LA SANGRE EN LA BIBLIA

Por: Álvaro López Asensio

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1.- La sangre en la antigüedad

La palabra hebrea haima (sangre) se entiende ya, desde el griego Homero, en su sentido fisiológico, es decir, como portadora de la vida y de la fuerza vital. En su acepción profana, haima se aplica a la sangre humana y a  la de los animales.

Especial importancia adquiere en el lenguaje cultual, ya que constituye el elemento principal en los sacrificios humanos y después en los sacrificios de animales que reemplazan a aquellos. Griegos y romanos hacían ofrendas de sangre a los difuntos, en las cuales la sangre de los animales se derramaba originariamente sobre l mismo difunto, más tarde sobre la piara funerario y, por último, en la tumba o sobre el túmulo funerario.


2.- La sangre en el Pueblo de Israel primitivo

Basta recordar la pericopa de la creación del hombre, que por insuflación se convirtió en “ser vivo”. De la fusión de estas dos observaciones primitivas resultó el concepto de que la sangre es principio de la vida en cuanto, brotando aún, desprende un vapor, el “aliento” o “soplo”. De esta manera surgió la identificación: la sangre es el alma, es decir, la vida.

La sangre no es la sede de la inteligencia como el corazón, ni de la vida emocional como lo son los riñones y las entrañas, sino de toda la vida entera. Es lo que afirman no pocos pasajes bíblicos, hasta el punto de atribuir a la sangre verdadera personalizada.


3.- La sangre en la Tierra Prometida

Al igual que ocurre en la antigüedad, el Pueblo de Israel instalado en la Tierra Prometida sigue considerando que la sangre es la portadora de la vida. El haima (la vida y fuerza vital) está en la sangre (Gn 9, 4; Lv 17, 11; Dt 12, 23). Dios es el único Señor de la vida. Sólo él puede disponer de ella y de la sangre de las personas (Ez 18, 4).

Mientras que antes de la entrada en la Tierra Prometida los ritos de los sacrificios no presentaban ninguna ofrenda alimentaria, desde la instalación en Canaán los israelitas empiezan a presentar a Dios harina, pan (con o sin levadura) y vino. Más tarde agua, pero nunca leche y miel.

Para el Israel bíblico, la sangre juega un papel principal en los sacrificios. En la época de los jueces (1400-1000 a.C.) todavía se recordaba que, desde siempre, estaba prohibido inmolar un animal y que su sangre debía correr sobre una piedra especial, una especie de altar. Por otra parte, no se debía nunca alimentarse de sangre (Gn 9, 4).

Cuando se quería sellar una alianza, se empezaba por derramar la sangre de la víctima delante de la divinidad y es en presencia de esta última cómo la alianza se realizaba efectivamente.

Para que esta certeza fuera sensible, se cumplían ciertos ritos: se cortaba el animal sacrificado en dos partes entre las cuales pasaban los contrayentes o la divinidad misma, o bien se tomaba en común una comida de la que lo esencial era precisamente el animal sacrificado. Tenemos el ejemplo de Abraham. De este modo, el origen del sacrificio en Israel remonta a antes de Moisés. Por otra parte, en tiempo de Jeremías  se le conocía aún porque este profeta puede decir claramente: “cuando yo saqué de Egipto a vuestros padres, no fue de holocaustos y sacrificios de lo que les hablé y ordené” (Jr 7, 22).

Pero estos sacrificios tenían para el Pueblo dos acciones diferentes: reconciliación y purificación.

A.- La reconciliación tenía lugar una sola vez al año, en la gran fiesta del Yom Kipur o fiesta de la expiación donde, cada año, el Sumo Sacerdote purificaba el santuario y los instrumentos del culto mediante la aspersión con la sangre de un toro y de un macho cabrío, que habían sido sacrificados por los pecados del Pueblo (Lv 16, 11ss.).

B.- La purificación podía ser realizada continuamente a lo largo del año y fuera del Santuario del Templo de Jerusalén.


4.- La sangre y su prohibición en el judaísmo antiguo

La sangre de los animales pertenece a Dios, es sagrada y, por eso, está prohibido comerla bajo pena de muerte (Lv 3, 17; Dt 12, 23; 1 Sam 14, 32ss.). La sangre es vida, y la vida pertenece a aquel que la comunicó. En el libro Levítico (Lv 17) se pone expresamente que este precepto no sólo es válido para los israelitas, sino también para los extranjeros, es decir, para los goyim (gentiles no judíos) que habitan la tierra de Israel.

Por consiguiente, este precepto es el fundamento de tres importantes prohibiciones para el judaísmo:

A.- Prohibido comer la sangre, o la carne con sangre, pues esto sería usurpar un derecho de Dios, único dador de la vida.

B.- Prohibido derramar la sangre de otro hombre, lo cual constituye verdadero atentado al derecho de Dios, tanto más cuanto que el hombre está hecho a su imagen. Hay una excepción en el Israel Bíblico: el Goél o vengador de sangre al que ha propiciado la muerte de un familiar. Con ello se recompensa la sangre de la víctima inocente, como lo prueba (Num 16, 30-31).

C.- Prohibido ofrecer la sangre en sacrificio a los dioses, puesto que la sangre sólo puede ser derramada sobre el altar de Yahvéh, de quien procede y a quien pertenece la vida (Lv 17, 7, 11).

5.- La sangre en la tradición cristiana del Nuevo Testamento

Tratándose de la sangre en General, el Nuevo Testamento cristiano está en la misma línea que el bíblico recogido en la Tanaj o Biblia hebrea (el Antiguo Testamento). En el Nuevo Testamento, la palabra haima aparece 97 veces. Con ella se quiere designar la sangre humana en sentido literal (Mc 5, 25; Lc 13, 1; Jn 19, 34), además  de la teológica: la sangre de Jesús de Nazareth como sacrificio.

El Nuevo Testamento pone fin a los sacrificios sangrientos del culto judío en el Templo de Jerusalén y abroga las disposiciones legales relativas a la venganza de la sangre, porque reconoce el significado y el valor de la “sangre inocente”, de la “sangre derramada” de Jesús de Nazaret por la redención, perdón y salvación de todas las personas. También instaura la paz con Dios y funda la nueva comunión con él.

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