todo, la vigorosa refutación de su doctrina. Calvino quiso deshacerse de Servet a través de la inquisición francesa, institución que le dejó escapar y quemó públicamente su estatua para contentar al delator.
Servet fue entonces en Ginebra: su intención era salir de ella inmediatamente. Para no despertar sospecha alguna en la posada, o más probablemente por oír a Calvino que predicaba aquel domingo, se fue a la iglesia. Calvino lo reconoció y aquella misma tarde lo hizo prender. Era ley en Ginebra que el acusador quedase preso hasta que probara su demanda, sujetándose a la pena de Talión si mentía. Nicolás de la Fontaine, cocinero de Calvino, se presentó como acusador de Miguel Servet.
14 de agosto de 1553.- Empieza el proceso, acusando Nicolás a Servet de haber escrito treinta y ocho proposiciones heréticas, de haber difamado a Calvino y a la Iglesia de Ginebra, escandalizando también a las de Alemania y huido de la prisión de Viena del Delfinado.
15 de agosto de 1553.- Se constituye el Tribunal de la Inquisición de la Iglesia protestante, y Nicolás presenta su demanda formal contra Servet. Fallan los jueces que, por lo expuesto, hay criminalidad en el acusado, que sus respuestas no son satisfactorias, que se ponga en libertad bajo fianza y que se empiecen los procedimientos. Servet hace una declaración explícita de sus doctrinas, las que pretende defender en discusión pública con Calvino.
16 de agosto de 1553.- Acompaña a Nicolás un teólogo proclive a Calvino, para no poner en evidencia la incultura teológica del cocinero. Se produce una violenta discusión entre el teólogo y uno de los jueces del tribunal enemigo acérrimo de Calvino sobre el procedimiento del sumario, y no se pasa de la proposición undécima.
17 de agosto de 1553.- Calvino se presenta para quejarse de la actitud del juez que había entorpecido la marca del proceso, y entabla su su discusión con Servet:
A) Le muestra dos cartas de Ecolampadio y testimonios de Melachton para probarle que su doctrina había sido condenada en Alemania como herética.
B) Le acusa de la mala aplicación de un pasaje de su obra “Ptolomeo” referente a la tierra de Palestina (Tierra Santa).
C) Le acusa de unos comentarios de la Biblia de Santes Pagnino, especialmente, sobre varios capítulos de Isaías que aplica al rey Ciro y no a Cristo.
D) Cuestiona su panteísmo.
E) Calvino le impugna su doctrina acerca de la Trinidad.
Las
respuestas de Servet a estas acusaciones fueron respectivamente las siguientes:
A) La desaprobación de esos dos teólogos n implicaba una condenación pública y oficial.
B) Que no hablaba de los tiempos de Moisés, sino de los actuales.
C) Satisface, pero tan débilmente, que no tiene que responder a una nueva y acertada objeción de Calvino.
D) Dijo que no admitía en la esencia divina más distinción que la formal o modal; mas no la real o personal, porfiando que esta era doctrina de antiguos Padres de la Iglesia.
E) “¿Crees, infeliz, que la tierra que pisas es de Dios?” (le preguntó Calvino).- “No tengo duda de que este banco, esa mesa y todo lo que nos rodea es de la substancia de Dios”.- “Entonces también lo será el diablo” (le contestó Calvino).- “¿Y lo dudas? (dijo Servet). Por mi parte, creo que todo lo que existe es partícula y manifestación sustancial de Dios”.
Calvino presenta el libro “Institutiones” anotado de propia mano de Servet, su autor, para que se una al sumario y a los demás documentos; concluyendo así la primera parte del proceso. Hecho esto Calvino escribió a los ministros de Francfort para que recogiesen los ejemplares que allí hubiera del “Cristianismi Restitutio”, y muestra en la correspondencia las esperanzas de que Servet pronto será condenado a muerte.
21 de agosto de 1553.- Los jueces levantan la fianza a Nicolás de la Fontaine por hallar bastante culpabilidad en el acusado, y encargan la prosecución de la causa al procurador general de Ginebra.
Este mismo día Calvino expone el sentir de los antiguos Padres acerca del dogma de la Trinidad. Cita Servet en su defensa algunos autores, y ordena al tribunal que se los faciliten o se compren a su costa. El tribunal se los dio rápidamente.
22
de agosto de 1553.- Presenta Servet su primera reclamación a los magníficos
señores de Ginebra y, entre otras cosas, dice: “Digo humildemente que es una nueva invención ignorada de los Apóstoles
y discípulos de la Iglesia antigua, perseguir criminalmente por la doctrina de
la Escritura. Por lo cual, siguiendo la doctrina de la antigua Iglesia, en que
solo la punición espiritual era admitida, pido que se dé por nula esta
acusación criminal…; como soy extranjero y no sé las costumbres del país, ni la
manera de proceder en juicio, pido que se me dé un procurador que hable por mí”.
Todo le fue negado.
23 de agosto de 1553.- Presenta el procurador general una serie de artículos contra Servet:
A) Por qué habla leído el Corán.
B) Si había sido o no arreglada su vida.
C) Por qué no se había casado.
D) Si había estado preso en alguna parte antes que en Viena.
Servet contestó a todo esto: “Que pensaba haber vivido como cristiano, teniendo celo de la verdad y estudio de las Sagradas Escrituras”. En cuanto al pro qué del celibato, dio que reír a los jueces. Poco a poco Servet iba aplacando al Tribunal, pero Calvino, conociendo su estrategia, redobló sus increpaciones contra él en púlpitos y plazas de Ginebra.
El tribunal permitió a Calvino que visitara a Servet en su calabozo para convencerle de su error herético; pero no era Servet hombre de dejarse convencer por quienes veía claramente que estaban errados. Fracasado en su intentó, Calvino consultó a las iglesias reformadas del país, las cuales le dieron el encargo de extractar de las obras de Servet los puntos heréticos de su doctrina y calificarlos. Lo hizo en quince días, extractando treinta y ocho proposiciones.
15
de septiembre de 1553.- Se entregó a Servet el extracto hecho por Calvino. El
acusado contestó a todas y cada una de las proposiciones, acosando a Calvino de
injurioso. Se ratifica en sus doctrinas, y siega en su defensa textos literales
de los Santos Padres de la Iglesia.
Este mismo día Servet escribió a los jueces del tribunal: “Calvino se ha propuesto, sin duda, de hacer que me consuma en la prisión. Las pulgas me comen vivo; mis calzas están desgarradas, y no tengo comisa que mudarme…; os había yo pedido un procurador o abogado, porque soy extranjero y no puedo defender yo mismo mi causa. Y, sin embargo, a él le habéis dado procurador y a mí no”.
Calvino escribió a todos los pastores de las iglesias reformadas para que respondieran conforme a su deseo, que era el que dijo a Snizer, pastor de Basilea: “Que no se libre ese impío de la muerte que para él deseamos”. El proceso se alargaba más de lo que permitían las leyes de Ginebra. Calvino trabajó una “Brevis refutatio errorum et impietatum Michelis Serveti”, por lo que Servet acabó por perder el juicio, y en las notas interlineales que puso Calvino en esta obra, le llamó entre otros calificativos: “Simón mago, sicofanta, impostor, pérfido, etc.”. También le escribió una carta en la que le echaba en cara su ignorancia filosófica.
22 de septiembre de 1553.- Vuelve Servet a escribir a sus jueces quejándose de que Calvino le imputaba lo que nunca había dicho, y formula además varios cargos contra él; pero como tampoco tuvo respuesta alguna, escribió el 10 de octubre por última vez: “Magníficos señores. Hace tres semanas que deseo y ruego que no me rehuséis lo que no se negaría a un turco. Os pido justicia, y tengo que deciros cosas graves e importantes… Estoy peor que nunca; el frio me atormenta, y con él las enfermedades y otras miserias que tengo vergüenza de escribir. Por amor de Dios, señores, tened compasión de mí, ya que no me hagáis justicia.- Miguel Servet, solo, pero confiado en la protección segurísima de Cristo”.
El
19 de septiembre las iglesias de la reforma protestante enviaron a Calvino las
respuestas que había solicitado, las cuales no eran tan explícitas como él las
deseaba, pero sí satisfactorias para su causa contra Servet. El informe de la
ciudad de Berna decía: “El Señor os
de espíritu de prudencia y sabiduría
para que libréis a nuestra iglesia de esa peste”; las demás, por el estilo.
Interpretó Calvino las respuestas a su gusto, e impuso su interpretación a los
magistrados. No todos asintieron a esta infamia. La discusión duró tres días;
algunos de los jueces se inclinaban por el destierro o a la reclusión. El
primer síndico votó porque se llevase la causa al Tribunal de los Doscientos.
Así se llegó al 26 de octubre, día en que se falló en definitiva la muerte en
hoguera contra Miguel Servet. La noticia cayó sobre el reo como un jarro de
agua fría; nunca pensó que las cosas llegarían tan lejos. Se le vio con los
ojos llorosos y con rabia gritaba: “¡Misericordia¡
¡Misericordia¡”.
Tras recobrar la calma pidió ver a Calvino, quien se presentó ante él con dos consejeros en la madrugada del 27 de octubre: “¿Qué quieres? (le preguntó).- Que me perdones si te he ofendido”.- “Dios me es testigo” (dijo Calvino) de que no te guardo rencor, y de que no te he perseguido por enemistad privada, sino que te he amonestado con benevolencia, y me has respondido con injurias; pero no hablemos de mí. De quien debes solicitar perdón es del Eterno Dios, a quien tanto has ofendido”. Pero Servet no pensaba en retractaciones. De inmediato, se presentó allí el lugarteniente criminal, quien ordenó que le siguiera ante el Tribunal. En el proceso se encuentra la sentencia literal que leyeron a Servet:
“Sentados en el Tribunal donde se sentaron nuestros mayores, y abierto ante nosotros el libro de las Sagradas Escrituras, decimos: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, por esta nuestra definitiva sentencia que damos aquí por escrito, condenamos a ti, Miguel Servet, a ser atado y conducido al lugar de Campel, y allí sujeto a una picota y quemado vivo juntamente con tus libros, así de mano como de impresos, hasta que tu cuerpo sea totalmente reducido a cenizas, y así acabarás tu vida para dar ejemplo a todos los que tal crimen quisieren cometer”.
Tras oír la terrible sentencia, el ánimo de Servet flaqueó un momento, y cayendo de rodillas, gritaba: “¡El hacha, el hacha, y no el fuego¡…. Si he errado, ha sido por ignorancia… No me arrastréis a la desesperación”. Farel (el principal pastor o ministro de Ginebra) aprovechó este momento para decirle: “Confiesa tu crimen, y Dios se apiadará de tus errores”. Pero Servet replicó: “No he hecho nada que merezca muerte. Dios me perdone, y perdone a mis enemigos y perseguidores”. Y tornando a caer de rodillas y levantando los ojos al cielo como quien no espera justicia ni misericordia en la tierra, exclamó: “¡Jesús salva mi alma¡ ¡Jesús, hijo del eterno Dios, ten piedad de mi¡”.
Caminaban
al lugar del suplicio: los pastores reformistas que lo rodeaban para
convencerle con sus palabras y exhortación, seguido del pueblo. Servet
pronunciaba continuamente el nombre de Dios, al que encomendaba su alma.
Entonces Farel le dijo: “¿Por qué Dios y
siempre Dios?.- ¿Y a quien sino a Dios he de encomendar mi alma?” (contesto
Servet).
Habían llegado a la colina de Champel, al campo del verdugo, que aún conservaba su nombre antiguo y dominaba las riberas del lago de Ginebra. En aquel lugar había una columna clavada en el suelo junto a muchos fajos de leña, verdes todavía, como si hubieran querido sus verdugos hacer más lenta y dolorosa la agonía. ¿Cuál es tu última voluntad” (Le pregunto Farel), ¿Tienes mujer e hijos?”. Servet lo negó moviendo la cabeza.
Entonces
el pastor Farel dirigió al pueblo estas palabras: “Ya veis cuan gran poder que ejerce Satanas sobre las almas de que toma
posesión. Este hombre es un sabio, y pensó sin duda enseñar la verdad; pero
cayó en poder del demonio, que ya no le soltará. Tened cuidado que no so suceda
a vosotros lo mismo”.
Era medio día. Servet yacía con la cara en el pilar, lanzando espantosos aullidos. Después se arrodilló, pidió a los asistentes que rogasen a Dios por él, y haciendo oídos sordos a las últimas exhortaciones de Farel, se puso en manos del verdugo, que lo amarro a la picota con cuatro o cinco vueltas de cuerda y una cadena de hierro. Le puso en la cabeza una corona de paja untada de azufre, y al lado un ejemplar del “Chirstianimi Restitutio”. Enseguida, con una antorcha prendió fuego a los fajos de leña, y la llama comenzó a levantarse y a envolver a Servet. Pero la leña, húmeda por el rocío de la mañana, ardía mal, y se había levantado además un impetuoso viento, que apartaba de aquella dirección las llamas. El suplicio fue horrible, duró dos horas, y por largo de tiempo se oyeron los desgarradores gritos de Servet: “¡Infeliz de mi¡ ¿Por qué no acabo de morir? Las doscientas coronas de oro y el collar que me robasteis, ¿No os bastan para comprar la leña necesaria para consumirme? ¡Eterno Dios, recibe mi alma¡ ¡Jesucristo, hijo de dios eterno, ten compasión de mi”.
Algunos
de los asistentes que lo oían, movidos por la compasión, echaron a la hoguera
leña seca para abreviar su martirio, lo que facilitó el procedimiento, quedando de Miguel Servet y de su libro más
que un montón de cenizas, que fueron esparcidas al viento.
El objetivo de este artículo es desmitificar que la Inquisición española que giraba en el entorno de la Iglesia Católica, no fue solo la mala y pagana de la historia, sino que la Inquisición de las Iglesias de la reforma o protestantes fueron tanto o más sanguinaria y violenta que la Católica, incluso con mayor número de condenados y quemados.
Este dato es relevante porque muchos pastores protestantes echan en cara la mala fama y el pasado poco edificante de la Inquisición española, sin caer en la cuenta de los errores su propia historia. Ven la mota que tiene en el ojo la Iglesia católica y no ven la viga histórica que tienen en la suya.
También hago un llamamiento a las autoridades y cargos públicos del Gobierno de Aragón, para que intenten reparar la memoria y figura del aragonés Miguel Servet. Para ello, deben tramitar ante la justicia europea y suiza la anulación del fraudulento juicio y desproporcionada sentencia que rehabilite su dignidad personal ante la historia.
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