LA PIEDRA EN LA BIBLIA 

Por: Álvaro López Asensio

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Sinagoga de Calatayud (siglo XIV)

El Decálogo (las Diez Palabras como se dice en el mundo judío) que Dios entregó a Moisés en el monte Sinaí, fue grabado en piedra. La piedra resiste el paso del tiempo. Por tanto, sirve de memoria, de soporte, para la transcripción de los grandes hitos que han marcado la historia.

Pero la piedra también contiene un notable poder de fuego. Es al hacer fricción con piedras entre sí, que surge una chispa de fuego. Implícitamente, el autor del libro del  Éxodo sugiere que la palabra grabada en la piedra contiene un fuego descendido del cielo; este fuego calienta, pero también quema lo que está muerto. Acercarse a la palabra de Dios es acercarse al fuego. El yugo de los mandamientos grabado (harut en hebreo) en la piedra puede volverse soportable porque la Ley es la fuente de la libertad (herut en hebreo).

Ya sea como depositaras de los secretos del universo como del hombre, las piedras liberan ondas benéficas o dañinas, según las energías atrapadas en su belleza mineral. Según el libro de Enoc (un escrito apocalíptico del siglo II antes de Cristo), fueron los ángeles pecadores quienes revelaron las artes y las ciencias ocultas a los mortales. Vivieron con ellos y les enseñaron brujería, encantamientos, las propiedades de las raíces y los árboles, los signos mágicos, el arte de mirar las estrellas y el arte de usar piedras preciosas y todo tipo de ungüentos, para que el mundo se corrompa.

La piedra es también el material sólido de construcción con el que construimos templos para rendir honor a Dios. Las piedras representan los primeros templos, donde residen los dioses de la antigüedad. Los “betilos”, o piedras sagradas erigidas por los semitas para rendir honor, cuyo nombre significa “la morada de los dioses” (un término que podría traducirse como “la casa del señor”) estaban presentes por todas partes en la antigüedad. Etimológicamente, el término “betilo”, es similar a “bethel” formado primero por “bet” (de la cual deriva probablemente Beth, la segunda letra del alfabeto hebreo), que se puede traducir aquí simplemente por “la casa”; y luego por “El” (divinidad de los pueblos semitas). Jacob, cuando tuvo su visión de la escalera que subía al cielo, exclamó: “esta es la casa de Dios Beth-El)” (Gn 28, 17). La piedra mantendrá su poder sagrado a los ojos de los cristianos. La Jerusalén celestial, toda adornada con piedras preciosas, da n anticipo de la belleza celestial (Ap 21, 9-21).

Un detalle merece destacarse. El altar de los santuarios bíblicos se construía con piedras vivas, que no eran talladas. Para cortar piedras es necesario utilizar hierro, símbolo ancestral de la muerte. Al contrario, en el altar estaba la bendición que es la vida que iba a descender. Por eso Josué y Elías eligieron piedras vivas para construir sus altares. Por tanto, se puede hacer referencia a Dios como la Roca de Israel. La imagen no ofrende a nadie, y significa la fuerza y la confianza que se debe depositar en Él.

Junto a los huesos y astas, las piedra es sin duda la materia prima natural más importante para la fabricación de armas, sistemas de defensa, objetos de arte y culto, material al que también se le añade el metal, que está hecho por las personas. Caín tomó una piedra para matar a su hermano Abel, según la tradición judía; David, para matar al gigante Goliat, tomo cinco piedras y fue con una de ellas con la que mató al gigante. Por tanto, un símbolo vale más que mil palabras.

Las piedras hablan si les confían los secretos más esenciales para nuestro conocimiento del mundo. No se entregan al primero que llega. Saben callar y comportarse. La piedra de Rosetta ha guardado su secreto durante dos milenios. La piedra del calvario de Jerusalén (dentro de la iglesia Santo Sepulcro) también: supo recordar a los peregrinos que la piedra desechada por los constructores se ha convertido en la piedra angular.

En la historia de la humanidad, la piedra se asocia a menudo con un evento que marcó a la propia humanidad: los megalitos, alineados en la dirección del amanecer en los solsticios; los meteoritos (piedras caídas del cielo). Para los cristianos, la piedra de la unción donde se lavó el cuerpo de Jesús (situada a la entrada de la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén) antes de ser introducido en la gruta del sepulcro, evoca su pasión; la roca de Getsemaní (situada en el torrente Cedrón y huerto de los olivos) evoca el sudor de la sangre del Jesús.

En cuanto a la roca del monte Moriah (situada dentro de la mezquita de Omar de Jerusalén y donde en tiempos bíblicos estaba el Santuario del Templo donde se custodiaba el Arca de la Alianza con las Tablas de la Ley), nos permite meditar en el texto del profeta Isaías (Is 51, 1): “oídme, los que perseguís la justicia, los que buscáis al señor. Mirad la roca en la que fuisteis tallados, la cantera de donde fuisteis extraídos. Mirad a vuestro padre Abraham, y a Sara, que os dio a luz; porque estaba solo cuando lo llamé, lo bendije y lo multipliqué”. Si Abraham y Sara simbolizan la fe del pueblo judío, Simón Pedro se convertirá en el modelo de fe de los cristianos en la roca situada en la iglesia del Primado de Pedro (situado a la orilla del lago de Galilea, muy cerca de Cafarnaun y Tabga, lugar del milagro de la multiplicación de los panes y peces).

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