INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA

Por: Álvaro López Asensio

Página web: www.alopezasen.com

 

La devoción a María hunde sus raíces en el inicio mismo del cristianismo. Si entendemos la devoción mariana como un amor trascendental a la persona de María, podemos ver que ya en los propios evangelios se aprecia de forma incipiente incluso en los labios de María: “desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1, 48-49). Palabras proféticas en los labios de la propia María, que han tenido su cumplimiento a través de los siglos y que además son reflejo del sentir de la comunidad del evangelista Lucas. 

1.- España, país mariano 

En este sentido, podemos citar algunos documentos del siglo XIII, que se conservan en la catedral de Zaragoza, dónde se afirma la visita de María al apóstol Santiago a orillas del río Ebro, sobre un Pilar. Esta tradición se se remonta a acontecimientos que sucedieron en el año 40, estando aún en vida la propia María, en los albores de la evangelización de la Península Ibérica, llevada a cabo por Santiago y sus siete conversos que recibieron el encargo allí mismo de construir una iglesia en su honor, la primera en el mundo con culto  a María. 

Este aspecto es especialmente interesante porque, como se puede apreciar, la tradición jacobea está unida a la tradición pilarista, lo que establece una unidad de expansión del mensaje cristiano, que es apostólico y mariano desde el inicio. Así lo afirmaba el papa Pablo VI: “La piedad de la iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano”. 

A colación de esta tradición, se podrían también destacar, al menos, desde la arqueología, el sarcófago de santa Engracia de Zaragoza (siglo IV), donde se muestra un bajo relieve en el que se aprecia a María descendiendo del cielo para aparecerse a Santiago. Estos datos atestiguan la importancia de dicha aparición en un contexto martirial, es decir, de testimonio de la fe ante la persecución cristiana. Como se puede apreciar, España es especialmente rica en tradiciones seculares que remontan la devoción mariana en infinidad de tallas y advocaciones de María por toda nuestra geografía. 

Ahora bien, no podemos obviar un dato de especial singularidad, que nos remiten al año 711, con la llegada del Islam a la Península. Muchas de las imágenes marianas fueron escondidas en el período de la ocupación musulmana, y encontradas siglos más tarde de forma milagrosa o fortuita, generalmente dando inicio a fundaciones monásticas, capillas y ermitas que se extienden a lo largo y ancho del territorio, estableciendo su patronazgo sobre los distintos lugares con devoción mariana. 

Advocaciones como Guadalupe, Covadonga, Montserrat, la Almudena, el Pilar, por citar solo algunos ejemplos, corresponden con tradiciones similares.  Sin duda alguna, el papa Juan Pablo II no titubeó al referirse a España como tierra de María. No hay lugar, por muy recóndito que sea, que no venere  una imagen de María, ya sea como patrona, bienhechora, protectora o simplemente como devoción particular de muchas poblaciones. 

En la primera mitad del siglo XIII, sobre todo con la figura de Fernando III de Castilla (el santo), se consolida la devoción a María. Conocidas son, sin duda, una gran cantidad de imágenes marianas hispalenses como la Virgen de los Reyes, las Batallas o la Sede, o el gran número de iglesias  y templos dedicadas a María. 

Con el tiempo, esta devoción se incrementó gracias a la difusión de las órdenes religiosas y cofradías, así como la gran proliferación de imaginería religiosa, que hizo las veces de campaña propagandística de ciertas advocaciones. Con la llegada del barroco y vinculadas a estos movimientos, podemos citar la gran proliferación de imágenes dedicadas a la Virgen del Rosario, la Merced, el Carmen, la Victoria y de forma singular la Inmaculada Concepción. Con el descubrimiento de América, también las órdenes religiosas llevaron allí su fe y piedad, siendo algo distintivo de cada familia religiosa. 

Podemos afirmar que la Iglesia, de una o de otra manera, ha ido guiando e impulsando la devoción a María, bien sea a través de la liturgia y el culto, bien a través de su definición dogmática. La doctrina de la Inmaculada Concepción se apoya de forma incipiente en la Sagrada Escritura, especialmente en las siguientes citas: (Gn 3, 15; Lc 1, 28, 44-45; Gal 4, 4, etc.). 

2.- La Inmaculada Concepción 

En España, san Ildefonso (obispo de Toledo en el siglo VII) celebra la fiesta litúrgica de la Concepción Inmaculada. En este empeño, la escolástica y el influjo posterior de la doctrina franciscana de Duns Escoto (1266-1308) jugaron un papel fundamental que, siglos más tarde, se vio fortalecido con el concilio de Trento (1545-1563), y con la aprobación y patrocinio decisivo de la Corona española.  

Merece una mención especial la Orden de la Inmaculada Concepción. Las monjas Concepcionistas franciscanas tienen como característico de su carisma este aspecto fundamental de la vida y misterio de María. Lo llamativo es que santa Beatriz de Silva se adelanta, por decirlo de alguna manera, a una experiencia espiritual y realidad de vida, inspirados en María, en el que la Iglesia aún no se había pronunciado dogmáticamente. Esto demuestra el grado inspiracional y carismático de la vida en un plano distinto al eclesiástico, históricamente encontramos en España un punto de inflexión en 1585, con la rendición de Amberes, ante el hallazgo (en una trinchera) de un lienzo con la imagen de la Inmaculada, que fue llevada en procesión por todo el campo Menteo, el día 7 de diciembre del mismo año. 

En 1760, comenzarían las gestiones para proclamar a la Inmaculada Concepción como Patrona de España. El 8 de noviembre de mismo año, el papa clemente XIII, contestaba a la solicitud de la Corona Española, con el breve “Quatum ornamenti”. Mediante este documento, el Pontífice concedía el patronazgo solicitado. En 1854, el papa Pío IX proclamó dogmáticamente este misterio de fe, a través de la bula “Ineffabilis Deus”. 

Que María de Nazareth, a la que veneramos en su misterio de la Inmaculada Concepción siga ejerciendo, como Madre, su patrocinio sobre la fe y la historia de todos los territorios y lugares de España.

 

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