LAS MIRÓFORAS

 Por: Álvaro López Asensio

Página web: www.alopezasen.com

 


1.- ¿Quiénes son las “miróforas”?

En la iglesia de Oriente, el segundo domingo después de pascua es denominado de las “miróforas” y, en la liturgia, se repite constantemente el tema de las mujeres “discípulo” itinerantes que vivían comunitariamente con Jesús y los Doce, colaborando en la obra evangelizadora del Maestro con diaconía, es decir, con su servicio de asistencia económica, como hacían también los discípulos ricos de los rabinos judíos y como se usaba también en las sinagogas helenistas hebreas. Caminando tras sus huellas lo escuchaban, observaban lo que hacía y cómo se comportaba.

La más conocida es María de Magdala. También Juana (mujer de Cusa, administrador de Herodes Antipas, tetrarca de Galilea), Susana y Salomé (mujer de Zebedeo y madre de Iacob (Santiago el mayor) y Juan. Finalmente María de Cleofás (madre de Iacob (Santiago el menor) y de José.

 Algunas de ellas le seguían por espíritu de agradecimiento al haber sido curadas de enfermedades. Según la costumbre del tiempo, muchas dolencias eran atribuidas al influjo de los malos espíritus cuando no era posible dar otra explicación. Solamente la gratuita identificación de María de Magdala con la con la prostituta del Evangelio de Lucas (Lc 7, 36-50) he hecho que la Iglesia Occidental (no la Ortodoxa Oriental), se tomen en sentido metafórico de pecados, los siete demonios de la Magdalena.

 2.- Portadoras de perfumes

 Las “miróforas” son las portadoras de perfumes (myron, en griego). Son las mujeres que asistieron a la crucifixión y sepultura de Jesús y las mismas que al alba del día primero de la Semana, el día de Pascua (domingo), volvieron al Sepulcro.

Dos evangelistas hablan de la unción y de los lamentos fúnebres (Mc 16, 1 y Lc 24, 1). Son estos los motivos que empujaron a las piadosas mujeres a ir al lugar del sepulcro. Dadas las condiciones climáticas, no habría sido posible embalsamar el cuerpo de Jesús después de tantas horas.

 Pero se podían esparcir perfumes sobre el cadáver envuelto en un sudario o, en la imposibilidad de poder rodar la piedra que defendía la entrada del sepulcro, se podían colocar delante los perfumes, del mismo modo que nosotros, hoy día, depositamos flores.

 El perfume, símbolo de incorruptibilidad desde los más remotos tiempos prehistóricos, se usaba ya para embalsamar los cuerpos de los faraones de Egipto como medio para impedir la putrefacción del cadáver. Mantener el perfume en las tumbas significaba garantizar la permanencia de la vida. En las Sagradas Escrituras significa también la fragancia del amor: “Mi amado es para mí como un saquita de mirra” (Ct 1, 13).

 3.- El líquido elemento: ¿el agua?

 En todos los encuentros de Jesús con las mujeres está presente el líquido elemento. En Caná, el agua se convierte en vino. En Sicar (Samaría), el agua del pozo puede transformarse en agua saltarina para la vida eterna. En Betania, las lágrimas y el perfume preparan su cuerpo para a sepultura. En el calvario tenemos también el agua y a sangre que salen del costado abierto de Cristo. En el sepulcro abundan de nuevo los ungüentos  las lágrimas.

 El líquido elemento está lleno de significados simbólicos: agua, sangre, perfume, lágrimas se convierten en temas inextinguibles. El líquido significa siempre algo que desborda, que se extiende, se expande, como el Espíritu Es un lenguaje de profusión, de lo que se da sin hacer cálculos. Es el caso del amor. En el Evangelio simbólico como es l de Juan, todo se desenvuelve como en una dinámica de amor, una fluidez de amor entre el Señor y estas mujeres que ejercitan importantes diaconías (servicios) de transformación y testimonio de la gracia desparramada a favor de todos.

 Lucas presenta a la prostituta con un jarrito de aceite perfumado. Con lágrimas en los ojos, ella unge los pies de Jesús (Lc 7, 37). En Betania, María lleva una libra de aceite perfumado de verdadero nardo, muy precioso y lo derrama sobre los pies de Jesús (Jn 12, 3).

 El adjetivo griego pistikos tiene la misma raíz que pistis (fe). Significa, por consiguiente, fe en sí mismo. Siempre en Betania, Marcos y Mateo hablan de una mujer con un recipiente de alabastro lleno de aceite perfumado de nardo genuino de gran valor que sirve para ungir la cabeza de Jesús. La mujer no habla. Todo lo que tiene que decir va incluido en el gesto simbólico que está cumpliendo (Mt 26, 6; Mc 14, 3).

 

 

 

 

 

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