LA NAVIDAD EN LA ANTIGUA HISPANIA

 Por: Álvaro López Asensio

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1.- LOS INICIOS DE LA CELEBRACIÓN DE LA NAVIDAD

Corría el año 380 cuando el emperador Teodosio, de cuna hispana, promulgaba el Edicto de Tesalónica, mediante el cual el cristianismo se convertía en la religión oficial del imperio romano. En ese mismo año, los obispos de Hispania y de la Galia, reunidos en concilio en la Antigua ciudad de Zaragoza, contra los errores de Prisciliano, decretaron en el cano V: “que ninguno falte a la Iglesia en las tres semanas que preceden a la Epifanía”.

Los Padres conciliares especificaban su propuesta ofreciendo dos fechas navideñas: “En los veintiún días que hay entre el 17 de diciembre hasta la Epifanía que es el 6 de enero… se asita a la Iglesia”. Es la primera mención que tenemos de la antigua práctica hispana, quizá ya un día bautismal. Y de su preparación desde el 17 de diciembre. Habrá que esperar unos años para que aparezca en la misma zona la mención de la fiesta del 25 de diciembre, gracias a una composición del poeta Prudencio.

Con el paso del tiempo, la Iglesia universal -que celebró desde la época apostólica la Pascua semanal (domingo) y la Pascua anual (equinoccio de primavera)-  fue acogiendo unas fiestas que llegaban del Oriente (Epifanía) o de Roma (Navidad) para celebrar la encarnación del Señor en nuestra propia carne; porque, desde antiguo, “después de la celebración anual del misterio pascual la Iglesia tiene como más venerable el hacer memoria de la Natividad del Señor y de sus primeras manifestaciones: esto es lo que hace en el tiempo de Navidad”, tal y como aparece recogido en las Normas Universales del Año Litúrgico y sobre el calendario.

La palabra de Dios contenida primero en los libros bíblicos, y después en los himnos de Prudencio, sería el material para la celebración de los misterios del nacimiento y manifestación de Jesús entre las gentes. Más tarde, se recibiría de Roma dos preciosos himnos muy populares: Veni Redemptor Gentium (Ven, Redentor de las gentes) y A solis ortus cardine (Desde la salida del Sol).


2.- EL CICLO DE LA VENIDA DEL SEÑOR: LA NAVIDAD EN HISPANIA

El ciclo natalicio en la celebración cristiana hispana y universal se centra en todos a dos grandes fiestas: Navidad y Aparición o Epifanía. En realidad, ambas hacen referencia a un mismo acontecimiento: la manifestación del Señor Jesús en la realidad de nuestra carne.

La antigua espiritualidad de las Iglesias hispanas brinda como algo propio una preparación que se llamará Adventus Domini (la venida del Señor), en la que destacará la solemnidad de Santa María, que celebra la Encarnación del Señor (18 de diciembre); propone en la octava de Navidad el recuerdo de la circuncisión del Señor; inserta una celebración del inicio del año; acentúa el bautismo de Jesús en la Epifanía y recoge alguna otra manifestación del Señor (multiplicación de los panes).

Este ciclo –se podría decir se compone de tres tiempos: Adviento como preparación; Navidad como celebración y Epifanía como prolongación. La preparación o Adviento (especialmente desde el 17 de diciembre) es de cuño propiamente hispano, la Navidad son los doce días que van desde el 25 de diciembre  hasta el 6 de enero y el breve tiempo epifánico posterior invita a profundizar en las diversas “apariciones” o manifestaciones del Señor: a los Magos, en el río Jordán al ser bautizado por Juan, en las Bodas de Caná, en la multiplicación de los panes, etc. Se introduce la preparación del tiempo de Adviento para centrarnos en el misterio de los 12 días navideños.

Parece que en las Iglesias de Hispania se celebró primero una fiesta que venía de Oriente: la solemnidad de la Epifanía o Aparición (6 de enero). Este día, según la carta del papa Siricio al obispo hispano Himerio de Tarragona (385 d.C.), podría contemplar conjuntamente el nacimiento y la manifestación del Señor (Natalis Christi, seu apparitionis). Muy pronto, según muestra el poeta Prudencio (400 d.C.), las Iglesias ibéricas reciben la fiesta romana del 25 de diciembre, con su contenido propio.

Después, en plena era visigótica, la característica propia de nuestra espiritualidad será celebrar el Nacimiento de Cristo de la mano de su Madre, la hija de Sión, con la solemnidad del 18 de diciembre (X concilio de Toledo, 656 d.C.). Esta será la primera celebración mariana de Hispania, antes de recibir la fiesta jerosolimitana de la Asunción de la Virgen, y una auténtica anticipación de la alegría del misterio navideño. Durante siglos marcará la espiritualidad española. Con todo, las celebraciones navideñas de la Basílica de la Natividad en Belén serán difundidas en la Península Ibérica gracias a una gran mujer: la peregrina Egeria, una virgen de Gallaecia, de finales del siglo IV. Su obra, el Itinerarium, será de gran interés para el conocimiento de la liturgia en los Santos lugares de Tierra Santa y para la difusión de aquellas costumbres en Occidente.


3.- MARÍA Y JOSÉ: SAGRADA FAMLIA

La Navidad hispana presenta a María como Madre de la Iglesia. Ella es el Templum domini (el Templo de Dios), el lugar del encuentro con el Señor Jesús: lo que se realizó en ella, se realiza ahora por medio de los sacramentos.

La fiesta de san José, padre de Jesús, está perfectamente enmarcada en el ciclo navideño (3 de enero): es el modelo de cómo su presencia cambia nuestra historia personal. Tomando a Jesús en sus manos, recibiéndolo como suyo, nos enseña a aceptar al recién nacido como Mesías de Israel y Kyrios (Señor) de la humanidad. José no vivió para contemplar el culmen del Misterio pascual, pero comenzó a pregustarlo en Belén, en Egipto y en Nazareth. Él nos ayuda a reconocerlo como Enmanuel (Dios con nosotros).

Es significativo que en el rito romano el mismo día 3 de enero se recuerde la imposición del Nobre de Jesús por José. El trabajador de Nazareth nos recuerda que acoger a Jesús, circuncidarlo, someterlo a la Ley nos identifica como discípulos que seguirán las enseñanzas del Maestro; así comenzamos a apartarnos del “No Amor” (el pecado) para participar del gozo y la alegría que nos da la salvación.

Los cristianos antiguos de la España romana, visigótica o mozárabe recibieron la Navidad de Oriente y de Roma, pero aportaron a la Iglesia de Occidente una hermosa preparación o Adviento. En la época visigótica decoraron los hogares y las iglesias en invierno con ramas de hoja perenne y frutos en sazón (de ahí los colores verde y rojo); en el periodo mozárabe festejaron con sus vecinos musulmanes las fiestas de invierno compartiendo dulces festivos (mazapanes); en el segundo milenio, compartiendo las costumbres del resto de la Europa cristiana llevaron a América las costumbres patricias. Las posadas, los belenes, los villancicos, la decoración festiva y la acogida familiar a los necesitados. No en vano, en comunión con toda la Iglesia celebra las Pascuas de la Navidad del Señor.

FELIZ AÑO NUEVO

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