LA LIMPIEZA DE SANGRE CONVERSA
Por: Álvaro López Asensio
Página web: www.alopezasen.com
1.- La limpieza de sangre en su evolución histórica
La discriminación racial a través de la limpieza se inició a través de una bula del Papa Luna en 1414, cuando permitió que en el colegio universitario de San Bartolomé de Salamanca se prohibiera -a todos aquellos que no fueran “ex puro sanguine procedentes”- ser miembros de dicho colegio. Pero el principal impulso dado a la propagación de los estatutos de limpieza fue la fundación de la Inquisición tanto en la corona de Castilla, como en la de Aragón y Navarra.
En efecto, la Inquisición tuvo muy en cuenta este procedimiento de limpieza, sobre todo, desde que Torquemada estableció en las instrucciones publicadas en Sevilla en noviembre de 1484, que: “Los hijos y nietos de los tales condenados (por la Inquisición) no tengan ni usen oficios públicos, ni oficios, ni honras, ni sean promovidos a sacros ordenes, ni sean juezes, alcaldes, alcaides, alguaciles, regidores, mercaderes, ni notarios, escrivanos públicos, ni abogados, procuradores, secretarios, contadores, chancilleres, tesoreros, médicos, cirujanos, sangradores, boticarios, ni corredores, cambiadores, fieles, cogedores, ni arrendadores de rentas algunas, ni otros semejantes oficios que públicos sean[1]”.
Esta práctica recibió el beneplácito de los reyes Católicos, que promulgaron dos decretos, en 1501, prohibiendo a los hijos de los condenados por el Tribunal del Santo Oficio ocupar puestos honoríficos, ser notarios, escribanos, médicos o cirujanos.
Los conversos fueron igualmente excluidos de la vida académica y de las profesiones más importantes de Castilla por un decreto de la Inquisición en 1522, por el cual se prohibía a las universidades de Salamanca, Valladolid y Toledo otorgar grados a descendientes de judíos y judaizantes[2]. Alcalá fue una excepción, quizás por respeto al cardenal Cisneros, su fallecido fundador y permisivo con la situación social de los conversos.
El arzobispo de Toledo había intentado, inútilmente en 1539, introducir un estatuto de limpieza. En 1546, su sucesor, Juan Martínez Silíceo, no se sintió identificado con los conversos, cuyos antecedentes raciales eran para él la principal amenaza contra una Iglesia segura y no contaminada. Cuando en septiembre de 1546, el prelado se enteró de que el papa acababa de nombrar al converso, Fernando Jiménez, para ocupar una canonjía vacante en la catedral, y que el padre del nuevo beneficiado fue una vez condenado por la Inquisición como judaizante, se negó a aceptar el nombramiento. Silíceo escribió al papa protestando contra su candidatura. El Santo Padre anuló el nombramiento; pero Silíceo consideró que no era bastante y procedió a redactar un estatuto excluyendo a todos los conversos de los cargos en la catedral. El 23 de julio de 1547, se convocó una reunión del Cabildo catedralicio donde se aprobó un estatuto de limpieza[3].
Dado el éxito que tuvieron los estatutos de Torquemada y las posteriores actualizaciones de la Inquisición, pronto se fijaron criterios unitarios para todos aquellos que querían conseguir un empleo público y demostrar la limpieza de sangre, es decir, que sus antepasados eran cristianos viejos. A finales del siglo XVI, las pruebas de limpieza eran un requisito necesario en las cuatro órdenes militares principales (Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa) y en todos los colegios y universidades importantes. A causa de la necesidad de probarla, se dieron numerosos casos de fraudes, perjurios, coacción y chantajes para conseguirla.
Hacia la década de 1560, se requería a todos los funcionarios del Santo Oficio que fueran limpios de sangre, teniendo que probar su pureza antes de solicitar un cargo. El solicitante tenía que entregar a los funcionarios de la Inquisición su genealogía y, si estaba casado, la de su esposa. En dicha genealogía debía incluir los nombres y residencia de padres y abuelos, y si se hallaba la menos señal de sangre impura, eso bastaba para descalificar al aspirante. Si no se hallaban tales pruebas, los funcionarios nombraban comisionados que visitaban las localidades y tomaban declaraciones juradas de testigos sobre los antecedentes del solicitante. Los comisionados tenían autorización para investigar archivos y convocar testigos a voluntad.
Una vez que todas las pruebas hubieran demostrado ser incontestables, el papel de los testigos era crucial. Siempre se podía sobornar a un testigo para que negara los orígenes conversos de un solicitante, o podía ser víctima de un chantaje por el mismo motivo. De ambos modos, era el solicitante el que salía perjudicado[4].
En el reinado de Felipe IV (1621-1665), se introdujeron algunos cambios en los estatutos. En febrero de 1563, una Junta de reformación redactó nuevas reglas para la práctica de la limpieza. Una prueba bastaría para solicitar un cargo, y no harían falta más para ascender o cambiar de empleo[5]. No se admitían las pruebas verbales si no estaban apoyadas por pruebas más sólidas, y no se haría caso a los “rumores”. Toda la literatura escrita contra las familias de origen judío, como el famoso “Libro Verde de Aragón”, debía ser destruida y quemada.
La España del siglo XVIII había limpiado a los herejes conversos, por lo que la cuestión judaizante cesó de existir a todos los efectos prácticos. La desaparición de la amenaza judía significó la degeneración del antijudaísmo en un prejuicio irracional sin raíces en condiciones reales. Lo converso de judío se convirtió en un mito, una leyenda. Aunque en la segunda mitad de esa centuria los judaizantes eran ya una rareza, la limpieza siguió actuando sin mucho sentido común.
Oficialmente dejó de ser reconocida en una real orden del 31 de enero de 1835, pero hasta 1865 fue todavía necesaria para entrar como cadete en los cuerpos de oficiales del ejército. El último acto oficial fue una ley del 16 de mayo de 1865, cuando se abolió las pruebas de fuerza para los matrimonios y para ciertos cargos gubernamentales[6].
2.- Estrategias de los conversos para mitigar la limpieza de sangre
La defensa contra los problemas que planteaba la inhabilitación para cargo público y una discriminación social y convivencial por descender de judíos, les movilizó para conseguir mitigar esta marginación excluyente mediante tres actuaciones estratégicas[7]:
1.- Retirar los sambenitos o las mantillas de sus antepasados que se encontraban colgados en las paredes de sus parroquias. Esta medida tenía algunos inconvenientes ya que, a pesar de su retirada, no era fácil olvidar a los vecinos su existencia pasada. Este método radical fue bastante usado, aunque con escasos resultados.
2.- Cambiarse de nombre y de localidad para comenzar una nueva vida. Esto sí que fue un verdadero problema para las pruebas de limpieza de sangre, aunque no fueron pocos los descubiertos y delatados.
3.- El sistema más utilizado fue,
comprar testigos que declarasen que el interesado era cristiano viejo, aun a
riesgo de ser procesado por testigo falso, pero el dinero converso obraba
milagros y hacía ser valientes a los cobardes.
[1]AH[1] (1) AHN, Inquisición, libro 497, fol. 22-23.
[2]KAMEN, H.; “La Inquisición española”, p.
135.
[3]IBIDEM, p. 136.
[4]IBIDEM, p.139.
[5]IBIDEM, p. 145.
[6]IBIDEM, p. 148.
[7]BLAZQUEZ MIGUEL, J.; “Inquisición y criptojudaísmo”, p. 148.
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