HEBREOS O GRIEGOS ¿QUÉ SOMOS?
Por: Álvaro López Asensio
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Es indudable que la filosofía griega fue el origen del pensamiento, es decir, el saber que busca través de la razón. Frente a los mitos, los griegos dieron mucha importancia al conocimiento y el saber de las cosas y del ser humano a través de la razón. Esta ha sido el fundamento de nuestra civilización occidental, es decir, una visión del ser humano, del mundo y de la vida pragmática y racional.
Sin embargo, el pensamiento y la forma de ver lo que nos rodea difiere mucho de esta concepción empírica de influencia griega. El hebreo verá todo con los ojos del corazón no con los de la razón. Su concepción religiosa hizo que se fijara más en las cosas pequeñas que en los grandes planteamientos. Desde antiguo, su relación con Dios marcó una personalidad que valoraba más la dimensión espiritual que la racional; los sentimientos y emociones frente a la praxis en todos los órdenes de la vida y de las relaciones interpersonales.
El idioma griego clásico o koiné fue una lengua indoeuropea, el hebreo y arameo son lenguas semíticas. Esta diferencia lingüística hizo también que sus estructuras mentales y espirituales sean también completamente diferentes
A continuación vamos a resumir las opuestas concepciones y definiciones de ambas formas de ser. Estas diferencias reflejan las dos visiones que de las personas, la vida y el mundo tiene nuestra sociedad actual[1]:
1. EL GENIO GRIEGO
· El genio griego es esencialmente lógico, analítico y ordenador. La lógica es una palabra griega que deriva del verbo lego (escoger, reunir, enumerar, narrar). De ahí logos (enumeración, cuenta, palabra, tratado, razón). “El espíritu griego en todo quiere comprender, buscando la razón de todo hasta la claridad perfecta. No por casualidad la palabra “logos” designa a la vez la razón, es decir, la explicación; y el lenguaje que para el griego es la expresión misma de la razón[2]”
· El griego siente la necesidad primordial de ver las cosas claras en su mente, de pensar las cosas. Para ello procura discernir bien los objetos de su conocimiento, definirlos por medio de la analogía y la abstracción. Tomando ese punto de partida, es capaz ya de razonar, sistematizar, dirigir y construir.
· El griego ve al mundo como un cosmos, es decir, como un orden, como una organización armoniosa que el hombre puede comprender, concebir, captar y utilizar. El mundo es un espectáculo que el hombre contempla como desde el exterior.
· La mentalidad griega tiene una tendencia muy marcada hacia el dualismo que diferencia a la materia del espíritu, al cuerpo (soma) del alma (psijé). Un griego no podía oír hablar de la resurrección del cuerpo, pues para él la muerte libera al alma de la aleja del cuerpo. Su ideal, desde Platón, es la inmortalidad del alma, la incorruptibilidad. Este lenguaje griego presionará y perturbará el lenguaje hebreo tradicional, perdiendo el matiz semítico que los Setenta tradujeron de la biblia hebrea al griego y latín.
· Aunque el tiempo es cambio, no es más que un perpetuo recomenzar, un retorno constante al punto de partida, un círculo cerrado e inmutable. El tiempo es cíclico, regulador, mecánico y ciego. No tiene novedad, todo es repetición.
2. EL GENIO HEBREO
· Para la persona bíblica, el mundo no es un espectáculo que hay que contemplar para comprenderlo, sino que es una historia que hay que vivir. El hebreo no se preocupa en definir ese mundo, sino que reclama una enseñanza dada en hechos. Mientras que los griegos buscan una “sabiduría”, los judíos piden “señales”.
· El hebreo no se plantea el problema del conocimiento, porque –para él- el conocimiento no es una cualidad de la inteligencia racional en busca de una verdad objetiva, sino el cumplimiento y la realización de sí mismo, apoyándose en Yahvéh.
· La palabra no es un logos en el sentido griego del término (una palabra-pensamiento); sino el dabar hebreo que se traduce –no sólo por “palabra”- sino también por “asunto”, “acontecimiento”, “cosa que viene” (Gn 15, 1; 18, 14; 20, 8; 22, 1; 1 Re 11, 41).
Es una palabra que no dice lo que las cosas son en sí mismas, sino más bien para qué son; qué llegarán a ser y cuál es su razón de ser[3]. Una palabra no es simplemente la traducción de un pensamiento, es además un acto de poder, de dominio, de autoridad y de eficacia. La palabra hebrea es la expresión de la persona que conserva su valor unipersonal.
· Si para el griego el órgano humano privilegiado es el ojo, para el hebreo será el oído. Por ello, el oído y los labios serán los órganos sociales y religiosos por excelencia[4]. Hablar-oír es el camino para que las personas se comuniquen y dialoguen. Para el judío es muy importante recitar con sus propios labios todos los días la oración del Shemá, profesión de fe que conjuga el hablar y el oír: "“Escucha, Israel…” (Dt 6, 4y ss.).
· Para la antropología hebrea, la persona humana es una realidad indivisible compuesta por napas o “alma viviente” y néfesh que después se tradujo con las palabras griegas: fisis o soma (corporeidad). Según la concepción bíblica, la naturaleza humana es una y, por consiguiente, no es divisible en componentes que pudiéramos aislar (cuerpo y alma).
La mentalidad hebrea considera que la muerte no es una separación del alma y cuerpo, ya que el alma no se opone al cuerpo[5]. Si el hombre es un napas o “alma viviente” y vive como napas; también es un “cuerpo” o nefesch.
El mundo bíblico no entiende que un “cuerpo” no contenga una “alma”, ya que un “alma viviente” tiene que convivir con todo su “cuerpo” e integridad corporal. Si desaparece el “alma” no queda el “cuerpo”; no queda nada sino polvo. Tan verdad es decir: “somos cuerpos”, como decir: “somos almas”. El hebreo emplea indistintamente (para designar a la persona) los términos “alma” o “cuerpo”, ambas se refieren a una sola y misma realidad: el ser humano vivo en el mundo.
Por consiguiente, la muerte no es un aniquilamiento de la persona (que es alma o cuerpo), sino que mientras perdura el cuerpo como cadáver o esqueleto, subsiste con vida el alma o persona en un estado de debilidad extrema en la morada del Sheol (Job 26, 5-6; Is 14, 9-10; Ez 32, 17-32).
También en el hombre se encuentra la rúaj: el viento, el aliento de vida, el espíritu vital que procura respiración, vida y alegría[6]. En la Biblia la rúaj sólo procede de Dios; cuando Él la retira se produce la muerte (Sal 104, 29-30).
[1] LOPEZ ASENSIO, A.; “Sabiduría judía de Calatayud y Sefarad”, Zaragoza, 2009, p. 23-24.
[2] FONTOYSONT; “Vocabulario griego”; p. 19; 2ª.
[3] Según el espíritu hebraico, “el lenguaje no dice lo que las cosas son, sino lo que el sujeto hace de ellas… El hebreo no ve las cosas que hay en el mundo en lo que ellas son, sino en lo que ellas están llamadas a ser; y las refiere a su fin; las integra en un movimiento, en una historia. El hebreo, al hablar, se está afirmando a sí mismo como obrero de una mundo en movimiento, como agente de una historia que se está realizando. El hombre existe a imagen de Yahvé, el cual, después de crear el mundo, lo ordenó por medio de su palabra y continúa dirigiéndolo por medio de su palabra… Indiscutiblemente, el lenguaje refleja la manera con que el hebreo se sitúa en relación con las cosas. En su estructura profunda el lenguaje griego dice lo que es, tal como es, en el estado puro, geométrico y físico; lo que es tal como lo vemos, tal como lo ponderamos, tal como lo pensamos. El lenguaje hebraico traduce el sentimiento de los hombres que se dejan dominar por la visión de las cosas y por sus medidas; que buscan –más allá de las cosas en estado bruto- su significación, la voluntad que en ellas se expresa, la “palabra” que dichas cosas traducen. El griego mira al mundo para contemplarlo en la suprema “teoría”; el hebreo escucha al mundo para responderle. El griego es un sujeto pensante; el hebreo, un sujeto responsable. El griego reflexiona; le hebreo obedece” (LEENHARDT; “Cece est mon Corps”; pag. 28-29).
[4] En la Biblia se habla de la “circuncisión” de los oídos y de los labios (Jer 6, 10; Ex 6, 12, 30): operación que los pone en buena disposición y funcionamiento. Se habla también de la “circuncisión del corazón” (Dt 10, 16; 4, 4), porque el corazón, que es la sede de la inteligencia, “escucha”; y es adonde llega la palabra (Dt 30, 14; Jer 31, 33), eso es comprender.
[5] LOPEZ ASENSIO, A.; “Costumbres judías de Calatayud y Sefarad”, Zaragoza, 2011, p. 87.
[6] AUNEAU, J.; AUTANÉ, M.; GRUÑEN, PH.; LUC THIRION, J. ; «Itinerario por el Antiguo Testamento», p. 184.
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