COINCIDENCIAS ENTRE JUDÍOS Y CRISTIANOS EN SEFARAD
Por: Álvaro López Asensio
Página web: www.alopezasen.com
1.- COINCIDENCIAS ESCATOLÓGICAS
La tradición rabínica (a partir del siglo II d.C.) no sólo ha ido transmitiendo estas creencias escatológicas a lo largo de los siglos, sino que incluso las ha ido revisando. Buena prueba de ello es que, en la Edad Media, los judíos peninsulares ya habían evolucionado en esta materia, admitiendo los siguientes conceptos doctrinales y teológicos[1]:
1.- La existencia del infierno para aquellos que viven en pecado, es decir, los que vuelven la espalda a Dios y a sus mandamientos.
2.- La existencia del paraíso como lugar reservado para los
justos, es decir, para aquellos que se esfuerzan en cumplir los designios de Dios: "estando enferma de gran enfermedat de la qual temo morir empo estado en
mi buen seso, sana memoria e palavra manifesta, temyendo las penas del
purgatorio et deseando yr a la sancta gloria del paradiso[2]".
3.- La existencia
de un purgatorio donde el difunto
judío reside durante doce meses para pasar después y, en según qué casos[3], a
reunirse con los bienaventurados en el paraíso.
Los cristianos creen también que el dogma del purgatorio es un estado de vida intermedio para purgar y forjar el
arrepentimiento de los difuntos que no han fundamentado su vida en el amor de
Dios. Los que purgan tienen amistad con Dios pero todavía no están con Dios en
el paraíso.
1.1.- El infierno: la condenación eterna
En la Edad Media, los judíos y cristianos creían en el infierno. Las dos religiones defendían que en el inframundo está este lugar donde residen los pecadores. La diferencia radica en que los cristianos afirman que allí reina Satanás como señor del mal; y los judíos la soledad del Sheol (ausencia de Dios).
Algunos conversos ponían en duda su existencia, tal vez por el agnosticismo que tenían a tantos matices doctrinales y por la desorientación religiosa que les produjo el bautismo.
El 20 de mayo de 1488, el vecino y presbítero de Paracuellos de la Ribera (Zaragoza), Alfonso Pérez, declara ante la Inquisición que juzga al converso, Johan Pérez de Santa Fe (alias de Ariza) que, hacia 1480, “Johan Perez de Fariza dixo al dicho Johan de Buendia o al que con el hablava estas palabras: pensays que ay infierno no ay tal cosa, y que entonçe este deposante se bolvio pa los dichos sus padre y cunyado a los quales dixo este deposante rira que heregias hablan estos traydores que dizen que no ay infierno[4]”.
1.2.- El Paraíso: la salvación eterna
Mientras que para los cristianos de la Edad Media el paraíso es el cielo (lugar de los santos y elegidos que participan de la presencia y del amor de Dios), para los judíos es el lugar donde los justos (después de ser juzgados el día del juicio final) verán y participarán de la presencia de Dios.
Ante la duda sobre cuál de las dos visiones dogmáticas era la verdadera, los conversos llegaron a una lógica incredulidad. Para alguno de ellos no había más paraíso que el mercado de la ciudad, es decir, el lugar donde se vendía de todo lo que uno podía necesitar y soñar: la felicidad anticipada ya en la tierra.
El 22 de marzo de 1488, el vecino de Calatayud, Johan Gormedino, declara ante la Inquisición que juzga al converso bilbilitano, Simón de Santa Clara (difunto), que le “oyo dezir este deposant al dicho Simon de Sancta Clara que no havia otro paraíso en el mundo sino el mercado de Calatayud[5]”.
El 22 de agosto de 1509, el Procurador Fiscal de la Inquisición, acusa al vecino de Morés (Zaragoza), Pedro Álvarez, que “ha dicho asi mesmo que havia dos paraísos y que esso le dava ir al uno que al otro[6]”.
2.- EL MESIANISMO: DIFERENCIA ENTRE CRISTIANOS Y JUDÍOS
2.1.- EL CONTEXTO HISTÓRICO: EL MESIANISMO JUDÍO
En los tiempos bíblicos, los reyes de Israel eran coronados o ungidos con el rito de la unción de aceite de oliva[7]. El ungido se llamaba en hebreo meshiah o Mesías (en griego Cristos o Cristo). La base de esta creencia está en la bendición profética del patriarca Jacob a su hijo Jehuda: “nadie le quitará el poder a Judá ni el cetro que tiene en las manos hasta que venga el dueño del cetro, a quien los pueblos obedecerán” (Gn 49, 10). Cuando la iglesia Católica celebra los sacramentos del bautismo, confirmación, unción de enfermos y orden sacerdotal, se unge ciertas partes del cuerpo con los “olios sagrados” de aceite de oliva, que son bendecidos en la festividad del Jueves Santo por los obispos ordinarios del lugar.
1.- Tras la conquista de Jerusalén, el rey David mandó poner la tienda del Arca de la Alianza en lo alto del monte Sión. Su hijo Salomón construyó allí el primer Templo con muros de piedra[8]para que el pueblo pudiera adorar y ofrecer sacrificios a Dios en un lugar permanente, como duradera es la presencia de Dios en medio del pueblo (Shekináh).
2.- Tras la muerte de Salomón (933 a.C.) y para evitar sus excesos políticos[9], su hijo Jeroboam (con las tribus judías del Norte) provocó una rebelión que dividió el territorio en dos nuevos Estados independientes: el reino de Judá con capital en Jerusalén; y el reino de Israel (las regiones norteñas de Galilea y Samaría) con capital primero en Siquén y luego en Tirsa.
3.-
La división política no supuso inicialmente una ruptura religiosa, sino más
bien cultural. Para tener un lugar de culto semejante al de Jerusalén, los del
reino del Norte erigieron los santuarios de Bethel y Dan[10].
Allí adoraron a Dios representado en imágenes, hecho que no sentó nada bien en
Jerusalén por considerar esta provocación un pecado de idolatría. Sabemos que
en alguno de estos santuarios hubo también un posible culto al toro (1 Re 12, 28-32).
4.-
En el 875 a.C. ambos reinos (Judá e Israel) son acosados por los arameos de
Damasco y por los filisteos. El rey de Israel, Omní, trasladó la capital de
Tirsa a Samaría, ya que estaba más protegida y estratégicamente mejor
fortificada. Allí se construyó un nuevo santuario en el monte Garizim[11],
presidido por sus propios sacerdotes.
5.-
Cuando en el 723 a. C. el reino del Norte y su capital Samaría fue conquistada
por los Asirios, muchos de sus habitantes fueron deportados y sustituidos por
otros pueblos paganos (2 Re 17, 24). Esos pueblos trajeron consigo sus propios
dioses, cuyo culto se mezcló con el de los israelitas. El resultado fue una
religión mixta que adoraba a Dios con un ritual pagano.
6.-
En el 445 a.C. el gobierno de Jerusalén y el de Samaría rompieron
definitivamente cualquier tipo de relación. Ello explica que los samaritanos,
Yahvistas a pesar de todo, establezcan su propio centro religioso y cultico en
el santuario del monte Garizim, iniciándose así la religión samaritana
propiamente dicha. Aunque esta región se consideraba heterodoxa frente al
judaísmo de Jerusalén y su Templo, de ningún modo es pagana como afirma el
Talmud, sino distinta. La religión Samaritana ha perdurado hasta nuestros días[12].
7.- Estas diferencias religiosas, además de otras de carácter histórico[13], hicieron nacer entre ambos pueblos (judíos y samaritanos) un odio y enemistad tal, que continuará hasta la expulsión de los judíos decretada por Roma en el año 70 d.C. y más tarde en el 135 d.C. por Adriano.
Tras este contexto histórico, podremos comprender mejor la diferente concepción mesiánica que tienen estas dos religiones de Dios: la samaritana y judía:
A.- El reino de Judá defendía que el Mesías debe ser descendiente del rey David: “tu dinastía y tu reino estarán para siempre seguros bajo mi protección, y también tu trono quedará establecido para siempre” (II Sam 7, 16).
Tras el exilio de Babilonia (538 a.C.), los judíos que regresaron a Jerusalén no restablecieron un sistema monárquico como el que tuvieron antaño. Las esperanzas se depositaron entonces en un rey ideal que habría de venir, un nuevo David. Se sabe que ese Mesías ha de ser suscitado por Dios; ha de ser rey y jefe glorioso de su pueblo, liberador de Israel, triunfante, juez de todos los hombres; y que ha de sentarse a la diestra de Dios[14].
Toda la teología del reino del Norte o Israel va dirigida contra las pretensiones de la dinastía davídica y de Jerusalén, la ciudad de David. Los samaritanos no esperan un Mesías como los de Judá, sino más bien un Taheb (que significa: el que vuelve, el restaurador), es decir, debe tener categorías sacerdotales, un maestro y un revelador (Dt 18, 15-19).
La teología samaritana estaba muy centrada en Moisés, de manera que a veces el Taheb es considerado como una figura de Moisés que retorna para destruir a los impíos, premiar a los justos (Dt 32, 35) y convertir a todos los pueblos. Se piensa que Moisés –por haber visto a Dios- vendrá de nuevo para revelar definitivamente al pueblo lo que él había dicho[15]. La concepción mesiánica de los samaritanos no tiene nada que ver con la de Judá, a pesar de que ambas quieren que el plan de Dios se instaure en el futuro por medio de un restaurador, ese personaje y sus funciones es lo que les diferencia.
2.2.- DIFERENCIAS MESIÁNICAS ENTRE JUDÍOS Y CRISTIANOS
Los primeros cristianos -influenciados más por la teología bíblica desarrollada por la tradición Davídica del Judá (no por la tradición del reino del Norte)- interpretan que la figura bíblica del Mesías se cumple en Jesús de Nazaret, por varios motivos: por ser descendiente de David (su padre José era de la Casa de David), por nacer en Belén (pueblo donde nació el rey David), y por relacionar su persona y misión con algún texto del profeta Isaías:
“Pues el Señor mismo les va a dar una señal: la joven está encinta y va a dar a luz un hijo, al que pondrá por nombre Emmanuel” (Is 7, 14).
“Porque nos ha nacido un niño, Dios nos ha dado un hijo al cual se le ha concedido el poder de gobernar, y le darán el nombre de admirable consejo del Dios invencible, Padre eterno y Príncipe de la paz, se sentará en el trono de David, extenderá su poder real a todas partes y la paz no se acabará…” (Is 9, 6-8).
Así pues, en Jesucristo se actualizan las profecías mesiánicas reveladas en la Torá y los profetas, realizándose bajo dos roles históricamente mesiánicos:
El de siervo sufriente que da la vida por la humanidad, como el cordero sin mancha consumido en la fiesta del Pesaj o Pascua judía: “el Señor quiso que su siervo creciera como planta tierna… su aspecto no tenía nada atrayente; los hombres lo despreciaban y lo rechazaban… y sin embargo estaba cargando nuestro sufrimiento y estaba soportando nuestros propios dolores… fue traspasado a causa de nuestra rebeldía… como cordero fue llevado al matadero y ni siquiera abrió su boca…” (Is 53).
El de rey y restaurador cuando él vuelva: “entonces mirarán a quien traspasaron y harán duelo por él…” (Zac 12, 10).
Como se puede observar, judíos y cristianos parten de la figura bíblica del Mesías, pero lo han desarrollado en dos direcciones totalmente divergentes y contrapuestas. También la cuestión de su venida está en el centro de la polémica:
Mientras que los cristianos sostienen que ya ha tenido lugar en la figura de Jesús.
Para los judíos se trata de un rey de la familia de David, un ser humano, lejos de la visión cristiana del “hijo de Dios hecho hombre”. Dios vendrá en los últimos días para apiadarse de su pueblo y enviar (en esa única vez) al Mesías liberador.
Hay también otras diferencias respecto al cristianismo en la interpretación de los conocidos pasajes de Isaías (virgen, la joven, Emmanuel, siervo sufriente, etc.).
3.- DIFERENCIA ENTRE LA EDAD MEDIA JUDÍA Y LA CRISTIANA
En lugar de la Iglesia universal; la Torá era patria y ciudadela de la fe para los judíos medievales.
En
lugar del cesaropapismo (en el Oriente cristiano-ortodoxo) y del papalismo (en
el occidente católico-romano); en el judaísmo reinaba la “catedrocracia”: el
reinado no de la Sede de Pedro, sino de la sede de los doctores de la Ley.
En
lugar de la precisión de la creencia religiosa y de un credo trinitario (con
numerosos dogmas, disputas de fe y herejías); en el judaísmo (sobre la convicción de la creencia en un
solo Dios) reinaba la precisión de la praxis religiosa. El código del derecho
vinculante (con numerosas prescripciones legales, disputas jurídicas y escuelas
diversas) ocupa el primer plano.
En
lugar de las Sumas teológicas apoyadas por el derecho canónico; en el judaísmo
dominaba un sistema jurídico y moral que es universal, coherente y global, y
regulaba el comportamiento en cada situación.
En
lugar del sometimiento a ideales de un monacato autosegregante y elitista de la
Iglesia (celibato, castidad, abstinencia, obediencia y movimiento mendicante);
en el judaísmo dominaba el ideal del “sí” piadoso a la vida y a sus alegrías;
un “sí” que todo creyente debía practicar en su vida cotidiana.
[1] LOPEZ ASENSIO,
A.; Op.
Cit. “La judería de Calatayud”, p. 261 ss..
[2] APNC, tomo 45, año 15 de junio 1469, Leonart de Santa Fe, p. 212. Testamento que hace la judía bilbilitana Çeti, mujer del judío Jaco Enforna, en beneficio de su marido, hijos y unas cofradías de la aljama de las que era devota.
[3] En el Talmud se dice
(SAN 10, 1) que "todo Israel tiene
parte en la vida del mundo futuro, porque está escrito: todo tu pueblo está
formado de justos, heredará la tierra por siempre, una rama de mi plantación,
obra de mis manos para que yo sea glorificado” (Is 60,21). “Estos son los que no tienen parte en la vida
futura: el que dice: no hay resurrección de los muertos según la Toráh, que la
Toráh no viene del cielo y los que desprecian las enseñanzas rabínicas. Rabí
Aquiba afirma: también el que lee libros extraños y el que susurra sobre una
herida, de la siguiente manera: "todas las enfermedades que impuse a los
egipcios no las impondré sobre ti porque yo soy el Señor, tu médico” (Ex
15,26). Abá Saúl dice: “también el que
pronuncia el nombre de Dios con sus blasfemias".
[4] AHPZ, Caja 9, Nº
10; Proceso inquisitorial contra Johan Pérez de Santa Fe, p. 17.
[5] AHPZ, Caja 12,
Nº 7; Proceso inquisitorial contra Simón de Santa Clara, p. 56.
[6] AHPZ, Caja 20,
Nº 15; Proceso inquisitorial contra María de Sus, p. 11 vto.
[7] Los ritos de la
coronación incluyen un baño de purificación, la imposición de la diadema, la
entrega de las tablas de Moisés o de la Alianza, la unción consiste en verter
aceite perfumado sobre la cabeza del rey, el resonar del cuerno (sofar), y la aclamación “viva el rey”. La unción ha quedado como el rito de
excelencia de la consagración real, Por ella el rey, revestido de la fuerza de
Dios y de su Espíritu (ruaj), queda
consagrado: se convierte en el “ungido
del Señor” (Adonai).
[8] El Templo
construido por Salomón estaba dividido en tres partes: el vestíbulo, el Santo y
Santo de los Santos, llamado también el Santuario del Templo (la habitación
donde se guardaba el Arca y en la que no entraba nadie, salvo el Sumo
Sacerdote). Es en el Santo donde los sacerdotes ofrecen el incienso sobre la
brasa en un pequeño altar y conservan la luz perpetua de un candelabro de siete
brazos. El pueblo ofrecía en el vestíbulo los sacrificios de animales a Dios.
[9] El rey David se
había ganado las simpatías y el favor de todo el pueblo por derrotar a los
filisteos y haber protagonizado la unidad de las tres demarcaciones judías
(Galilea, Samaría y Judea). La cosa cambió con su hijo Salomón, ya que su corte
costaba cara. Sus trabajos y su boato eran ruinosos para el país. El pueblo
tenía que sufrir impuestos, prestaciones personales (1 Re 5, 7-8; 27-32; 11,
28; 12, 4). Finalmente, desde el punto de vista religioso, la importancia que
se concedió repentinamente al Templo de Jerusalén era prematura: lo que era una
comodidad y una gloria para el Sur (Judá), constituía una dificultad para el
resto las provincias del Norte (Samaría y Galilea) y representaba una tentativa
de suplantación o extinción de los demás lugares santos. Tras su muerte, su
hijo Jeroboam se rebeló declarándose rey del Norte para evitar los abusos y
privilegios del Sur (el reino de Judá).
[10] Estos santuarios
los conocemos gracias a (1 Re 11, 29-39; 14, 7-8). Los judíos del Sur no
reconocen estos santuarios porque en ellos había imágenes de Dios, prohibidas
por la Ley de Moisés, y de haber conducido con ello al pueblo a la idolatría. A
pesar de ello, no podemos asegurar que hubiera un cisma a nivel religioso, ya
que en ninguna parte se le denuncia como tal. Nadie discute que el profeta
Elías y su mensaje en el Monte Carmelo sea cismático y contrario a la fe y
preceptos de Dios. Tampoco los profetas del Norte Oseas y Amós, pese a estar
irritados contra el reino de Israel (Am 7, 11), no piensan en acusarlo de
cismáticos rechazando a Dios (Am 2, 6-16).
[11] El monte
Garizín, de 868 metros de altitud, está situado en la región israelí de
Samaría, en los montes de Efraim y junto a la ciudad de Nablus (la antigua
ciudad bíblica de Siquen o Sicar).
[12] Los samaritanos
solamente aceptan a Moisés como único profeta y no reconocen la tradición oral
del Talmud (de ahí que este libro los ataque frontalmente), ni el libro de los
profetas y escritos sapienciales, guiándose exclusivamente por los cinco libros
de la Torá. Generalmente los samaritanos son educados por sus rabinos (llamados
cohanim, plural de cohén) como parte del pueblo hebreo pero
no del pueblo judío. Alguno de los más destacados rasgos de la religión
samaritana son los siguientes: la doctrina de la resurrección de los muertos y
el juicio final (no aparecen en la época bíblica, sino en la cristiana del
Nuevo Testamento); el hombre creado a imagen de los ángeles, Adán como una de
las emanaciones de Dios que precedieron a la creación, y una desarrolladísima
antología y demonología. El texto más importante de la religión Samaritana es
el “Memar Marqah”, que formula cinco
creencias fundamentales: Sólo Dios es Dios y no hay nadie cono él; Moisés fue
el profeta por excelencia elegido por Dios; Observar la Ley dada por Dios a
Moisés (los samaritanos son guardianes de la Ley); el monte Garizim es santo, la casa de Dios; la
venida del Mesías (Taheb), el
restaurador de todas las cosas. A partir del siglo IX d. C. adoptaron la lengua
árabe para uso cotidiano y literario, en sustitución del dialecto arameo que
emplearon anteriormente. Actualmente existen unos 700 seguidores de religión
samaritana, que mantiene viva su Torá, tradiciones y ritos ancestrales.
[13] En el año 538
a.C. el rey Persa, Ciro el grande, concede la libertad a los judíos desterrados
en Babilonia sin pagar rescate alguno (Is 45, 13). Entre los años 520-515 a.C.
el sacerdote Esdras y el gobernador Nehemías levantan los muros de la ciudad y
reconstruyen el Templo de Jerusalén (Esd 5, 15; G, 2, 15). Los samaritanos le
ofrecen a los judíos ayudar al levantamiento del Templo, pues ellos se consideraban
también de la misma raza judía y seguidores del culto a Dios. Ante este
ofrecimiento, los judíos que ya tenían a los samaritanos como enemigos y
paganos por dar culto en el monte Garizín a otros dioses además de Dios,
rechazaron tajantemente dicho ofrecimiento, acrecentándose a partir de entonces
todavía más su enemistad.
[14] El mesianismo
judío estuvo mucho más arraigado en los ambientes populares y profundamente
religiosos que en los círculos aristocráticos e intelectuales de Jerusalén. Los
días del Mesías serán como una era de felicidad, inaugurada por la victoria
sobre las Naciones y la restauración de Israel en la Tierra Prometida. Las
señales precursoras son las de la apocalíptica clásica: tribulaciones,
cataclismos, desórdenes de todas clases. Hay que practicar la vigilancia y la
paciencia. Después vendrá el reinado de Dios, la manifestación o glorificación
del Mesías, el castigo de los impíos, la conversión o destrucción de los
paganos, la reagrupación de los santos reunidos en torno a Dios, en medio de la
alegría y la sobreabundancia de todos los bienes. Pero los últimos tiempos son
también la era de una renovación interior y moral, de una vida nueva en el
Espíritu. Se aguarda, pues, una “redención”
y se espera un “salvador”.
[15] BROWN,
R.E.; “La comunidad del Discípulo amado”, p. 44.
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